SOCIEDAD › OPINION
› Por Mariana Moyano
¡Y dale con los medios! ¡Basta, busquen otra cantinela! ¡Ustedes, los K, se quieren llevar puestos a todos los periodistas independientes!”, aúlla un feroz opositor al Gobierno, que ha decidido conservar su cerebro tabicado y mantenerse en eso de que no estamos hablando de una megaingeniería mundial, ni de un esquema económico que horroriza, sino de un capricho de un gobierno contra un diario porque una vez esa publicación la criticó a ella.
El debate, aquí, en nuestro Congreso, el que quieren (dicen) defender de la embestida oficial, afirmó esto: de los 257 diputados que indica la Constitución (y no un panfleto pingüino) que debe haber en la Cámara baja, 147 votaron a favor de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. En el Senado –donde desde el fin de la historia institucional suele decirse que los acuerdos son un tantín más complicados– la goleada fue mayúscula: 4 ausentes, 44 dieron el sí y 24 se opusieron. Números, datos duros, nada de relato, como les gusta susurrar a esos que no tienen la menor idea de qué cuernos es esa palabrita en el lenguaje de la teoría de la comunicación.
Pero bueh, como la cosa no les gustó fueron a ver a los vecinos del Poder Judicial y, primero, pidieron que se suspendiera una ley que aún no había sido votada; luego, que tiraran todo el procedimiento a la basura y después, que pararan algunos artículos. Así estamos desde hace cuatro años.
En el medio –entre aquella votación y estas audiencias convocadas para un “como sí” y que el Estado dio vuelta a base de solidez y convicción– tuvimos: Presupuesto no votado, Congreso tomado por okupas de la timba de la representación, Parlamento paralizado, jueces de vacaciones, magistrados haciendo favores, el oligopolio metiendo púa y una parte de la Corte jugando a las escondidas.
Podría ser un inconveniente puntual, menor, que padece un paisito perdido de la América del Sur. Podría ser una decisión autoritaria de chavistas, kirchneristas y seguidores de Correa que se pasan la República por un sitio impropio. Podría ser una concesión al propio pasado de un ex tupamaro. Podría ser, pero no es.
Porque la problemática sobre lo que son hoy los medios de comunicación es la misma en todo el planeta. Tienen procedimiento calcado y un entramado firme de años y calculado de modo milimétrico.
Cruzando el charco, al proyecto que discute el Frente Amplio en el Congreso uruguayo los medios opositores lo llamaron igualito a como le dicen aquí a lo que les cae mal: polémico. “Polémica ley de medios”, titularon en Montevideo. Que “no fue discutida”, dijo Reuters –esa agencia internacional que opera como la OTAN, pero con máquina de escribir–. Y la “opo”, la mismita que acá, afirmó que si ganan la Presidencia de la Nación, a esa ley, la derogan. ¿Suena, no?
Podría ser que, como a Artigas, la cosa les salió más o menos y que como lo único importante que tienen los vecinos –para la derecha sabelotodo– es Punta del Este, lo que acabo de contar no sirve como referencia. Supongamos.
Pero resulta que la cosa se les complica a esos que no saben definir qué significa relato, pero que lo construyen con perfección pasmosa. Hace unos días terminé de leer un libro de esos que no ocupan las vidrieras de las librerías de los dueños de los medios que dicen que no tienen nada que ver con la influencia editorial. Se llama Los dueños del periodismo y no es ni de un militante de La Cámpora, ni de un referente de la Corriente de la Militancia, ni de un santacruceño pago, ni de un esbirro de Guillermo Moreno. No. El autor se llama Ramón Reig y, para más datos, es español, doctor en Ciencias de la Información y dirige el Departamento de Periodismo II de la Universidad de Sevilla. “A la flauta”. “Tomá pa’vo’”, diría una doña que a los K no tiene por qué creerles nada.
Este buen señor escribió que “Prisa ha firmado alianzas con Clarín, lo que explica la belicosidad hacia la política mediática de Cristina Fernández de Kirchner. Cuando Clarín se siente atacado por las iniciativas antimonopolio de la Presidenta, también se siente atacado Prisa”.Y por si alcanzara, este mismo catedrático –que si pensara como ellos sería una cita habitual, pero como los desnuda será tildado de “fuerza de choque”– dice esto: “Prisa, que está unida a la CNN –una de las empresas de la Time Warner– a través de la cadena española todonoticias CNN + (propiedad 50 por ciento de Prisa y de la CNN) es socio de los grupos latinoamericanos Bavaria de Colombia y Garafulic de Bolivia. Por otro lado, Prisa, Telefónica y el grupo español Vocento –propiedad de ABC y, hasta 2009, de una parte del accionariado de Tele 5, junto a Silvio Berlusconi, que mantiene la mayoría de la propiedad de la cadena– tienen como accionista de referencia al Banco Bilbao Vizcaya Argentinaria (BBVA). Al mismo tiempo, Vocento prolongó su influencia hasta 2007-2008 hacia el mundo mediático argentino a través del Grupo Clarín, del que fue relevante accionista. En 2009, Prisa ha firmado una alianza con Clarín para promoción mutua. Los mensajes de ambos grupos contra el gobierno de Cristina Fernández, al que califican de populista e izquierdista, se volvieron, ese año, especialmente agresivos, sobre todo cuando la Presidenta impulsó medidas antimonopólicas en el mundo mediático de su país”.
Da pavor. Es como una patada, un golpe seco en la boca del estómago. Se van abriendo los ojos a medida que los nombres caen uno a uno mientras se va tirando del piolín de la telaraña. Pánico, alarma, asombro, horror, miedo, preocupación, zozobra. Y parálisis. O política.
¿Recuerdan la sensación cuando vieron por primera vez ese mapa de medios de la Argentina? ¿Recuerdan que les dio susto? ¿Que no se podía creer? ¿Que más de uno se preguntó dónde había estado mientras todo aquello se armaba? Bueno, igual, pero amplificado al mundo. Agarren el planisferio, extiéndanlo en el suelo y vean cómo la cosa sigue.
Porque el periodista empresario de El ciudadano Kane, el Roberto Noble de la primera etapa, el Julio Ramos del –primer– papelucho financiero e incluso el Bartolomé Mitre abuelo de La Nación original ya no son más que figurones. Porque aquéllos ya no toman las decisiones. Los que deciden son las grandes corporaciones; siempre detrás de todo y de hace unas décadas también detrás de la información. La banca es desde hace rato, cuando no accionista, prestamista de medios. Y todas entre sí van cerrando el círculo hasta convertirse en una pitón que aprieta, comprime... y mata.
La News Corp del cuestionadísimo Murdoch marcha de la mano de los negocios de Berlusconi, el grupo Cisneros en Venezuela, el Wall Street Journal y canales en Dubai. La cadena O Globo de Brasil es socia de Prisa, de Televisa y, a su vez, de la News Corp. Antena 3 de España tiene los derechos exclusivos de Disney, cuyos muñequitos sólo se venden en McDonald’s. NBC, de Estados Unidos, es de la General Electric. Y otra General, la Motors, se compró Direct TV.
En Italia, el grupo de medios RCS no es de periodistas, les pertenece a Pirelli y a la Fiat, los de los autos. En Portugal, el grupo de medios Media Capital tiene como accionista a Prisa y a la JP Morgan, el banco que se presenta como serio, pone el numerito de riesgo país que les va conviniendo y lava la platita de los ricos del mundo.
Philips Petroleum, L’Oréal (que eligió en Argentina a determinada conductora de noticiero como cara visible), también compraron medios. Al igual que Dodge, que puso dinero en Televisa junto a la Time Warner.
¿Las agencias? Igualito. AP se la quedó el Citicorp, a AFP la compró France Telecom, a UPI la secta Moon y EFE hizo convenio con Dow Jones
“Las estructuras mediáticas de América latina siguen las pautas propias de la mundialización de la economía”, dice Reig en su último libro y deja para el final la siguiente reflexión: “¿Por qué me preocupa tanto esta dinámica propia de la economía de mercado? Porque empresarialmente puede ser lo habitual y lo lógico, pero lo grave es que este totum revolutum (revoltijo, en criollo) afecta a la libertad del periodista y sin un periodismo realmente libre y riguroso no hay democracia que valga. Al periodismo habrá que llamarlo de otra manera y a la democracia también, pero no engañarnos ni que nos engañen torciendo y tergiversando el significado de los asuntos más relevantes”.
Con ese señor me puse en contacto y me dijo así: “Gracias por acordarse de mi obra y de mí. Tiene usted el perfil que tanto defiendo: periodista y profesora en Comunicación. Pero cuídese, su línea de trabajo es molesta al poder de siempre, como la mía, aunque están ustedes en un proceso ilusionante”.
El sabe que molesta. Sabemos los dos que la telaraña mediática es un entramado de poderes económicos diversos que se comen a los medios de comunicación y al revés, grupos de medios que meten sus tentáculos en negocios ajenos a su supuesta razón de ser. Pero éste ya es dato trillado, así que no alcanza con repetir lo que se sabe. Hay que, de una buena vez, darlo vuelta.
Y porque lo sabe él. Y porque lo sé yo. Y porque hace décadas que lo estamos gritando, primero solos y ahora de a muchos, es que las audiencias en la Corte les mostraron a millones de ojos quién defiende al dinero y quién a la libertad; y que esta ley no está sola. Porque no es una normativa escrita en un papel. Es el grito desesperado de una democracia que está harta del discurso único; que está hasta el tuétano del versito del falso pluralismo que pone a opositores a matarse en un set de TV, pero que no se le anima a la otra agenda; que no da más de que su verdad sea sólo la mercantil y que quiere que al menos una, una solita vez, las corporaciones, en un paisito perdido de un continente olvidado, allá, por el sur de la razón, tengan que pedir, si no, perdón, por lo menos permiso.
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