SOCIEDAD
› UN LIBRO PLANTEA UN CURIOSO RESCATE DE LAS GOLOSINAS ARGENTINAS
El quiosco como objeto de estudio
Es ese elemento tan cotidiano como pasajero, que permite pasar del sabor particular al arte anónimo del envoltorio, de la nostalgia por la infancia a la evaluación antropológica. “Golosinas argentinas” propone una inédita mirada sobre la experiencia de ir al quiosco.
› Por Pedro Lipcovich
Supongamos que cada quiosco de golosinas se convirtiera en una exposición de arte; que en cada uno de ellos, además, la experiencia artística pudiera enlazarse con la emoción de revisitar la infancia; supongamos además que cada uno pudiera llevarse valiosas obras de la exposiciónquiosco, todas las que quisiera, por unos pocos centavos, para verlas, y olerlas, saborearlas y comerlas. Todo esto se propone y logra un libro que acaba de aparecer y que literalmente, gracias a una preparación especial, huele a chicle. El libro, Golosinas argentinas, se organiza alrededor de ilustraciones que permiten, por ejemplo, apreciar el arte mayor del anónimo diseñador del envase original de las galletitas Rhodesia. Se trata de “una puesta en valor de la golosina, de generar otra mirada sobre esos objetos tan cotidianos”, dice su autora. El libro incluye un texto antropológico sobre las golosinas, “esas amenazas al orden del consumo estructurado”.
El olor del chicle Bazooka puede percibirse a libro cerrado pero brota de la página 10: “Encargamos el trabajo a una empresa especializada y produjeron la esencia que va mezclada con una laca especial para que se conserve”, explica Erica Rubinstein, autora de Golosinas argentinas, publicada por Ediciones Larivière. Erica, diseñadora, preparó el libro con la idea de que sea “una golosina en sí mismo”.
“No intenté hacer un libro histórico ni un catálogo, sino una reelaboración y puesta en valor de la golosina.” Por ejemplo: en las páginas 32 y 33 se despliega el dibujo completo del primer envoltorio de las galletitas Rhodesia, de 1952: “Es una obra de arte”, acierta Rubinstein y comenta que “el nombre del diseñador, que también creó el envase original de las Tita, se perdió. Es que las empresas no suelen tener mucho registro y, sobre todo cuando las venden a multinacionales, se pierden datos que son parte de nuestro patrimonio”.
En la página 29 puede verse la forma pura de la “Botellita de whisky” Felfort, que nadie jamás se detuvo a contemplar antes de morderla. Es que la idea es “generar otra mirada, una distancia que permita otro punto de vista; detenerse en todas las posibilidades que ofrecen esos objetos tan cotidianos”, dice la autora.
En su búsqueda, Rubinstein obtuvo hallazgos como un prototipo original de los muñequitos Jack, además de una colección de los muñequitos en sí mismos: “La empresa Felfort daba a pintar los muñequitos a las familias del barrio donde estaba la fábrica: los pintaban a mano y por eso no había dos exactamente iguales; pero hace unos años empezaron a hacerse en China, se perdió esa cosa artesanal y también cambiaron los personajes, que ahora son los de los cartoons internacionales”. Los pirulines, en cambio, siguen fabricándose artesanalmente, y en la página 15 puede advertirse que no hay dos iguales, esos pequeños vitreaux dulces y con palito.
¿Por qué las golosinas? El antropólogo Eduardo Archetti –uno de sus textos se incluye en el libro– comenta que “las golosinas no entran en el consumo estructurado, el que se hace a determinada hora y en determinada ocasión: la ciudad está llena de envoltorios que los chicos tiran, antes de llegar a la casa, para que la madre no descubra que han estado comiendo golosinas antes del almuerzo, que se han ‘arruinado el apetito’: la golosina amenaza el orden esperado y a su alrededor se tejen complicidades y pactos, sistemas de intercambios, reciprocidades, porque, cuando las monedas no alcanzan, cada chico sabe a qué compañero puede pedirle o no”.
Por otra parte, “fíjese que, cuando uno va a visitar a un emigrado, el regalo que prefiere es una golosina de su país de origen. La emoción que produce el dulce de leche argentino es incomparable, y no porque seamos los inventores: en muchos países hay dulce de leche, pero su sabor es distinto en cada uno. Tampoco los alfajores argentinos se aprecian en otros lugares porque, como todas nuestras golosinas, son muy dulces, y las sutilezas del dulce sólo pueden apreciarse si uno fue socializado desde chico en ese sabor”, agrega el antropólogo. Para no empalagarse, puede ser oportuno volver a lo visual: en la página 48 se presenta el sorprendente, rítmico diseño del pliego completo -solicitado por la autora a Cadbury-Stani– a partir del cual se hacen los envoltorios de los caramelos Media Hora (que no han dejado de fabricarse). En otra página, las irrepetibles vetas de un Biznikke. Y los diseños golosos de Alejandro Ros, y también obras de artistas que trabajaron a partir de golosinas, como los chicles sobre madera del grupo Mondongo, una de cuyas obras está en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
El libro incluye un trabajo de Carlos Ulanovsky sobre los quioscos, “aquellos recintos íntimos y personales con los que podíamos confrontar nuestra identidad”, establecimientos propios de la Argentina que, comenta, “hoy están desnaturalizados, enrejados y, si hubo alguna vez un quiosquero de profesión, no suele serlo el de ahora, que es quiosquero por necesidad y por emergencia”.
El libro se presentará hoy a las 19 en el Centro Cultural Recoleta.