SOCIEDAD › LA PLAYA DE VILLA GESELL ABIERTA PARA PERSONAS CON DIVERSAS DISCAPACIDADES
Está en 129 y la costa, y tiene el objetivo de mejorar el acceso al agua y las actividades de playa a las personas con distintas dificultades. Accesos amigables, personal dispuesto a ayudar, sillas de ruedas anfibias y, sobre todo, mucho humor en medio del calor.
› Por Soledad Vallejos
Desde Villa Gesell
Pasan las cuatro de la tarde y Juan Carlos dice que el agua está fría pero linda. Hay sol, cielo pleno, y el barullo al lado del muelle dice que el gentío no deja centímetro de arena por colonizar. Entonces Juan Carlos, de Junín, 74 años, pide que lo ayuden a ir más adentro, que empujen la silla de ruedas anfibia que le permite disfrutar del mar. Agrega: “Me tengo que mojar bien el muñón”, y se desarma de risa. “Tocá, no ves, le pongo crema todos los días”, explica mientras Nicolás Tortarolo, jefe del area de discapacidad de la Municipalidad de Villa Gesell, le sigue la corriente, no en la prueba de la tersura, sino del agua. Mar adentro va, todo lo posible, la silla de ruedas neumáticas y flotadores a los costados. Es una tarde más en la Playa Integrada de la Villa, el balneario preparado especialmente para personas con capacidades diferentes que desde 2009 abre entre en el muelle y el puesto de Cruz Roja, en 129 y playa, para que la temporada, en toda su extensión, sea más accesible para todos, de diciembre a fines de marzo.
Bajo el sol inclemente, Tortarolo enumera la estadística con el entusiasmo de demostrar que los años le dan la razón, que público había pero espacio adecuado faltaba. “La primera temporada teníamos cinco carpas y atendimos a 64 personas con discapacidad, con acompañantes eran 256. En 2010-2011, eran 105 y en total 420. En 2011-2012, vinieron 134 y en total eran 536. Entre 2012 y 2013, que ya tuvimos diez carpas, atendimos a 205 personas con discapacidad, 820 con acompañantes. Y entre diciembre de 2013 y el 25 de enero de este año, ya llevamos atendidas a 125, 375 con sus acompañantes.” Llegan de Mendoza, San Luis, Jujuy, Pergamino, Mar del Plata, Pinamar. ¿Cómo se enteran? “Las personas con discapacidad y con parientes con discapacidad se comunican mucho entre ellas, se pasan muchos datos.”
Toma un poco de aire y señala una placa en la pared de la oficina, sobre la rambla: “Estamos certificados como turismo accesible por las normas IRAM”, dice, y explica que para eso suman no sólo el estacionamiento exclusivo y la rampa (“con inclinación del ocho por ciento, para las sillas de ruedas”), las sillas anfibias para adultos como Juan Carlos y las de niños, importadas y con ruedas de PVC, sofisticadas, como de prototipo lunar, y los baños con dispositivos de seguridad y hasta timbre inalámbrico por si es preciso pedir ayuda. También, explica, tiene que ver con esas marcas amarillas en el sendero de madera, pintadas “cada metro cincuenta, que es una convención, y que ayuda a los disminuidos visuales a orientarse. ¿Ves? Ahí les marca la curva y saben que van doblando, van llegando a las carpas”. Con los años, Tortarolo fue sumando detalles que terminan por acomodar el lugar a quien llegue, porque “para una persona con capacidades especiales, cuanto menos necesite a otro, mejor es. Así pueden hacer lo más posible por su cuenta”.
Desde unos metros más allá, arena adentro, llega aroma a comida, no a una en particular, sino a varias. Un poco de perfume a queso caliente, a arroz, a alguna pasta humeante y algo vagamente vegetal. Los olores llegan con el rumor de una charla. Betty ve una cámara de fotos, un anotador y se levanta rauda aunque el almuerzo esté en su apogeo. Sobre la mesa hay dos tuppers gigantes, siete platos, sendos vasos, botellas. Comen Betty y su pareja, su hija Mary, una familia amiga. La sonrisa de esta señora coquetísima con gafas dice que está agradecida; las palabras la acompañan. Es madre de Mary, una chica de 26 años con Síndrome de Down y una alegría desbordante. Hoy, en la playa, tienen invitados: una familia que es vecina del departamento en el que pasan las vacaciones, desde diciembre, y que dejarán en un par de días.
Betty explica en qué es diferente para ella y para Mary estar aquí: “Cuando sos familiar de una persona con capacidades especiales, estás siempre en guardia. Cada vez que estás en un círculo nuevo, estás a la defensiva porque todo te cuesta más: el transporte, los trámites en las obras sociales, cualquier cosa. Acá llegué igual, y me bajaron la guardia”. Betty dice que fue fácil, porque las siete personas que atienden el lugar, entre carperos, guardavidas, asistentes, son “todos jovencitos, que tratan con cariño, con alegría”, y que “vas bajando a la playa y siempre van un paso adelante para ayudarte”. Habla de Tortarolo, Matías, Sandra y Campanita. “Bueno, se llama Celeste, pero acá todos le decimos Campanita porque es sorda”, agrega como puede, mientras estalla en una carcajada. Tentado de risa, Tortarolo reconoce que a Celeste la bautizaron así en esta playa, y que la propia bautizada adora el apodo. “Es sorda, tiene un implante coclear, y es viva, rapidísima. Habla, eh. Y te lee los labios aunque estés un poco de perfil. Rápida”, dice Tortarolo con admiración.
Más abajo, en la orilla, Pablo Krotsch, deportista de elite y campeón de kayak que da clases como parte de las actividades estables de la playa (se dictan lunes, miércoles, viernes y sábado), entra con un alumno al mar. A unos metros, Juan Carlos sigue dejando que las olas mezan poquito la silla anfibia. Desde la parte seca de la arena, su hermana Nilda, que llegó desde Mendoza para estar unos días con él al sol, dice “no es porque sea mi hermano, pero no sabés qué buen humor tiene”. Juan Carlos, que perdió parte de la pierna izquierda hace 50 años, en un accidente de tren, y desde entonces camina con prótesis, ligerito como si eso nunca hubiera pasado, no llega a escucharla, ocupado como está en seguir haciendo bromas. Y echando agua sobre la derecha y sobre el muñón, porque a fin de cuentas está de vacaciones en el mar.
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