SOCIEDAD
› LA CONDENA DEL JUBILADO QUE RECUPERO POR LA FUERZA SU DINERO DEL CORRALITO
El hombre de la granada
En enero de 2002, Norberto Roglich amenazó con volar un banco con una falsa granada si no le daban sus dólares. Los consiguió, pero quedó preso. Ahora empezó a cumplir la condena.
› Por Andrea Ferrari
Cada día, Norberto Roglich recorre a pie las tres cuadras que lo separan de la escuela 501 de Tandil y realiza las tareas que le asignan. No es un trabajo, sino una condena que debe cumplir a lo largo de tres años. Roglich tiene 66, es diabético y fue dueño de una fama fugaz durante un día: el 22 de enero de 2002, cuando el país se hundía en la crisis, él tocó su propio fondo. Fue al banco que había acorralado sus dólares, sacó de su bolsillo una granada falsa y dijo: “O me dan mi dinero o volamos todos”. Le dieron el dinero y poco después la policía lo detuvo en su casa. Ahora, Roglich ha sido juzgado y empezó a cumplir con su condena, pero la cree injusta: “Con toda la gente que se desesperó, que se suicidó por no poder contar con su plata, yo todavía no vi ningún banquero que esté preso”, le dijo a Página/12 este hombre que fue símbolo de un país al borde del ataque.
Rehuyó a la prensa desde aquel día en que lo convirtieron de repente en una suerte de justiciero del corralito. Sin embargo, ahora aceptó mantener un diálogo con este diario. Ya quedó atrás el juicio en el que el Tribunal Criminal de Tandil lo condenó a dos años de prisión en suspenso y a diez horas semanales de trabajo comunitario. También quedó atrás la desesperación de esos días, cuando parecía no haber salida. Pero no la bronca:
–Yo sé que en todo país tiene que haber una ley, pero hay que respetar los derechos de cada uno –dice–. Si no, sólo manda el patrón.
La crisis desatada a fines de 2001 encontró a Roglich en su casa: está jubilado por invalidez desde hace muchos años. Debe inyectarse insulina dos veces al día y en varias oportunidades sufrió un coma diabético. Por ese motivo perdió la visión de un ojo. “Soy amo de casa”, dice él, ya que es su mujer, profesora secundaria, quien va y viene cada día.
En el caótico enero de 2002 no había insulina en las farmacias y esa escasez aparecía como una espada de Damocles para Roglich, aunque aún contaba con reservas. Pero dice que lo que lo decidió fue lo de su hijo: tras un accidente de auto, había sido operado en Buenos Aires. “Le pusieron placas de titanio y tornillos de platino –explica Roglich–. Luego se le hinchó la cabeza y había que llevarlo nuevamente al Hospital Italiano. Pero sin dinero, no es posible hacer nada.”
En el banco, en tanto, las respuestas sobre el destino de los 22.000 dólares que tenía depositados en varios plazos fijos se repetían. Roglich había reclamado una y otra vez y le habían respondido que el dinero se lo iban a devolver. “Siempre me decían lo mismo, pero no me lo daban.”
Meditó a solas qué hacer. Unos días antes había comprado en el local OPM Chinche, el único que vende rezagos militares en Tandil, dos réplicas de granadas de la Segunda Guerra Mundial. Eran, en teoría, para armar una lámpara. “Lo pensé mucho. Estaba jugado, no se conseguía la insulina, pero fue por lo de mi hijo que dije ‘me juego’.”
–¿Qué creía que iba a pasar?
–Sabía que tenía un 60 por ciento de posibilidades de que me mataran, un 20 por ciento de que me devolvieran la plata y un 20 de que me dijeran que no la tenían.
Pero se la devolvieron. Roglich se acercó al gerente de la sucursal Tandil del Bansud, Rodrigo Massi, y le mostró la granada que tenía guardada. Entonces dijo su famosa frase: “O me dan mi plata o volamos todos”. Quienes lo vieron dijeron que no estaba descontrolado, sino tranquilo. Massi se comunicó con el gerente regional y éste consultó al directorio en Buenos Aires, que dio su aprobación para que le dieran velozmente el dinero. Roglich guardó los 22.000 dólares y la falsa granada, se fue y puso todo a buen recaudo. Cuando la policía allanó su casa, no encontraron ni sombra de la plata. Norberto fue detenido y, en consideración a su delicada salud, le otorgaron la prisión domiciliaria. “Fue una época dura”, dice. Eso sí, intimó con los policías que lo custodiaban, a los que invitaba a pasar a su casa y comer con ellos.
–¿Cómo reaccionó con todo esto su familia?
–Estaban enojados conmigo por el delito que cometí, pero ahora están bien.
En las calles de Tandil, en cambio, lo que se percibía era apoyo. En esos días, las radios locales recibieron un alud de llamados a favor de Roglich. Algunos proponían hacer una pueblada. “Sí –dice él–, me hablaron de hacer una pueblada, pero yo pedí que no hicieran nada.”
Tras 60 días de prisión domiciliaria, le otorgaron la excarcelación bajo ciertas condiciones: su familia asumió el compromiso de su cuidado y debía someterse a un estricto control médico y apoyo psiquiátrico. Inicialmente había sido acusado de “extorsión” y “tenencia de arma de guerra”, aunque este último cargo cayó tras comprobarse que la granada era una réplica y no podía provocar más daño que un susto.
Al iniciarse el juicio, el pasado marzo, el fiscal pidió una pena de cinco años y dos meses de prisión. El abogado Martín Navarro, defensor de Roglich, solicitó a su vez la absolución de su cliente o bien la recaratulación de la causa como “hurto impropio”, con una pena mínima y en suspenso.
Como testigos declararon el gerente del banco, varios empleados, el médico personal de Roglich, la psiquiatra encargada del apoyo terapéutico durante el proceso y hasta el hombre que le vendió las réplicas de la granada, a quien Roglich le había explicado en detalle cómo sería su lámpara. El tribunal aceptó en parte los argumentos de la defensa (ver aparte), pero terminó condenando a Roglich por “robo simple” a dos años de prisión en suspenso y tres de tareas en beneficio de la comunidad. Eso hace ahora, en la escuela 501.
–¿Cuáles son sus actividades?
–Un poco de todo: pego carteles cuando tienen un acto festivo. Ahora hay una competencia, voy a hacer de banderillero. De noche les vigilo la escuela, hago una recorrida a ver si está todo bien cerrado, si está todo bien apagado.
–¿Cómo se siente con esta condena?
–Me siento mal, castigado. No he visto ningún banquero preso.
En un rasgo de humor, un amigo le llevó un par de falsas granadas. Pero aunque al final hizo la lámpara, no las usó.
–La hice con una bomba.
–¿Una bomba?
–De agua.
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