SOCIEDAD
› DESDE EL VIERNES SE EXHIBE LA COLECCION MAS GRANDE DEL PAIS
Dos hermanas y sus cien muñecas
Son 117 piezas fabricadas entre 1875 y 1935, que fueron donadas por dos coleccionistas privadas a un museo porteño. Se exhiben desde el viernes y hasta fines de setiembre en el Fernández Blanco.
› Por Eduardo Videla
Por primera vez en décadas, las muñecas salieron del cuarto donde vivían, en un departamento de Retiro. Son 117 y, de un día para otro, dejaron de ser el tesoro privado de dos hermanas que las cuidaron durante casi toda su vida, como sólo se cuida a alguien de la familia. Las muñecas ya son patrimonio de la ciudad de Buenos Aires y desde el viernes podrán verse en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. “Si las vendemos, no las vamos a ver más”, pensaron en voz alta las hermanas Marta y María Castellano Fotheringham, al imaginar un destino para su colección privada. “En cambio, si las donamos, las vamos a poder seguir visitando”, concluyeron. Y ahora, cuando las muñecas ya están en su nueva casa, Marta se justifica con una frase que viene de las entrañas: “Fue un desprendimiento duro –dice–, pero lo hicimos por amor a ellas”.
La colección es la más grande de la Argentina y reúne muñecas con las que jugaron las nenas durante sesenta años: desde 1875 a 1935. Las hermanas prefieren no dar fechas sobre el inicio de ese minucioso acopio al que le dedicaron la vida. Habrá que creer lo que dice María, que asegura haber comprado la primera a los 17, con su primer sueldo, aunque no revela el año. O lo que sostiene Marta: “Es algo que empezó en la infancia y se ha mantenido en el tiempo”.
Las primeras las trajeron desde Río Cuarto, la ciudad de su primera infancia. En Córdoba primero y luego en Buenos Aires, empezaron a frecuentar los remates o a recorrer los anticuarios y la feria de San Telmo en busca de ejemplares para su colección. Pero la dedicación no terminaba con el acopio de piezas: Marta se ocupó de restaurar las que estaban desarmadas colocando esos elásticos internos que mantienen unidos los brazos y las piernas con la cabeza, para permitir los movimientos.
Ella misma vistió a las que tenían las ropas raídas, pero no con cualquier tela sino “con géneros de época y puntillas antiguas, que me fue trayendo la gente que sabe que me dedico a esto”. Hasta la ropa interior les hizo, “para que ninguna ande sin calzones”. “Todo con los moldes originales, que me consiguieron en los Estados Unidos”, dice Marta. Y a algunas también les hizo el calzado, con cuero, siempre respetando los modelos de la época.
Durante décadas, la colección fue una gran muestra íntima, instalada en vitrinas a resguardo del polvo y la humedad, en un cuarto exclusivo de la casa de las hermanas Castellano. Ahora, durante dos meses y medio, serán exhibidas en una sala del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, también exclusivamente montada, con una escenografía que evoca una casa pero no de muñecas, con distintas ventanas temáticas.
Patricio López Méndez, jefe técnico de la muestra, explica que el relato “arranca en 1875, época del despegue de esta industria”, en la que se destacó la francesa Maison Juneau, con sus muñecas que son nenas de 3 o 4 años, de tamaño natural, con cara de porcelana opaca y pelo natural. Luego viene la época de las Fashion Dolls, pequeñas mannequins que formaron parte del floreciente negocio de la moda, pues exhibían las últimas creaciones de los diseñadores franceses.
La historia continúa con la disputa entre dos grandes industrias, la francesa y la alemana, que pelearon por una supremacía en el mercado de las muñecas, una lucha que ganaron los germanos, y de la que es un exponente la Marilú, “una marca que surgió a partir de una idea argentina, de las tiendas de ese nombre, en la calle Florida, que mandaban a hacer las muñecas a Alemania”, recuerda López Méndez.
La historia que se cuenta en la muestra llega hasta el comienzo de la hegemonía norteamericana en el rubro, con ejemplares como la réplica de la Shirley Temple que se verá en la muestra, de 1935. Una historia de sesenta años en la que aún no existían los juguetes nacionales y las muñecas venían desde Europa para chicos de familias de alto poder adquisitivo”,explica López Méndez. “Una época en que los chicos europeos trabajaban fabricando juguetes que ellos nunca usarían”, agrega.
La colección de las hermanas Castellano reserva algunas sorpresas, de juguete. Como el muñeco automatizado, creado por la fábrica francesa Steiner en los últimos años del siglo XIX, con cuerda y un mecanismo de relojería que le permite berrear, moviendo los brazos, las piernas y la cabeza”, según explica Daniela Pellegrinelli, curadora de la muestra, que ha hecho un relevamiento exhaustivo de las características de cada una de las piezas donadas. También hay un juguete de arrastre, semiautomatizado, fabricado en 1880: es un muñequito que toca un tambor cuando el carrito donde se encuentra rueda en el piso.
Hay otra historia que es la de la donación, un largo proceso de desprendimiento que finalizó en esta muestra. “Nos decidimos cuando nos garantizaron que las muñecas iban a tener un lugar especial”, dijo Marta.
El director del museo, Jorge Cometti, destaca de ese gesto dos aspectos: “Uno es el de desprendimiento, una actitud individual, pero también hay una expresión de confianza de los donantes hacia una realidad institucional, que es la gestión del museo”, destacó. La muestra podrá verse hasta fines de setiembre y luego se instalará en un depósito, que estará abierto al público, a la espera de un lugar definitivo (ver recuadro).
Las hermanas Castellano no han vivido sólo como coleccionistas. Marta es profesora de dibujo, pintura y diseño industrial y María, ceramista. También tienen una colección de más de 1000 postales antiguas, de la cual Marta explica el origen: “No es que yo las haya buscado. Es que las cosas me han encontrado a mí”.
Marta y María no abandonan a sus criaturas y siguen de cerca los últimos preparativos de la muestra. En una sala del exquisito museo, mientras cuentan su historia a Página/12, reciben la visita de una Juneau, con un vestido blanco de nena, con puntillas, y zapatitos de cuero. Los ojos de sulfuro azul resaltan en la cara de porcelana mate. Los brazos y las piernas son de madera hueca y el cuerpo, de papel maché. Y su ficha –una suerte de DNI– dice que mide 83 centímetros y fue hecha en París entre 1885 y 1889. Las tres posan para la foto que se ve en esta página.
Algunas muñecas hasta tienen nombre, como Marie, que a diferencia de las otras se quedó en la casa, junto a otras dos: “María quiso quedarse con tres, dice que no quiere estar tan sola de golpe –cuenta la hermana–. De todas formas, algún día van a reunirse con las otras”.
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