SOCIEDAD › LOS PROBLEMAS DE LAS FAMILIAS PARA CUIDAR A LOS CHICOS EN EL RECESO INVERNAL
El receso escolar se convierte en un problema, especialmente para las madres que trabajan y aún cargan con el mandato social de hacerse cargo de los niños. Página/12 hizo un relevamiento de algunas estrategias.
› Por Sonia Santoro
¿Qué hacemos con los chicos en las vacaciones? Esta vez no hablamos de a qué obra de teatro o película podemos llevarlos o qué planes inventamos para que se entretengan. La pregunta que se anuda en las gargantas de gran parte de las familias, especialmente de las mujeres que trabajan fuera de su casa, tiene que ver con los problemas que el receso invernal desnuda casi pornográficamente: quién se hace cargo de cuidarlos cuando no lo hace la escuela y los padres y madres trabajan. Hay pocas soluciones puntuales para esta época, pero sí algunas respuestas que vienen aportando algunas empresas y Estados, a cuentagotas, en busca de una mayor conciliación entre el trabajo y la vida familiar. Abundan los malabares desesperados de familias intentando que la cosa funcione.
“SOS vacaciones niños.” Así comenzaron las vacaciones para Patricia Palacio, armando un grupito de WhatsApp en que incluyó personas que pudieran socorrerla durante estas dos semanas. “Estoy pidiendo a familiares o amigos que por favor inviten a sus casas a mis hijos, es como que los rifo. Una amiga hasta me ofreció venir unos días a casa viendo mi desesperación. También tengo planeado un día de trabajo online o una falta al trabajo”, relata Patricia, trabajadora social que vive en la localidad de Canning, partido de Ezeiza, y trabaja en la ciudad de Buenos Aires, en un hospital público y un organismo de seguridad del Estado nacional.
Para los días corrientes, Patricia tiene organizado un sistema de cuidados que funciona, no sin el sacrificio de propios y ajenos. Los chicos –de 8 y 10 años– van a una escuela de doble jornada. Cuando ella tiene guardia, su suegra –de 83 abriles– los cuida. El resto del tiempo cuenta con el apoyo pago de una mujer que va de 17 a 19, hasta que ella o su marido llegan del trabajo.
Pero las vacaciones de invierno vienen a desequilibrar la organización. Los chicos piden que los padres se queden en casa y salgan con ellos. Pero en sus trabajos, “¡bien gracias!”, resume. No hay respuestas a estos problemas –considerados en general por empresas y Estados como “personales” o “familiares”– que padece la mayor parte de la población femenina con empleo. No porque los hombres no tengan hijos e hijas, claro está, sino porque todavía está naturalizado que las mujeres son las que deben ocuparse de cuidarlos o de resolver el cuidado contratando a alguien o recurriendo a madres, abuelos o amigas e incluso de pagar con su sueldo a la persona que se contrata.
Esto le pasó a Viviana Devoto: “Mi marido me ha llegado a decir que yo tenía que pagarle a la señora porque yo tenía que hacer las cosas de las nenas. Esto fue cuando recién nacieron. Ahí se notó la cuestión de género. Eso provocó muchas peleas por mi resistencia a hacerme cargo de todo y para que él pudiera darse cuenta de que también es responsable”, dice Viviana, que desde hace dos años y medio es directora del Centro Municipal de la Mujer de Vicente López.
“Este año he logrado que se tome un día en el trabajo para quedarse con una de las gordas cuando se enferma”, cuenta sobre el triunfo, que fue tan arduo como cualquiera de las políticas para la igualdad que aplica en su gestión.
Sus hijas, dos mellizas de 6 años, van al colegio en doble jornada. “El problema es cuando se enferman, es un caos, es tener que suspender todas las reuniones para quedarme y terminar digitando todo desde casa. Hasta hace un tiempo mis viejos me daban una mano. Se venían desde Devoto a Olivos todos los días. Pero después mi papá se enfermó. Mi suegra viene a veces, pero tiene 75 años. Mi marido tiene dos trabajos y está estudiando a la noche, así que desde el año pasado es como si estuviera sola”, enumera.
“A mí me llaman a las siete de la tarde por una urgencia y tal vez tengo que ir a una comisaría con mis hijas porque mi marido no llega hasta las once de la noche”, agrega.
Estas dos semanas de julio, la solución fue tomarse las vacaciones completas, “con algunas faltas injustificadas porque no me dan los días”, ausencias que redundarán en una reducción de sueldo.
Aunque trabaje por los derechos de las mujeres, Devoto dice que tiene mucho por hacer en este sentido dentro de su área. “Somos unas 25 mujeres, las cuales tenemos entre 30 y 45 años, la mayoría con chicos escolarizados. Lo que hago para poder otorgar las vacaciones es priorizar a las mamás que tienen que cuidar a sus hijos. Y se arman unos líos bárbaros. Hicimos una reunión de equipo para tratar este malestar. Las que se quedaban estaban enojadas y las que se iban les decían que por qué sus maridos no se hacían cargo. Al final, salía el tema de la brecha salarial: los maridos ganan más, entonces hay que cuidar el trabajo de ellos. Es de libro. Se necesitan políticas serias de cuidado”, relata, y lo anota entre sus asuntos pendientes. Desde que asumió, trabajó hasta lograr que los diez jardines maternales del municipio tuvieran doble jornada. Ahora faltan vacantes. A nivel primario y secundario, el municipio tiene una sola escuela primaria municipal, que sí cuenta con doble jornada, pero las escuelas provinciales no. Es decir que las familias tienen que decidir entre mandar a sus hijos/as a escuela privada, si es que pueden costearlas; o mandarlos a escuela estatal en jornada reducida, con las consecuencias que esto tiene para el desarrollo profesional y económico de las mujeres. Así y todo, no hay solución para los feriados y las vacaciones.
Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), organización que viene trabajando hace años tratando de instalar la “agenda del cuidado” en las políticas públicas (ver aparte), no escapa a los problemas que trae el ocio de los chicos/as.
“Mi hija no puede entender cómo las vacaciones (al mismo tiempo y de la misma extensión que las escolares) no son un derecho universal”, relata. “En mi caso rige la mercantilización de servicios de cuidado, como en todo el año escolar, pero ahora con más intensidad: la señora que los cuida durante el año (los saca del colegio a almorzar y los retira después del turno de la tarde, hasta que yo o mi marido llegamos a casa) estará todo el día con ellos durante las vacaciones. Puedo llevarlos a la oficina, no sería un problema, pero lo que no puedo es trabajar de la misma manera con ellos allí.”
Ya en su rol de experta en el tema, analiza: “Las políticas públicas de educación con vacaciones escolares incompatibles con las jornadas de trabajo presuponen que en las familias hay redes de contención para absorber esas demandas de cuidado, y eso no es así: en los grados de mis hijos, la gran mayoría de los hogares es de dos proveedores. Las ‘soluciones’ que se encuentran siempre impactan en las integrantes mujeres de las familias –mujeres malabaristas que tratan de trabajar y cuidar al mismo tiempo, abuelas, tías, amigas–. O la mercantilización”.
Inés Selvood trabaja en el Rectorado de la Universidad de Buenos Aires, está casada y tiene una hija de tres años y medio. Desde hace unos años, en las vacaciones de invierno el Rectorado da cinco días de asueto, que no se descuentan del resto de las vacaciones. El mismo criterio adoptó este año la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. “Tienen prioridad para que elijan las semanas las personas que tengan hijos escolarizados. Yo tomé esta semana y le di vacaciones a Miriam”, la señora que contrata para cuidar a su hija y que define como “mi backup”. “Cuando se enferma (la nena), cuando hay que buscarla más temprano, me backapea.” Entonces, la semana que viene, entre su pareja y Miriam, que vendrá unas horas más, se piensa arreglar. “Por suerte él labura por cuenta propia”, afirma.
Desde que tuvo un año, la nena va a un jardín público de doble jornada. “Desde el segundo año, como fue reduro, me pedí reducción horaria, en vez de trabajar siete horas, trabajé cinco. Económicamente no era negocio, pero me permitía llevarla al jardín”, relata. Aún hoy, los primeros meses del año se toma reducción horaria para hacer la adaptación.
Por suerte (o por desgracia), la gente es solidaria, dice Inés. “Si no llego cuando se tiene que ir Miriam, se la dejo a la vecina, que lo hace de rebuena onda. Hay como mucha solidaridad y la gente lo entiende, pero eso lo invisibiliza más.”
Con jornadas laborales extensas, abuelas/os que tienen sus propias obligaciones, Estados con poca capacidad de respuesta, empresas que consideran que conceden “beneficios” cuando adoptan una política específica, el panorama es difícil. Es que más allá de los días de asueto, de las licencias más o menos extendidas en los distintos empleos, del jardín maternal que algunos pagan hasta los cinco años, del acceso a la educación y la flexibilidad o no de cada jefe o jefa en el empleo, no hay políticas públicas globales, acordes al cambio de paradigma que implica la masiva inserción laboral de las mujeres para la vida cotidiana.
“En el derecho argentino, la corresponsabilidad del cuidado ha sido tibiamente incluida en el corpus normativo. En materia de legislación laboral, el reconocimiento de las responsabilidades de cuidado de trabajadores y trabajadoras se circunscribe, en la generalidad de los casos, a los períodos de licencia por maternidad. En forma incipiente, algunas legislaciones reconocen una mayor extensión al período de licencia por paternidad, en ocasiones con argumentos explícitos que evocan la corresponsabilidad”, dicen Laura Pautassi y Corina Rodríguez Henríquez en la investigación “La organización social del cuidado de niños y niñas: elementos para la construcción de una agenda de cuidados en Argentina”, de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), el Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp) y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
En estos casos de familias de clase media, lo que el Estado o las empresas no proveen, las familias lo pagan o lo reciben en su empleo o de las redes que todavía subsisten, siempre con mucho costo para las mujeres.
Mucho peor es la situación de las familias en situación económica precaria, ya que las mujeres tienen que arreglarse con acuerdos siempre precarios también, que les impiden insertarse en trabajos formales y de gran demanda. Un círculo vicioso. Un nudo en la garganta que las vacaciones exhiben sin pudor; para quien quiera ver.
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