SOCIEDAD › OPINION
› Por Pablo García
Soy Pablo García. No soy Pablo Aliverti, ni García Aliverti ni el caso Aliverti. Sé muy bien por qué se la agarran con mi viejo, pero no esperen que los justifique. Durante años, desde recibido como locutor (diciembre 2003), asumí que no quería ni debía ser “el hijo de”. Quise y quiero ser García, a secas. El apellido paterno de mi viejo. De mi abuelo. Pero ahora me dicen “Aliverti”. No es legítimo. Es tramposo.
A raíz de las incesantes versiones erróneas y desinformaciones periodísticas que apuntan a construir una imagen pública de mi persona, tal si fuese el mismísimo diablo, me veo en la obligación de adoptar una postura opuesta a la que adoptara hasta el día de hoy.
Efectivamente, desde que sucediera el terrible accidente que cambiara mi vida y en el cual perdiera la vida el señor Rodas, decidí guardar un absoluto silencio en su memoria y en respeto de sus familiares y seres queridos. Guardando silencio toleré todo tipo de mentiras y errores periodísticos, de los que sólo me cabe creer que tienden a generar presión tanto en la opinión pública como en quienes deberán decidir mi situación judicial. La imagen que públicamente se ha tratado de crear de mi persona, hasta el punto de producir que fuera víctima de “escraches” similares a los que se han realizado contra genocidas, represores y violadores sistemáticos de los derechos humanos, me resulta, por favor entiéndalo, mucho más injusta que comprensible. Si hubiera tenido que tolerarlo solo, quizás lo habría hecho. Pero mi nena y mi mujer (embarazada antes del accidente, por si se les ocurre mentir, también, que quiero dar lástima) ahora deben cuidarse para evitar lluvias de huevos o guardias periodísticas.
Es por ello que me siento en la obligación de romper el silencio para echar por tierra las innumerables mentiras que han conseguido torcer la realidad de los hechos, tal como sucedieran.
Ya el día posterior al que se tuviera conocimiento mediático del accidente se dio a conocer la versión por la cual yo habría arrastrado el cuerpo del señor Rodas por casi 20 kilómetros; que habría intentado escapar y que al llegar al peaje fui advertido de que llevaba un cuerpo sin vida, a mi lado, y luego de ello bromeé acerca de si tenía que “pagar doble”. Y que allí fui detenido...
De haber querido darme a la fuga, podría haber tomado cualquiera de las salidas que se indican en la Panamericana. Las mentiras sobre las supuestas bromas fueron desmentidas por la propia empleada de la casilla del peaje, al igual que el imposible efecto físico de haber arrastrado un cuerpo adherido al capó de un auto a lo largo de casi 20 kilómetros.
Esas versiones que afectan al sentido común, tras ser repetidas en innumerables oportunidades y ni siquiera desmentidas a la ligera, instalaron un imaginario colectivo de “atropelló, mató y huyó”, que no resiste rigurosidad informativa alguna. Se instaló en los medios que quedé “rebelde” y que no me presenté ante el “juez de faltas”, cuando en realidad había sido citado a la misma hora por la fiscalía interviniente. Más luego, debí tolerar la profusión mediática de que manejé con una licencia de conductor vencida. Otra mentira. Se metieron al auto y sacaron la licencia vieja de la guantera. En mi billetera estaba la licencia vigente, que no le importó a nadie. A cualquier periodista que honre su profesión le habría bastado con un simple chequeo de fuente, antes de hacer circular la barbaridad de que tenía el registro vencido. Para más datos, al día de hoy siguen diciendo que tengo 28 años. Pocos periodistas “serios” se tomaron la molestia de averiguar –siquiera– mi edad.
Y hasta el día de hoy se sigue diciendo en los medios que el accidente sucedió a una velocidad de alrededor de 100 kilómetros por hora, cuando en realidad no iba a más de setenta km/h según establecen las propias pericias oficiales y cuando estaba haciendo el “ingreso en la autopista”. El estado de la palanca de cambios me exime de mayores comentarios. También escuché que se “bajó línea” para no realizar estudios ni peritaje. Digan quién bajó línea, quién intentó protegerme.
Y hasta el día de hoy se sigue diciendo que el accidente sucedió en la banquina, cuando ello resulta materialmente imposible ya que –repito– recién ingresaba a la autopista y estaba pasando de la línea punteada de ingreso al carril lento, donde en realidad sucedió el hecho. Me indigno al escuchar a comunicadores sociales, que se arrogan el alegre derecho de decir que en situación similar la única lógica es detener la marcha. Mi lógica fue buscar ayuda en el peaje.
Lo único que pensé, al ver el cuerpo del señor Rodas dentro del vehículo, fue llegar al primer peaje en busca de ayuda de emergencia: nunca se me cruzó por la cabeza si eso estaba a uno, diez o veinte kilómetros. Tampoco podía acceder a mi teléfono celular, que se encontraba en el bolsillo derecho de mi pantalón, debajo de parte del cuerpo del señor Rodas.
Lamentablemente se hizo de esta tragedia un show mediático instalando el tema en la opinión pública como si fuera de interés nacional, cuando en realidad se trató de un fatal accidente de tránsito.
Traté de contactarme con la familia del señor Rodas. Lo logré. Hablé largamente con su hermano Aldo, poniéndome a disposición de todos ellos, cuando lo desearan y a fin de cuanto requirieran. Quiero dejar a disposición, si ser posible y necesario los audios de las escuchas telefónicas, en diálogo producido entre las 19 y 20 horas del 13 de marzo pasado. No guardo ningún rencor por el escrache sufrido en mi domicilio el sábado anterior, y entiendo el terrible momento que están viviendo. Me puse a disposición de la familia del señor Rodas. Sigo estándolo, y así continuaré tanto con ellos como con la Justicia.
Gracias por leerme.
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