SOCIEDAD › DOS HOMENAJES A CLORINDO TESTA
Adelantado siempre a su época, Clorindo Testa nunca perdió, sin embargo, la sencillez del hombre inquieto y curioso. Pintor, dibujante, arquitecto. Y maestro. Magdalena Faillace y Horacio González trazan aquí un perfil de su obra y de su personalidad.
Le gustaba ver los edificios como volúmenes extraídos de la naturaleza ruda. El acto de construir lo consideró un golpe de mano sorpresivo sobre el paisaje, sobre lo que brinda el ambiente primigenio tomado en su aparente pureza original. El resultado de sus obras tiene un rasgo que las hace inquietantes, pues no se sabe si es el mundo natural lo que se expresa en ellas o las construcciones humanas las que se hunden en un territorio de primitivos animales y pantanos humedecidos. Debemos considerarlo como nuestro arquitecto renacentista, pero siempre que se considere que jugaba a fondo con el pacto que todo arquitecto hace con la naturaleza. El equilibrio entre paisaje, figura humana y habitación ciudadana lo mantuvo, pero de otra manera. Desencajó las fachadas de su dulzura ornamental y las hizo agerridas, agrestes. Tomó las formas clásicas y las desplazó hacia volúmenes desmesurados, provocativos, inspirados en aves de una zoología inexistente.
Escapaba por los bordes, hacia la pintura y la escultura. Dibujaba con una intencionada displicencia de escultor hermenéutico. Sin duda, quería desentrañar en los borradores de una obra la íntima conexión entre el garabato infantil y los edificios humanos. Era pues, un humanista, un arquitecto que huía hacia un mundo inhabitado y complementariamente, hacia los jeroglíficos de la grandes urbes. En todo lo que debía estar oculto, lo exhibía. Lo que debía exhibirse, lo asemejaba a los grandes mitos de las civilizaciones primitivas que construyen con lo que hay a mano, pero principalmente con lo primero que se sueña cuando las ciudades contemporáneas se nos presentan con todas sus formas trastrocadas. Como si los edificios fueran barcos y los grandes mamíferos del Pleistoceno en el Río de la Plata fueran extraños palacetes públicos. Hace muchos años fue criticado porque su arquitectura no mantenía ciertos lineamientos que se consideraban adecuados en relación con el legado criollo americano. Pero Clorindo fue más allá, si se quiere fue un arquitecto telúrico, buscando en los edificios alegorías, alegorías como huesos, esos huesos de los gliptodontes que paseaban libremente hace millones de años por los lugares donde ahora trabajamos, leemos o hacemos footing.
Lo extrañaremos en la Biblioteca Nacional, con su gesto de ponerse los anteojos sobre la amplia cabeza calva, como si el que mirara los planos fuera otro. No supo mucho quiénes éramos, pero es seguro que nos valoró como ocupantes actuales de su principal creación, y una que otra vez se habrá extrañado de que pareciéramos no desentonar con su obra, en las cautas apreciaciones que podíamos hacerle. Es así que entonces nos confió algunas breves hisotrias de su infancia en Italia y el raro hecho de que el constructor de la anterior Biblioteca Nacional –la de la calle México– era el arquitecto Morra, también italiano y de un pueblito cercano al suyo. Buenos Aires es muchas ciudades, y gracias a arquitectos como éstos pone argamasa sobre argamasa para seguir siendo una ciudad de la compleja historia universal y latinoamericana.
* Director de la Biblioteca Nacional.
¡Difícil esta despedida a Clorindo! Cuando en febrero de 2012 convocamos en Cancillería a los titulares de las instituciones representativas de los arquitectos en todo el país, junto con otros colegas de reconocida trayectoria, Clorindo fue elegido curador jefe del envío que inauguraría en agosto el Pabellón Argentino en los Arsenales de la Bienal de Venecia. La elección fue espontánea y absolutamente unánime en el seno de ese comité organizador recién nacido. Frente a la sencillez casi tímida con que él se rehusaba, lo confronté con afecto (“No podés decir que no, Clorindo. Sos el comandante natural de esta nave”), y su respuesta fue “Yo sólo soy un marinerito”... A la semana siguiente, sin que mediara exigencia alguna, Clorindo llegó con sus rollos bajo el brazo y tuvimos el primer dibujo –¡inconfundibles sus trazos y colorido!– de la instalación que se convertiría en una memoria dinámica, interactiva, desde el presente: “Arquitectura argentina: identidad en la diversidad”.
Estas imágenes, como muchas otras que nos regaló Clorindo Testa a quienes tuvimos el don de tratarlo, lo pintan cabalmente. Porque artistas, arquitectos, intelectuales talentosos hay muchos, pero maestros son pocos. Eso lo distinguió siempre al arquitecto, al artista, al personaje Clorindo Testa: el talento, la chispa del genio, unidos a una generosidad de corazón que abría espacio a los otros, que sabía escuchar y dialogar con ellos, que disfrutaba sembrándose en sus discípulos.
Por eso nos resistimos a decirle adiós a este arquitecto que, nacido en Italia, siempre eligió ser argentino y representarnos con excelencia en el mundo. No sólo sigue vivo en obras gigantescas, emblemáticas de la arquitectura local, como el ex Banco de Londres o la Biblioteca Nacional. También en las pinturas que revolucionan los espacios burocráticos de nuestro ministerio o lucen en las paredes de tantos amigos. Pero sobre todo en la ternura de sus gestos.
En medio de la hoguera de vanidades que a menudo nos ofrece el mundo de la cultura, pródigo en fuegos artificiales, el maestro Clorindo Testa emerge y seguirá presente en el talento de sus obras y en la inteligencia comprensiva y la mirada vivaz con que captaba todo y podía leer bajo el agua, en el humor cómplice con que su benevolencia bendecía a los demás y era exigente consigo mismo, al quebrar muchas convenciones.
Querido Clorindo, extrañaremos tu sonrisa cálida y la sencillez con que desvestías de solemnidad todas las situaciones. Estarás siempre en la libertad de tus obras y en la memoria de quienes te conocimos disfrutando de la vida al hacer de ella una permanente construcción cotidiana.
* Directora de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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