SOCIEDAD › LA CIUDAD NATAL DE JORGE RAFAEL VIDELA Y DE 22 DESAPARECIDOS
Desde hace una semana atraviesan las calles de Mercedes las imágenes de las víctimas de la última dictadura, que se amuraron en la entrada del cementerio, adonde se suponía iba a ir el cuerpo del dictador. Sus historias. El rol de la madre de Videla, los pedidos a su hermana.
› Por Alejandra Dandan
A los trece años, Ciro José Lalla trabajaba en una radio de Mercedes. “Andá a entrevistarlo a Videla cuando llegue a la escuela”, le dijeron. El dictador volvía a su ciudad natal para
inaugurar el edificio de la Escuela 13. “De pronto se me aparecieron dos monos grandotes, me cerraron el paso y lo único que me acuerdo es que me miraron la credencial y dijeron ‘ah, está acreditado’. Cuando me quise acordar, Videla ya se había ido. La sensación de aquel momento es que Mercedes se convulsionó porque venía el ‘Presidente’, pero no lo vi con otro presidente. Era el condimento de haber nacido en Mercedes. Si ves las fotos de los actos, decís: ‘¡Cómo lo querían!’.”
Ciro ahora actúa como historiador en una costosa reconstrucción de los efectos de la dictadura en Mercedes. La ciudad puede verse como esas dos escenas de su historia. Mercedes suele ser contada a través de los nombres que la emparientan con la dictadura o lo que Jorge Rafael Videla representa. Desde hace una semana, sin embargo, otros nombres atraviesan las calles, con las imágenes de los 22 desaparecidos y asesinados de la dictadura que están reproducidas en paneles enormes, amuradas en la entrada del cementerio municipal, adonde se suponía debía ir el cuerpo del dictador. El miércoles, las fotos estuvieron colocadas en la plaza San Martín, su centro político.
Mercedes está marcada por la presencia de tres sectores: Iglesia, Justicia –dado que fue cabeza departamental– y poder militar –hasta 1992 estuvo la sede del Regimiento VI, en el que actuó el padre de Videla–. Es la ciudad de los dictadores Videla y Orlando Agosti, del vicario castrense Adolfo Servando Tortolo, refugio de los represores Raúl Guglielminetti y Julio César Caserotto, quien estuvo a cargo de la maternidad clandestina de Campo de Mayo. Y las historias de los desaparecidos son contadas aquí como se cuentan en los pueblos. Con nombres y relaciones que cruzan a unos y otros: a las víctimas, a los que las cuentan y en algunos casos a los que estuvieron del otro lado.
Carlitos Agosti es acá “el hijo de Rubén”, que es a su vez hermano del Ciego y del otro Agosti, que fue parte de la Junta. A Carlitos lo mataron el 12 de diciembre de 1976.
Luis es encargado de una flota de taxis y recuerda a los dos hermanos del hombre de la Junta, pero no tanto al represor. Lo de Ciego, dice, era “porque con los lentes gruesos que usaba parecía que no veía nada”.
Carlos estudió en el San Patricio, luego psicología en La Plata y militó en la JP. Según el taxista, alguna vez le hizo saber a su padre, Rubén, que lo estaban buscando. Dice que los hermanos estaban muy enfrentados. En la mesa de un bar, un grupo de familiares de desaparecidos agrega que el propio Orlando Agosti ordenó “ejecutarlo”. Pero no es la única versión. “Lo que yo alcancé a escuchar entre los compañeros indica que estarían pintando o algo así y cae en La Plata, que era un infierno. Era diciembre y aparentemente lo matan ahí. Y después descubren quién es. Al otro día Mercedes era un escándalo. Yo algo conocía de la familia, no creo que el tipo (Orlando Agosti) hubiera hecho eso, pero tampoco creo que si hubiera estado vivo hubiese hecho algo por ellos”, dice Javier Casaretto, un sobreviviente.
Edgardo Ojea Quintana desapareció en 1976, su hermano Ignacio en 1977. Acá se los cuenta como parientes por parte de madre de Videla. Los Videla tienen dos bóvedas en el cementerio municipal, otro de los ejes de disputa de estos días. La bóveda más antigua dice en el frente: “¡¡La materia descansa aquí!! El Espíritu se salva”, y abajo está la firma de “Ojea”. Cuando lo secuestraron, el 3 de abril de 1976, Esteban tenía 19 años, militaba en Montoneros y estudiaba en Derecho, igual que su hermano. Ignacio tenía 21 años, lo secuestraron el 26 de febrero de 1977 cerca de Plaza de Mayo, estuvo en la ESMA. Roberto Baschetti cuenta en su página web que un compañero durante una reunión dijo: “Yo soy parte de la pequeña burguesía”. Ignacio Ojea Quintana, “para darle ánimo, le contestó: ‘No te calentés, hermano, porque yo pertenezco a la pequeña oligarquía’ y tras cartón, para que el otro viera, abrió una puerta del ropero desvencijado que tenía en esa pieza del barrio de La Boca y colgado de una percha asomó insólitamente un frac”. En el libro El Dictador, María Seoane y Vicente Muleiro recuerdan que la familia acudió a ver a la hermana de Videla para pedirle por Carlos Tillet, del San Patricio, otro de los desaparecidos. Marta Videla les respondió: “¿Cómo Jorge puede permitir que pasen cosas como éstas?”.
“La historia de la familia (Videla) no era algo que corriera por acá –dice Ciro–. Pasa a ser un personaje importante cuando llega a la presidencia, porque ni siquiera lo es siendo el comandante del Ejército. Pero sí era del poder, su padre había sido jefe del Regimiento (VI) y comisionado municipal, se lo tenía como persona correcta. La alta burguesía mercedina eran profesionales, religiosos o militares, pero había que pertenecer a ese círculo para serlo y esta gente estaba vinculada con ese círculo social.” La madre de Videla “aparecía como referente del poder en los actos municipales. La tenés en el balcón: está el comisionado municipal, las autoridades municipales y la madre de Videla. En la despedida del jefe del Regimiento, está la madre de Videla. Es como el sello oficial”.
Marta Videla, la hermana, aparece en otros relatos. “Era común que a la hermana de Videla la fuera a ver un montón de gente –dice ahora Javier–. Pero también siempre escuché que la respuesta era: ‘No puedo hacer nada’, de mejor o peor modo. De Videla era impensable hablar con él. Es la idea que tengo.”
Patricia Bojorge es hermana de Stella Maris Bojorge. A Stella Maris la secuestraron el 22 de septiembre de 1977 en la casa de sus padres, en Mercedes. El padre era empleado jerárquico del Banco Nación. Stella se había ido a estudiar medicina a La Plata. En 1975 hacía tercer año entre amenazas de la CNU y el CdO y entró en la clandestinidad, lo que le significó volcarse a la militancia barrial. En julio de 1977, “con una enfermedad muy seria en los riñones, sin obra social, se vino a hacer un estudio a Mercedes. Se hacía un evento familiar por el primer bautismo de mi primer sobrino, era un viernes y el evento se hacía el sábado y comete el gravísimo error de quedarse”, cuenta su hermana. Una patota la secuestró el 2 de julio de 1977.
“La hermana de Videla vive acá a una cuadra. Marta Videla fue compañera de jardín de mi madre y hasta que terminó la carrera en la escuela normal. Cuando secuestran a mi hermana, mi madre la fue a ver, le pedimos por el paradero de Stella, que por favor intercediera ante su hermano. Ella dijo que sí, pero al poquito tiempo la vamos a ver y lo que nos dice es: ‘Mi hermano dice que hay mucha gente en el exterior, que seguro que se fue al exterior, puede estar en Holanda, en otro país de Europa’. Eso la indignó porque le dijo: ‘Pero, Marta, ¡la secuestraron de mi casa! No es que yo no vi, o que no volvió... La secuestraron en mi casa, vino una patota de tal característica’. De cualquier manera no rompió la relación. Es más, fue al velorio de la madre.”
En 1984, a través de sobrevivientes de La Cacha supieron que Stella Maris y su marido, Carlos Weber, habían pasado por ese centro clandestino. El Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos, enterrados como NN en La Plata, el 8 de marzo de 2008.
Carlos Martín Cardinal desapareció el 21 de julio de 1976. Era estudiante del San Patricio, “abanderado”. Se casó con Silvia Fasce cuando ella tenía 18 años, estaba embarazada y se fueron a Buenos Aires. El se anotó en Ciencias Económicas. Para 1976, su hijo Martín tenía dos años y él trabajaba en el Banco del Oeste. Lo secuestraron el 21 de julio de 1976 cuando iba a una cita. Silvia todavía sigue buscando datos porque no sabe ni en qué centro clandestino estuvo. Tejió hipótesis, siguió nombres y así supo hace muy poco que su marido militó en el Grupo Obrero Revolucionario (GOR). Una compañera de Carlos le avisó esa noche que se fuera a dormir a otro lado. “Ahí empieza todo. Al cabo de un año me vengo a vivir a Mercedes”, dice ella.
El San Patricio es un colegio del “centro”. “Era el colegio más de la elite de pueblo, típicos hijos de profesionales, de comerciantes o gente dedicada a la producción agrícola ganadera, médicos –dice Javier Casaretto–. El colegio era de los sacerdotes palotinos y era muy particular, muy abierto. Los palotinos son una congregación, a Argentina llegó la rama irlandesa y se instalaron acá en Mercedes a fines del siglo XIX y luego se instalaron en Belgrano, la Iglesia donde matan a los tres palotinos. Hubo una colonia irlandesa bastante importante en Mercedes. El colegio al principio era para personas sin posibilidades económicas, con el tiempo cambió. Había pocos colegios privados y éste era confesional de varones.”
Como en contraplano de la ciudad de los vivos, el cementerio municipal de Mercedes replica sus formas. Alrededor del centro, las bóvedas de renombre. Los palotinos están ubicados en un lateral, sobre tierra, sin bóvedas ni monumentos. Javier señala la tumba del superior de la orden, Kevin O’Neill, que con el asesinato de los tres sacerdotes el 4 de julio de 1976 se plantó ante los militares porque querían enterrarlos enseguida y cerrar todo sin velorio ni misa. O’Neill se negó. Javier estaba en la escuela porque había una cancha de pelota paleta y escuchó los gritos de las maestras. “En la ciudad de Videla esto provocó una conmoción muy fuerte. En la Iglesia San Patricio, a la que iba la gente de buena situación, acababan de matar a los sacerdotes: nadie decía que había sido Montoneros sino que los mató el gobierno. O’Neill hizo de esto casi el tema de su vida. Quería saber la verdad. Hablaba pausado, lento, se plantaba y preguntaba quiénes fueron, sabía de dónde venía, quién los había matado.” Allí, en la tierra, hay un escrito: “Aquí aguardan la resurrección los sacerdotes palotinos trágicamente muertos en la parroquia de San Patricio. 4 de julio de 1976”.
El colegio atraviesa la historia de varios desaparecidos. Carlos, el esposo de Silvia. Pero también Francisco Manuel Heredia, Pancho, que “venía de una familia de abogados. Su padre era camarista, hombre de Tribunales”. Félix Eduardo Picardi venía de una familia de comerciantes. Su padre fue militante político y funcionario después del ‘83. También Carlos Miguel Tillet, que vivía en el “centro”, a una cuadra de la plaza. El padre era de una familia que regenteaba una feria de ganadería. También Carlitos Agosti. Un sexto es Luis Eduardo Goichochea, asesinado el 27 de octubre de 1976 y preceptor de la escuela. Salvo Carlos Cardinal, el resto militó en la JP. Parte de la militancia la hicieron en La Plata y Buenos Aires, donde, en general, estudiaron.
Javier Casaretto, en cambio, como Stella Maris, fue secuestrado en Mercedes. Junto a Juan Carlos Benítez y Arturo Chillida, fue torturado en el Regimiento VI, y luego los llevaron a El Vesubio.
El cementerio municipal fue zona de disputa estos días. Están ahí los tres curas palotinos asesinados en la Iglesia San Patricio: Pedro Duffau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly. Desde el año 2000 descansan los restos de madre e hija Carnaghi, secuestradas el 4 de agosto de 1976. Es el lugar donde está Stella Maris Bojorge. “A los 23 años te arrebataron del hogar pretendiendo de-saparecer tu identidad, tus ideales y tus sueños. ¡No lo lograron!”, dice la placa.
Patricia, Silvia y Ciro están en la mesa de un bar. Veinte años dicen que pasó hasta que salieron las caras de los desaparecidos a la calle. “En las relaciones entre familias que existían, era todo por debajo, porque todo el mundo conoce a todo el mundo, todo el mundo era amigo de todo el mundo. Todo el mundo sabía lo que pasaba. A los 20 años, en 1996, se hace la primera manifestación de la Comisión de Familiares y Amigos –dice Patricia–, hasta recuerdo que salíamos a buscar fotitos porque de algunos no teníamos, como de Carlitos Agosti. Yo tenía un vecino que hacía planos para tendido eléctrico, con una máquina muy grande... Va la primera fotito chiquita, carnet, porque no teníamos fotos de nuestros seres queridos y muchas estaban recauchutadas como de negativos. Y empezaron a aparecer de tamaño gigante y los papeles se llenaban y fue muy emocionante porque dinamizó todo.”
En 1998 Videla perdió el status de ciudadano ilustre al ser declarado persona no grata por impulso de la comisión que logró la aprobación del Concejo Deliberante. Ese año se hizo el escrache a Caserotto. El Regimiento se trasladó a La Pampa en 1992. Martín, el hijo de Carlos Cardinal, tiene hoy 40 años y tres hijos, Lucas, Clarita y Santiago. El próximo 21 de julio, que cae domingo, Silvia tiene ganas de ponerle su nombre a la calle en la que vivió. Las calles que rodean al colegio San Patricio llevan el nombre de los curas. Una ordenanza municipal habilita esa práctica. Nadie lo hizo todavía. Silvia dice que ayer se lo comentó a su nieto Lucas. “¿De verdad, abuela? –le dijo–. ¿Entonces lo encontramos?” “No –le dijo ella– pero el nombre está vivo.” Lucas le respondió: “¿Y puedo ir a ponerle una flor?”.
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