Una investigación indagó sobre los obstáculos internos que, más allá de las trabas objetivas, llevan a las mujeres a descalificarse a la hora de irrumpir en los puestos de mando. El mandato de que una verdadera mujer debe anteponer las necesidades del marido y los hijos.
› Por Mariana Carbajal
Las mujeres ocupan un tercio de las bancas legislativas en el Congreso. La Presidenta es una mujer. Por primera vez hay dos mujeres en la Corte Suprema de Justicia y otras son responsables de la política monetaria y de producción del Gobierno. Sin embargo, las mujeres siguen siendo minoría en los puestos de máxima jerarquía tanto en ámbitos públicos como privados. No superan el diez por ciento las que encabezan intendencias en todo el país; menos del 5 por ciento son representantes sindicales, sólo integran el 3 por ciento de los cargos directivos de las grandes empresas y de las cámaras empresariales. Y en los medios de comunicación, apenas tienen el 7,5 por ciento de los puestos más altos en canales de cable, televisión abierta, diarios y radios. ¿Por qué las mujeres no participan más en ámbitos públicos? ¿Por qué creen que no pueden y se excluyen? Una novedosa investigación que llevó adelante el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) buscó responder cuáles son las barreras “subjetivas” que las llevan a descalificarse a la hora de irrumpir en el mundo público, pese a que fueron removidas trabas objetivas –como leyes que las discriminaban– e incluso se implementaron mecanismos para favorecer su participación, como la ley de cupos. La principal conclusión fue que el obstáculo interno más resistente es el “mandato de la feminidad”, aun entre las que son activas en espacios públicos, que les dice que para ser una verdadera mujer se debe anteponer las necesidades de los hijos y del marido a las propias.
Las mujeres no se consideran preparadas para desempeñarse en ámbitos públicos y piensan que no tienen los conocimientos apropiados, sin cuestionar por qué carecen de las herramientas para hacerlo. Sentimientos de inseguridad y de preferencia hacia otro tipo de actividades “no corruptas” como la política, son naturalizados por muchas de ellas: les da temor hablar en público y, todavía más, la posibilidad de que lo que dicen genere discusión. También les juegan en contra las rivalidades y envidias entre las mujeres. Estos son algunos de los hallazgos del estudio, que lleva por título “Entendiendo los obstáculos subjetivos a la agencia de las mujeres”, realizado por ELA, con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá (IDRC, por sus siglas en inglés). El concepto de la “agencia” en las mujeres, explicó Natalia Gherardi, directora ejecutiva de ELA, hace referencia “a su capacidad de acción consciente, a una aptitud de reflexión y autoconocimiento que lleva a las mujeres a reflexionar sobre sus propias prácticas y los efectos que éstas tienen en sus vidas”. Se trata de una acción individual que al mismo tiempo se construye colectivamente.
“La idea del estudio fue poner el foco en las barreras subjetivas que pueden estar operando para dificultar la toma de decisiones que permita la plena participación de las mujeres en los ámbitos públicos”, señaló Gherardi. La misma indagación se replicó en Chile a través de otro equipo de investigación que dirigió la escritora y novelista Diamela Eltit. El trabajo en ambos países fue supervisado por la antropóloga feminista de México Marta Lamas.
La investigación consistió en un estudio cualitativo, basado en 36 entrevistas en profundidad a mujeres de Buenos Aires, Mendoza y Jujuy. Un grupo tenía participación en la esfera pública (partidos políticos, movimientos barriales, ONG) y otro no había trascendido del ámbito doméstico. A pesar de que la muestra fue pequeña, Gherardi consideró que como entrevistaron a mujeres diversas en términos de trayectorias de participación, edades y niveles socioeconómicos, “es posible sacar algunas conclusiones más generales que permitan iluminar algunas tendencias que superan las experiencias personales”.
El estudio de Chile se hizo con una metodología distinta de la que se siguió en Argentina, con grupos focales a mujeres en ciertas situaciones particulares de vulnerabilidad (mujeres privadas de la libertad, mujeres con VIH) donde lo que buscaban era identificar cómo lograban las mujeres en esas condiciones organizar reclamos colectivos para su fortalecimiento.
“Lo interesante es que vemos cómo con dos metodologías distintas a partir de grupos de entrevistadas bien diferentes, hay una conclusión general que compartimos: el mandato de la feminidad se encuentra siempre presente y se manifiesta en los distintos grupos”, subrayó Gheradi. “El mandato de la feminidad, sobre todo la parte de la maternidad y la abnegación que tienen que tener las madres por los hijos, sacrificarse, posponerse y dejar sus cosas para ocuparse de las de ellos, aparece muy claramente en ambos estudios”, agregó Lamas (ver aparte).
Algunas de las entrevistadas incluso lo asumen como la cuota de “machismo” que no pueden superar. Una de ellas dijo: “Ahí está mi parte machista, ahí salta mi prejuicio, porque se necesita la mujer en la casa. Si bien hay hombres que pueden hacer las tareas de la casa excelentemente, no es lo mismo que el papá cuide al nenito con fiebre, que lo cuide la mamá, hay circunstancias en que tiene que estar la mamá”. Otra de las mujeres que participaron del estudio dijo: “Tienen que vencer demasiadas trabas, prejuicios sociales y presiones de género: de los tipos, de la familia, incluso de otras mujeres que no ven que hacer esto es necesario y entonces es mucho, además tienen culpas con el tema de los hijos”. Otra consideró: “Si te vas a dedicar a la política, tener hijos es totalmente irresponsable. Y casi un acto de desamor, porque vos sabés que no podés tener un niño colgado por todos lados. Yo creo que no son compatibles”. Otra mujer opinó: “Genera mucha culpa el tema de no hacerse cargo de esas cosas que socialmente le corresponden a la mujer, entonces ‘che, estás todo el día afuera, ¿y tus chicos?’, ‘están con mi marido’... y pareciera que ‘están con mi marido’ no es suficiente, en cambio para el hombre si le dice ‘los chicos están con mi mujer’, está todo bien, entonces si la mujer deja todo el día a los chicos con el hombre pareciera que socialmente todavía hay una especie de reproche, que genera culpa”. También una de las entrevistadas añadió: “Las mujeres en la política tenemos la desventaja de que tenemos una familia, que tenés que volver a ver a tus hijos, los hombres después de las 10 de la noche arreglan los temas políticos y muchas veces la mujer no puede estar, porque tiene que estar en la casa”.
–Usted es madre y además conduce una ONG importante en el terreno de la Justicia y el género. ¿Se sintió identificada con las conclusiones del estudio? –preguntó este diario a Gherardi.
–Muchos de los testimonios de las mujeres entrevistadas expresaron obstáculos que podemos identificar a lo largo de nuestras vidas. El mandato de la femineidad está presente en la cultura y como tal es parte de aquello con lo que crecemos: qué se espera de las niñas y de las mujeres, qué conductas son “apropiadas” y cuáles son consideradas como una ruptura con el orden establecido. Pero además, es interesante notar que todas las mujeres que tienen actualmente amplia participación en espacios públicos señalan, y podemos compartir, que aún enfrentan una cantidad de obstáculos en la medida en que ellas siguen cuestionando y rompiendo estereotipos sobre aquello que es propio de las mujeres y aquello que no lo es.
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