SOCIEDAD › LAS CREENCIAS ERRóNEAS EN TORNO DE LA HIDRATACIóN
Que el agua “baja en sodio” sirve para cuidar el corazón. Que beber con las comidas es malo. Que los jugos pueden sustituir el agua. Que el agua envasada es mejor que la de red. En medio de la ola de calor, un estudio muestra los mitos sobre el consumo de agua. Las aclaraciones de los especialistas.
› Por Pedro Lipcovich
No es cierto que tomar agua “baja en sodio” sirva para cuidar el corazón, porque la cantidad de sodio en el agua potable no es significativa (pero el 80 por ciento de la gente sostiene la creencia errónea). Tampoco es cierto que tomar mucha agua con las comidas dificulte la digestión; al revés, las comidas son una buena oportunidad para tomar agua, si uno se olvida de hacerlo en otros momentos (pero el 27 por ciento de la gente cree que es mejor no tomar agua al comer). Cuatro especialistas escribieron un trabajo en el que, luego de relevar los errores más generalizados sobre el consumo de agua, subrayan las verdades que la ciencia admite. Un peligroso error consiste (sostenido por una de cada tres personas) en suponer que los jugos o bebidas gaseosas pueden sustituir al agua: falso, porque son factor principal en la actual epidemia de obesidad; los mecanismos de saciedad que en el organismo, mal o bien, funcionan para los alimentos sólidos, no existen para el consumo de líquidos. Por eso, “la bebida por excelencia para la hidratación es el agua”: dos litros por día es una cantidad mínima aceptada, pero los que pesan más deberían tomar más. Y el agua de red no tiene nada que envidiarles a las envasadas.
El artículo “Creencias, mitos y realidades relacionadas con el consumo de agua” se publicó en la revista Insuficiencia Cardíaca y sus autores son Ricardo Iglesias –ex presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología–, Esteban Carmuega –director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni)–, Luciano Spena –director de la Licenciatura en Nutrición de la Universidad de Morón y miembro de la comisión directiva de la Asociación Argentina de Nutricionistas– y César Casávola –presidente de la Sociedad Argentina de Nutrición–. El trabajo de campo fue efectuado por TNS Argentina, en marzo de 2013. Se realizaron 1014 entrevistas, a distintos grupos etarios, poblacionales y educacionales de todo el país.
La investigación detectó, en alta proporción, dos creencias señaladas como erróneas por los especialistas. La primera fue que “para cuidar el corazón, hay que tomar agua baja en sodio”: el 80 por ciento de la población encuestada se atuvo a este error. La segunda falsa creencia fue que “para cuidar que los chicos no engorden, hay que fijarse más en la comida que en la bebida”: el 62 por ciento de los entrevistados lo sostuvo así. Se expresaron también otras tres creencias erróneas: que “cualquier bebida hidrata por igual, no es necesario tomar agua” (lo manifestó el 33 por ciento de los encuestados), que “hay que tomar agua sólo cuando se tiene sed” –afirmó el 31 por ciento– y que “tomar agua durante las comidas dificulta la digestión” –dijo el 27 por ciento de los entrevistados–.
El error de fijarse más en la comida que en la bebida se agrava porque el cuerpo, por sí solo, no se da cuenta de las calorías que ingresan, como de contrabando, con las bebidas: “El organismo tiene mecanismos de control para regular las calorías que ingiere con los alimentos sólidos: hay señales de saciedad gracias a las cuales, en algún momento, la persona para de comer. Pero para las calorías líquidas estos mecanismos no rigen, porque, en la naturaleza, prácticamente no hay bebidas que tengan calorías –explicó Carmuega–. Por eso es tan fácil beber calorías de más”.
“En los niños y adolescentes –agregó el director del Cesni– se suma otro factor: las bebidas azucaradas están muy disponibles en ambientes de diversión y encuentro, de modo que ese consumo de calorías se asocia con señales que contribuyen a una ingesta desproporcionada, como lo mostró el estudio ‘Hidratar’” (ver aparte). Entonces, “la bebida por excelencia para la hidratación es el agua. Hay muchas evidencias de que una herramienta para enfrentar la epidemia de obesidad consiste en el control del consumo excesivo de bebidas azucaradas”, concluyó.
Pero, en cuanto a tomar agua con las comidas, ¿no será cierto que afecta la digestión? “No”, ratificó César Casávola, y puntualizó que “el estómago se comporta en forma distinta con los líquidos y con los sólidos: a la salida del estómago hay una válvula muscular muy potente, el píloro, que impide la salida de sólidos hasta que no hayan sido bien digeridos; el píloro no permite que salgan partículas mayores de dos milímetros, por lo menos hasta después de dos horas de su ingestión. En cambio, esa válvula deja pasar fácilmente los líquidos, particularmente el agua y en especial si está a temperatura ambiente. El agua fría permanece en el estómago hasta que haya alcanzado la temperatura del cuerpo. Las bebidas con concentración alta de azúcar también tardan más en salir, y por eso las bebidas deportivas no pasan del seis por ciento de azúcar. Los licuados también tardan más, aunque siempre menos que el alimento sólido. Esto implica también que los balones intragástricos, utilizados en casos de obesidad mórbida, funcionan para limitar la ingesta de sólidos pero no limitan el paso a las calorías contenidas en los líquidos”.
¿Y el agua promocionada como “baja en sodio”? El trabajo en la revista Insuficiencia Cardíaca precisa que, “para la Organización Mundial de la Salud (OMS), el agua no contribuye significativamente a la ingesta total diaria de sodio en la población general, y no hay conclusiones firmes sobre asociación entre el sodio en el agua y la hipertensión arterial. En consideración a ello no proponen guías para regular este tema”. El cardiólogo Iglesias advirtió que “algunos se dicen: ‘Como con sal pero, bueno, tomo agua baja en sodio’, y es un falso argumento. La cantidad de sodio que puede tener el agua es insignificante. Donde hay que cuidarse del sodio es en las comidas: gran parte del sodio que se consume proviene de alimentos ya manufacturados, y el resto del salero; la Argentina es un país con alto consumo de sal, que está entre los 12 y los 16 gramos por persona, cuando la recomendación de la OMS es no superar los 6 gramos”.
Y también aportan sodio “las bebidas con edulcorantes –advirtió Luciano Spena–. Las personas obesas o hipertensas que reemplazan las gaseosas azucaradas por gaseosas con edulcorante deben tomar en cuenta la carga de sodio que pueden tener estas bebidas, especialmente si toman mucha cantidad”.
Los autores coinciden en que, para tomar agua, no habría que esperar a que el organismo desencadene la señal de la sed: “La aparición de la sed implica que se ha perdido un dos por ciento de los líquidos corporales –señaló Spena–: cuando tenemos sed es porque ya estamos deshidratados y empieza a mermar el rendimiento físico y mental”.
Bueno, ¿cuánta agua tomar? La Guía Alimentaria para la Población Argentina, publicada por la Asociación Argentina de Nutricionistas (Aadyn), plantea “beber como mínimo dos litros diarios; esto, sumado al agua que forma parte de los alimentos, completa unos dos litros y medio –precisó Spena–. De todos modos, la ingesta de agua debería depender del peso de la persona: el 60 o 65 por ciento del cuerpo está compuesto por agua y, entonces, una persona que pese 120 kilos tendrá requerimientos diferentes, porque debe conservar una masa líquida mayor. Si una persona de 75 u 80 kilos debe ingerir dos litros o dos y medio por día, una de cien kilos puede requerir tres o tres litros y medio”.
Iglesias agregó que “en verano conviene tomar más, de tres litros para arriba en hombres y dos y medio en mujeres”, aclaró que “también vale la soda o el agua gasificada”, y destacó que “el agua de red, en Buenos Aires y otras ciudades, es perfectamente potable y el cloro que contiene no afecta en absoluto la salud; sólo hay que tener la precaución de limpiar periódicamente los tanques domiciliarios”.
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