SOCIEDAD
› SUSAN SONTAG, ESCRITORA, OPOSITORA A LA GUERRA
“El gobierno Bush me parece increíble”
Es una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas. En esta larga charla, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de partido único.
Por Enric González
El País, de Madrid
A Susan Sontag (Nueva York, 1933) no le entusiasma el término intelectual, el que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Este año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su “profundidad de pensamiento y calidad estética”. Sontag ingresó en la Universidad de California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitalidad irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece tiránico, falso o injusto. El encuentro se desarrolla en su apartamento de Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de viajes, cajas y objetos embalados.
–¿Está de mudanza?
–No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es escritor. No sé si sabe usted de mi hijo...
–Sí.
–Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio.
–¿Ha estado en Irak durante la guerra?
–No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles, y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada. Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
–La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho antes que la de Irak.
–Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso. Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S. Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble. La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta.
–Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo.
–Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa), ¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del Departamento de Defensa y que éste le habíadicho: no lo entiendes, George W. Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño...
–Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses.
–Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que tenemos que embarcarnos en una guerra interminable y que cualquiera que se oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición. Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata.
–Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales.
–¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la invasión de Irak? Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan). Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es contrario a ambas cosas. ¿Por qué? Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación es representar a la mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con principios. Pero Gore también ha desaparecido.
–La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush.
–Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea, que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son buenas...
–Pero...
–Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden pensar que, por el hecho de ser tan bárbaros como son, deben ser también estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo para que un líder proyecte una imagen defuerza. Pero, en ese sentido, nunca nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de esa forma. ¡Y no pasó nada!
–Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con uniforme de piloto de combate.
–Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe, los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja!
–En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra?
–Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes.
–En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras?
–El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos, que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo, hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por lo que dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell, hasta que éste los decepcionó.
–Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena formación intelectual.
–Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecenrespeto. Y es verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios, suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la situación. Déjeme preguntarle sobre algo totalmente distinto. ¿Ha seguido el debate sobre Cuba? Se han publicado recientemente dos manifiestos: en uno se condena la política represiva de Fidel Castro; en otro, firmado por gente muy respetable, como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano o Luisa Valenzuela, se afirma que Castro debe defender el derecho de Cuba a la existencia frente al acoso del imperialismo americano y que Estados Unidos planea invadir la isla, y no se habla para nada de derechos humanos. ¿Qué piensa usted de todo eso?
–Quizá sería mejor que fuera usted quien opinara.
–Yo no creo que Estados Unidos vaya a invadir Cuba, no es necesario. Soy totalmente contraria a la política estadounidense respecto de Cuba, estoy contra el embargo y creo que Castro se mantiene en el poder precisamente por el embargo. Estoy a favor de que se comercie, de que haya turismo, de que las relaciones sean normales y plenas. En mi opinión, Cuba ha vuelto a ser el burdel del Caribe, lo que era en tiempos de la dictadura de Batista, y cuenta con una horrible industria de turismo sexual. Dudo de que la abundancia de prostitutas de 14 y 15 años en los hoteles de La Habana diga mucho a favor del gobierno de Castro. Yo viajé a Cuba en los años sesenta y fui muy partidaria de Fidel Castro hasta 1970. Hasta entonces, una de las cosas que me gustaban del régimen castrista era que hubiera terminado con la degradante prostitución masiva. Castro hizo muchas cosas buenas en los sesenta, en materias como la educación y la sanidad. Pero luego empezaron las persecuciones contra los homosexuales, contra los disidentes... Y desde que se hundió la Unión Soviética y Cuba perdió los subsidios, se ha vuelto casi a la situación previa a 1959. Tengo muchas ganas de que termine el actual régimen, pero estar en contra de Castro no significa estar a favor del imperialismo americano.
–¿Y los dos manifiestos?
–García Márquez es un caso especial. Tiene intensos vínculos humanos con Cuba y con Fidel Castro, de quien es amigo. Lo cual me parece muy bien. Pero cuando, desde Bogotá, le exigí públicamente que explicara cómo podía estar contra la pena de muerte y a la vez defender que el régimen cubano ejecutara a gente por delitos menores, su respuesta fue lamentable. En resumen, insistió en que se oponía a la pena de muerte y aseguró que había ayudado a muchos disidentes para que pudieran huir de Cuba. ¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape? Me pareció patético. Yo no esperaba que Gabo García Márquez me respondiera, pero lo hizo, por respeto hacia mi persona, según dijo. Me afecta la posición en que se encuentra, porque lo admiro muchísimo. Mire, yo no creo que los escritores estén obligados a hablar de política, ni yo ni ninguno. Pero ciertos escritores, con cierta historia, sí están obligados a opinar en ciertas situaciones. Si no hablan, su silencio es político. Creo que ése es el caso de García Márquez. También ha sido el mío en otras ocasiones. Nunca quise opinar sobre la cuestión de Israel y Palestina. Yo soy judía, laica al doscientos por ciento, y más laica con cada minuto que vivo, porque veo los horrores que se cometen en nombre de la religión. Mi identidad judía procede del simple hecho de que desciendo de judíos polacos que emigraron a Estados Unidos en el siglo XIX. Como a muchos otros, me pesa el Holocausto, y no me sentía confortable criticando a Israel, pese a que era consciente de las crueldades de la ocupación israelí... Estuve allí durante la guerra de 1973 y comprobé que la auténtica tragedia consistía en que ambas partes están equivocadas. Filmé una película, titulada La tierra prometida, y decidí no volver. Cuando me pedían que adoptara una posición, me negaba. Hasta que, hace dos años, me dieron el Premio Jerusalén, una especie deNobel sin dinero que habían ganado escritores tan maravillosos como Graham Greene, y decidí aceptarlo, y fui a recogerlo a Israel. Muchos amigos me pidieron que no fuera, que boicoteara el premio, pero yo no creo en boicoteos ni dejaría de ir a un país por estar en desacuerdo con su gobierno. Pasé una semana moviéndome por Israel; fui a los territorios, a Gaza; me reuní con Yasser Arafat, aunque no me apetecía nada verle, y decidí hablar. No era posible seguir en silencio. Nada, ni siquiera el horror de los terroristas suicidas palestinos podía justificar la crueldad, la opresión y la humillación ejercidas sobre los palestinos. Tomo partido, y reclamo el total desmantelamiento de los asentamientos judíos y la retirada de Israel a las fronteras de 1967. Dicho esto, creo que Gabo García Márquez no puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo de periodista. García Márquez dirige una escuela de periodismo en Cartagena de Indias. Bien, si se considera periodista, debe estar a favor de la libertad de expresión y en contra de que se encarcele a la gente por delitos de opinión, como ocurre en Cuba. ¿Cómo puede callarse y seguir apoyando a Fidel Castro? Incluso José Saramago, militante del Partido Comunista portugués, ha sentido que no podía seguir en silencio y ha criticado el régimen cubano. Contra Castro estamos gente tan distinta como yo; Pedro Almodóvar, al que quiero mucho y de quien me siento muy cercana, y Mario Vargas Llosa, de quien estoy claramente más lejos. No importa con quién esté uno, sino lo que es correcto, lo que es justo. Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy justificada, pera defender una dictadura horrenda.
–Las posiciones intelectuales suelen ser menos fáciles y más confusas en situaciones de crisis grave, como una guerra. Usted se refiere a una situación así, la de la Guerra Civil española, en su último ensayo Mirando el dolor de los otros.
–Sí, empiezo el libro con la reacción de Virginia Woolf frente a las fotografías de atrocidades difundidas por el gobierno republicano de Madrid. La guerra de España fue el momento central del siglo XX, el momento en que muchas cosas quedaron claras, el primer conflicto realmente fotografiado. Y aunque en este último libro no me extiendo en el asunto como en anteriores ocasiones, ocurrió que muchos, desde fuera, se sintieron incapaces de criticar el papel de la Unión Soviética y de los comunistas, porque pensaban que eso dañaría al bando que ostentaba la legalidad y la razón, el republicano, y favorecería a los insurgentes. Esa es una lección que me repito una y otra vez a mí misma. Nunca es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas.