Vie 18.07.2003

SOCIEDAD  › ES UN CHICO CON ANTECEDENTES PERSEGUIDO POR UN POLICIA

Una sospechosa desaparición en Pilar

El chico había sido amenazado por un policía del barrio. “No quiero que me maten”, dijo en su última carta, a su novia. Desapareció hace cinco semanas. Hubo una marcha de silencio.

› Por Alejandra Dandan

¿Escuadrones de la muerte? Para la familia es una desaparición inducida o producida por uno de los policías de la comisaría de Pilar. Esteban Marcelo Ibáñez es “Manteca”, un adolescente de 17 años que desde hace un mes y una semana no da señales de vida. Hasta ese momento era uno de los pibes chorros del barrio, con antecedentes penales y quien pocos días antes de perderse le escribió una carta a su novia con una denuncia contra el policía Munilla: “Todos los días pasa por mi casa y estoy re cagado. No aguanto, tengo mucho miedo. No quiero que me maten”. Hace una semana, su mamá, su padre y su novia hicieron la primera marcha de silencio en Pilar: quieren motorizar la investigación para encontrarlo.
La última vez que lo vieron con vida, Manteca estaba en la estación de trenes de Pilar, eran las siete de la tarde del 13 de junio. Esa tarde tenía la bicicleta de su padre, un pantalón de gimnasia, su par de zapatillas Topper blancas y la campera rompevientos azul y celeste para frenar el frío. Esos detalles quedaron escritos en la primera denuncia de paradero que hizo su padre en la unidad fiscal Nº 2 de San Isidro. Para entonces, su padre ya estaba preocupado: a su hijo lo buscaba un policía.
“Quien hace la denuncia –indicó su padre en esa oportunidad– está preocupado por la seguridad de su hijo, pues hacía menos de un mes que un policía de apellido Munilla, que trabaja en la comisaría de Pilar, lo había estado buscando por los lugares que frecuentaba y le había dicho en una oportunidad: ‘Te voy a agarrar’. Además pasaba todos los días por la puerta de su casa; por este motivo su hijo se había mudado al domicilio del deponente.”
La relación entre Manteca y el policía ahora es un interrogante. Poco antes de la desaparición, el chico había formado parte de un robo a una carnicería del barrio. Marcela Fernández, su madre, está convencida de que los dueños de la carnicería habrían contratado al policía para matarlo: “Cuidalo –le dijeron– porque pagamos para bajarlo”.
Desde ese momento, y con ese antecedente, Marcela procuró proteger a su hijo sacándolo del barrio. Lo mandó a Laferrère durante unas semanas, a la casa donde vive su ex pareja, y cada tanto volvía a Pilar, paraba en casa de su madre o de Tamara, su novia. Así estuvo durante unas tres o cuatro semanas, hasta el día que se tomó el tren desde Laferrère hacia Pilar y ya no lo vieron más.
“Esteban se iba de mi casa a Laferrère”, dice ahora Tamara. “No salía nunca de estar con la gente de acá: ahora, a más de un mes, lo raro de todo esto es que justo, qué casualidad, antes me había dado esa carta.”
La carta no tiene fechas, fue reproducida por la agencia Télam y luego la familia se la entregó a este diario. Manteca la escribió una semana antes de la desaparición, de noche, en su casa de Pilar, después de pedirle a su mamá una lapicera.
“Hola, Negra, ¿cómo andás? –le dice a su novia–. Te mando esta carta para decirte que te re extraño y te quiero mucho. Te paso a contar que acá en el Agustoni –su barrio– está todo re podrido; que a mí me quieren matar, al Fede también.”
Manteca no dejó espacios. Rápidamente se puso a contar las razones que ahora disparan las sospechas contra la policía de Pilar, pero que también abren un manto de preguntas irresueltas: “Pasa Munilla –el policía– todos los días por mi casa y yo estoy re cagado, no aguanto, estoy re preso acá en mi casa, tengo mucho miedo. No quiero que me maten”.
Para entonces, Manteca vivía entre Laferrère y Pilar e intentaba poco a poco alejarse, tal como dice, del mundo de los robos. “Bueno, te paso a contar –le dice a Tamara– que estoy dejando la droga, el escabio y de robar.” A partir de ese momento comienza una de sus últimas líneas, un párrafo que para los familiares puede contener algunas pistas, pero que todavía nadie está en condiciones de revelar: “Negra –dice–, te cuento que estoy más tranquilo porque hablé con el Señor y me perdonó, y ahora elúnico que falta que me perdone es ese hombre, que Dios sabe que lo que hice, lo hice para proteger mi vida”.
Su familia trata de comprender ahora quién es ese “hombre”. Intenta establecer la relación entre el robo a la carnicería, su desaparición y este último punto en cuestión. Saben por la información policial que durante aquel robo no se produjo ningún herido ni muerte. Y que los únicos perjudicados habrían sido los dueños del local. ¿Serían ellos quienes tienen que perdonarlo? ¿O sería el policía Munilla?
La causa por la desaparición estuvo durante una semana a cargo del fiscal Enrique Ferrari, de Pilar. Ferrari debió inhibirse por una resolución interna que les prohíbe a los fiscales investigar denuncias donde están involucrados funcionarios públicos o policías de la localidad. Mientras tuvo el expediente en sus manos, comparó la información que tenía con las hipótesis que manejaba la familia. Entre esas hipótesis se encuentra la de una muerte por encargo pedida a uno de los policías de Pilar. Ferrari está tan poco convencido de esto como de la existencia de un escuadrón de la muerte, un ejército que, según el, no tendría antecedentes en Pilar.

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