SOCIEDAD
Una iglesia histórica que quedó a la buena de Dios
Es la parroquia San Ignacio, en Bolívar y Alsina. El edificio es monumento histórico, pero con la crisis casi no hay limosna. Para evitar el cierre, el cura salió a la calle a pedir ayuda.
› Por Horacio Cecchi
Sobre la pared del frente, blanco sobre fondo gris, letras negras, dice: “Monumento Histórico Nacional. Ley Nº 12665. Cuídelo. Es parte de su memoria”. A dos metros del cartel, sobre la calle Bolívar, casi esquina Alsina, Francisco Delamer, con una caja de cartón y tapa en forma de urna, se acerca a cada uno de los peatones que pasan por la vereda y les pide: “Una limosna para los pobres de la parroquia”. Hace seis años que Delamer es el párroco de San Ignacio de Loyola, la iglesia más antigua de la ciudad, la del cartel de la ley y la memoria. Y hace diez días que tomó la decisión de salir a mendigar. Motivos: la crisis cercenó los aportes de los fieles y, con más de dos mil pesos mensuales en rojo, y el teléfono ya cortado por falta de pago, ni con un pagadiós se levantarían los cortes de luz y gas, con lo que la iglesia más antigua de Buenos Aires cerraría como parroquia y pasaría a ser museo.
Delamer es corpulento, de anteojos, calvo, viste una sotana blanca. Es imposible que pase inadvertido, especialmente con la enorme caja de cartón con un cartel en el frente que dice: “Limosna para la parroquia”. “Una limosna para los pobres de la parroquia”, pide. A unos metros, dos ayudantes del párroco distribuyen volantes explicativos. “San Ignacio en Default”, es el título y explican: “$ 1000 por mes, de luz; $ 3 mil por mes en sueldos y cargas sociales al personal de secretaría, limpieza y mantenimiento. Reposición periódica de luminarias, artículos de limpieza de los baños públicos, claustro y templo, superficies enormes!”, destaca y concluye: “$ 2000 en desequilibrio, por mes (variable)”.
“Las parroquias se mantienen de la limosna de sus fieles –explicó Delamer a Página/12–. Ninguna, excepto las de las villas, reciben ningún subsidio de la Curia, mucho menos del Estado.” Bien o mal, de alguna forma, la de San Ignacio se las arregló para seguir en su calvario. Pero de un año a esta parte, Delamer comenzó a comprender que las señales del Señor no sólo llegaban como imágenes o sueños, sino que pueden manifestarse, si es imprescindible, con las formas más inesperadas como el cuerpo de una voluminosa pila de facturas impagas, de teléfono, de luz, de gas, vencidas, por vencer, intimaciones, anuncios de próximos cortes.
Delamer también comprendió que los alcances de los designios de otro señor, de un ministerio, sí, pero el de Economía, estaban casi tan omnipresentes como los del señor de los cielos. “Después del corralito, la limosna de los fieles cayó en un setenta por ciento”, aseguró algo compungido el sacerdote. “Es cierto que este barrio es de gente carenciada, es el Bronx, desempleados, indocumentados, que no tienen ni nunca tuvieron. Esta parroquia asiste a 500 personas a través de Cáritas. Pero también es cierto que hay fieles que tienen y siempre dieron su limosna. Pero desde diciembre esto fue como un avión que cae.”
Hace diez días, después de que los avisos de corte se concretaron en el corte del teléfono, Delamer vistió su sotana blanca y salió a la calle a pedir limosna. “Me inspiré en las antiguas órdenes mendicantes de los franciscanos, cuando eran realmente mendicantes, los dominicos. Me costó un poco al principio. Pero la gente responde, me está ayudando. Más los pobres que los señores de la city, que siempre pasan apurados con su saco y corbata. Fui pagando las cuentas. Pero si no salía, en unos días más hubiera tenido que cerrar la parroquia por falta de empleados, y de los servicios más imprescindibles como la luz y el gas.”
San Ignacio de Loyola, ubicada en Bolívar y Alsina, es uno de los edificios más antiguos de la ciudad. En la vieja aldea ocupó el lugar donde se levanta la Pirámide de Mayo, y cuando se levantó el fuerte fue corrida al lugar actual. Entre 1775 y 1791 fue sede de la Catedral. Incluso, el edificio fue considerado monumento histórico nacional. Y otra vez las infinitas parábolas del Señor deberán tomarse como indicios: el edificio tiene dos inmensas rajaduras, lo que inequívocamente señalan el peligro de que algo más que la limosna caiga, y esta vez sobre la cabezade fieles y transeúntes. “En todas las ciudades del mundo civilizado, el tránsito pesado no pasa junto a edificios tan antiguos, cuidan el patrimonio histórico. Acá no solamente no hacen eso, sino que no vienen ni a mantenerlo.”
Un solo y último ruego, no al cielo sino al Gobierno: “Que por lo menos paguen la luz, que este es un monumento histórico y hay que tener siempre esos portentosos focos encendidos. Siempre”.
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