Dom 24.08.2003

SOCIEDAD  › LA FISCAL QUE MAS TEME LA POLICIA

“Todo lo que me llega está contaminado con algo azul”

Miriam Rodríguez no les da tregua. Dice que las causas con policías involucrados son más graves. Y por eso las prioriza. Ahora denuncia que la Bonaerense le hizo la cruz. Que le boicotean las investigaciones. Aquí, cuenta cómo es convivir con la Maldita Policía.

› Por Alejandra Dandan

Hace dos años tomó la fiscalía de Investigaciones Complejas de Mercedes. Nunca durmió con sus enemigos, pero con el primer caso le pasó algo parecido. Investigó y detuvo a siete policías, entre ellos a alguien que aparecía en su agenda, un oficial de la Brigada de Investigaciones de General Rodríguez, uno de sus más estrechos colaboradores. A partir de entonces logró el pase a disponibilidad de una veintena de hombres de la Bonaerense. Les abrió causas por asociación ilícita en robo de autos, por apremios ilegales, por ventas de protección y malversación de caudales públicos. Las causas la trasformaron en un trastorno: la Bonaerense –dice– “me ha hecho la cruz”, le boicotean investigaciones y hasta le han aflojado las ruedas al auto de uno de sus colaboradores. Ella usa aritos de perlas y no dice “armas de fuego” cuando habla, sino “fierros” “chorros” o “caños”. Tiene 43 años y una vida de pueblerina en un sitio donde los policías siempre fueron los buenos y no el engranaje de una “corporación que no me perdona”. La fiscal es Miriam Rodríguez. En esta entrevista con Página/12, pasa revista a su convivencia con la Maldita Policía.
–Lo problemático de todo esto –arranca casi sin respiro, apenas escucha una pregunta– es que yo intervengo en causas complejas y necesito de la policía. Y lamentablemente la policía, que es una corporación, me ha hecho la cruz: no tengo colaboración para investigar ni siquiera delitos cometidos por civiles, por llamarlos de alguna manera.
–¿Por qué?
–Porque me asocian con la fiscal que investigó a la policía: meto preso al comisario de (la seccional de) Rodríguez primera y le duele al de Bahía Blanca, ellos por las dudas no me dan colaboración. No saben qué estoy investigando, pero como no saben, por las dudas, no me ayudan: creen que esa información se les puede volver en contra.
–¿En contra de la corporación?
–Es así, en la parte operativa no tengo colaboración: soy la UFI de los policías, ésa es mi etiqueta. Tengo otras causas complicadas donde no surgen policías pero ellos actúan como corporación: creen que los investigo, pero los investigo a partir de una denuncia, no ando buscando abajo de las alfombras para ver si hay tierra.
La puja contra la Bonaerense tiene ribetes de una pelea cuerpo a cuerpo. Ella entró en ese combate en noviembre de 2001, cuando la fiscalía general de Mercedes abría una unidad dedicada a los “delitos complejos”, donde van a parar las causas más delicadas contra funcionarios de primera línea de la zona, hombres del poder judicial e incluso la policía. Ya para ese entonces, Miriam Rodríguez era un personaje conocido en los tribunales, allí hizo toda la carrera judicial y pasó años como secretaria de Cámara hasta que comenzó a prepararse para ocupar un puesto de fiscal que estaba vacante.
–¿Por qué fiscal? –repregunta–. Es lo mismo que me preguntó el psicólogo cuando me entrevistó para el cargo.
A esta altura, ella ya tiene algunas respuestas. Su templanza, el carácter, pero a esas explicaciones les falta un detalle:
–No serviría para ser juez –dice–: el juez está ahí esperando, tiene una actitud expectante. De mi parte, creo en la necesidad de restablecer un orden vulnerado, soy más idealista, tengo un ideal de justicia y nunca, por ejemplo, podría ser defensora: no les creo a los imputados, me encanta ser la mala de la película.
–¿Desde cuando es “la mala de la película”?
–Siempre. Con mi familia, con mis amigos: amo u odio, siempre fue igual. Creo que los grises no existen, mi casa es blanca, toda blanca, todo es así.
Durante estos años, por su fiscalía pasaron distintas causas, un 60 por ciento con imputaciones o denuncias contra la Bonaerense.
–¿Imaginaba encontrarse esta policía?
–No. Me di cuenta de que son muchos más de los que suponía en algún momento. Estamos cansados de escuchar aquello de que `Vamos a proteger al policía honesto`: siempre fue malo generalizar, pero tal vez mi universo de causas impide que me forme un criterio de porcentajes porque todo lo que me llega es lo que está contaminado con algo azul.
–¿Cuál es la relación con los policías?
–Siento que me temen. Me tienen terror. Y yo quiero que me respeten nada más, porque el temor reverencial no sirve: que sepan que el policía que se equivoca trabajando lo voy a ayudar. Ahora, el que se pone de la vereda de enfrente y decide robar, y bueno, ése decidió: al policía que va a una escuela, que le enseñan a investigar delitos y que decide de motu proprio y usa el uniforme y sus conocimientos y el arma y sus contactos y el poder que tiene para delinquir, a ése lo voy a destruir. Que me digan que lo persigo, si la función como fiscal es ser el malo de la película.
–A lo largo de las investigaciones aparecieron distintos tipos de presiones. ¿Podría contar algunos detalles?
–Presiones de la defensa en general, pidieron apartamiento. Me dijeron de todo: que no era objetiva, que era parcial. Pero parcial soy, porque soy parte del proceso, no soy juez, soy fiscal. Debo ser objetiva, eso sí: pero que sea más estricta y que pida detenciones y que otros fiscales no las pidan, no significa que me estoy apartando de la ley. Los toreo por ese lado y automáticamente, cuando lo hago, bajan los decibeles.
–¿Tiene mayores dificultades por ser mujer?
–No hay cuestionamientos o desconsideraciones por el sexo –dice–, tal vez porque tengo fama de dura.
Durante un año y medio investigó a los integrantes de una banda dedicada al negocio de distribución y venta de autos robados. Entre los detenidos, existen siete policías. Uno de ellos es Jorge Daniel de Armas, que por entonces era oficial inspector de la unidad de Investigaciones de General Rodríguez y, lo peor, uno de los hombres de confianza de la fiscalía de Mercedes.
–Fue muy penoso –dice ella– Se lo dije, incluso lo hablé con uno de sus superiores.
La consulta con aquel superior generó una respuesta clara, simple y concreta, al estilo de la Bonaerense:
–”Sí, doctora”, me dijo. “¿Cómo De Armas no iba a ser operativo con un arma, con dos hombres, con una patrulla? Daba para eso”, me respondió -dice la fiscal–. Era operativo para investigar mis hechos, y era operativo para trabajar para él al mismo tiempo.
–Durante el tiempo que trabajaron juntos, usted no notó ningún comportamiento extraño de parte de De Armas. ¿Confió demasiado?
–Yo no sé si soy demasiado ilusa, la ciudad en la que vivimos es bastante tradicional, la gente aquí obra de buena fe. La verdad es que nunca pensé que un policía que me estaba trayendo causas bien investigadas, aparentemente bien investigadas, bien trabajadas, iba a terminar así. Ahora no quiero ni pensarlo: por ahí tengo a alguien preso con una prueba sembrada por él.
–En la acusación contra De Armas, usted asegura que era el encargado de vender los autos robados a Paraguay y era uno de los que montaba operativos truchos.
–Es más, en mi agenda están sus teléfonos, yo pinché los teléfonos con los números de mi agenda. Eran las personas a las que les daba órdenes de allanamiento y me llamaban al celular para adelantarme los resultados. En mi agenda, el 80 por ciento de los números son de comisarios, jefaturas departamentales y los llevo conmigo porque si a las tres de la mañana hay una captura tengo que llamarlos.
–Pasado el caso De Armas y con él encerrado, cuando se pone a investigar otras causas con otros policías, ¿cree que está trabajando con el enemigo?
–Me veo más desconfiada que nunca. Tengo que valerme de mi gente: me sobran los dedos de una mano para nombrar a los policías con los que trabajo. Son dos o tres que ahora están totalmente cuestionados por la fuerza. Tuve que hablar con el fiscal general para pedir por esas personas. Como me han ayudado a meter presos a policías, me los bastardean y cuando no, le aflojaron las ruedas de un auto a uno, le hicieron sumario administrativo a otro por una supuesta falsificación de firma. Fui a La Plata para decir que si son moscas blancas, lo importante era cuidarlos para que no los atrapara al pulpo.
–¿Se siente en riesgo?
–Se los advertí a ellos, les dije que miraran bien. Si no se cuidan entre ellos, lo que puede ocurrir es que en un tiroteo les peguen a ellos en vez de al malviviente. La policía es más peligrosa internamente: tengo más miedo por ellos porque son leales, que por mí: la corporación no los perdona.
–Suele considerar que la banda de los siete policías fue su caso más importante. ¿Por qué?
–Que haya prosperado la figura de la asociación ilícita en la causa es lo que la hace importante. Esa fue la gran batalla ganada y que esta gente no recuperara la libertad. Más allá de que institucionalmente estaban ultramuertos, yo necesitaba que quede así para disuadir al resto.
–En ese contexto, donde un 60 por ciento de las causas que investiga tiene a la policía como sospechada ¿cuáles son las herramientas que le queda a una fiscalía para trabajar?
–La fiscalía debería trabajar tirando codo a codo con ellos. Debería tener a la policía trabajando y para investigar a civiles, y resulta que estoy con ese porcentaje altísimo investigando a policías. Existe una policía judicial, pero es mínima. Si tengo delante mío dos causas, una contra civiles y otra contra policías, agarro ésa, la de los policías las tomo porque los quiero sacar de circulación inmediatamente, las instruyo a dos mil por hora. Con las otras espero un poquito más, la espera para el resto son más días de libertad.

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