SOCIEDAD
› EL INSOLITO PLAN PARA SALVAR UN PUEBLO FANTASMA CON UN TREN-OMNIBUS
Rescatando a Faustino Parera
Es uno de los tantos pueblos en vías de extinción desde que dejó de pasar el tren. Ahora, un proyecto pretende devolverle la vida: los vecinos buscan convertirlo en un circuito cultural-gastronómico. Y para que se pueda acceder construirán un micro que circula tanto sobre vías como por asfalto.
› Por Alejandra Dandan
La estación Faustino Parera está cerrada desde hace diez años. Ahí paraba uno de los trenes de pasajeros que salía desde Buenos Aires, está a unos treinta kilómetros de Gualeguaychú, en Entre Ríos, y a veinte de la ruta más cercana. No tiene asfalto y los días de lluvia no hay caminos de salida. Luis Rivas vive allí. Criaba pollos para los frigoríficos de la zona hasta que se fundió. Cobra un plan Jefes de hogar, tiene un horno de barro y una entrada mensual por un freezer que puso en alquiler. Su casa está en la entrada del pueblo. Hace un año colgó un cartel: esta propiedad está en venta, decía. Hoy todavía sigue ahí. Sacó el cartel de venta, recuperó el horno, el freezer y ya no espera las glorias de la época del tren, sino un colectivo insólito. Pasará sobre los rieles de Parera para rescatar al pueblo de los fantasmas. Lo hará después del 4 de octubre, cuando se reabran las casas del pueblo con otro insólito plan de rescate.
Parera es parte del universo de pueblos fantasma del país, una de las poblaciones en vías de extinción donde ahora viven apenas 162 de los 2000 habitantes que tuvo alguna vez. El pueblo nació por el movimiento del tren y murió, o fue haciéndolo de a poco, por la tecnificación del trabajo en el campo, por la falta de ese tren y por la distancia con el asfalto.
En torno al pueblo existen otros tres lugares con historias parecidas: Irazusta, Almada y Palavecino. Todos fueron surgiendo sobre el tendido del ferrocarril que conecta a Larroque, al sur, con Urdinarrain, al norte de Entre Ríos. Para estos pueblos, el tren era la vía de conexión con las ciudades y sobre todo con el asfalto. Solo hay camino de tierra y, cuando llueve, con apenas siete milímetros de agua Parera termina aislada y hundida como en un cascarón. En esas condiciones, los chicos van a la escuela en tractor o no salen, las mujeres pagan 50 pesos para tomarse un remise hasta Gualeguaychú o no van, o hacen como la mujer de Luis: embarazada de ocho meses, en un pueblo fantasma con hospital pero sin calles que funcionen como se debe. “El otro día –dice Luis– se largó la lluvia y tuvimos que sacarla con los bomberos.”
Los bomberos, Parera, Luis, su casa, el cartel de venta, el pueblo fantasma y el hospital moribundo ahora cambiarán de historia. Se sumaron a un proyecto de supervivencia para intentar un plan de rescate. Algo así sucedió el año pasado con Irazusta, un pueblo vecino de 442 personas que estaba incluido en la lista de poblados en extinción. A partir de un proyecto de la Fundación Responde, dedicada a estas gestiones, el pueblo se organizó como zona turística. Unas ocho familias pintaron sus casas y las arreglaron para convertirlas en albergues y pequeños hoteles. Con algo de ingenio, las veinte camas disponibles y un pozo común construido con el 10 por ciento de las ganancias individuales, Irazusta salió del letargo. En el verano, ya alojaron a 219 visitantes, una de las familias exiliadas volvió a instalarse en el lugar, y aunque cerraron dos albergues, abrieron otros dos.
“¿Conflictos, problemas?”, pregunta ahora Marcela Benítez, presidenta de la Fundación Responde antes de dar algún diagnóstico sobre el año completo de trabajo en Irazusta. “Acá, el cambio más importante –dice– es el cambio de actitud de la gente.” El cambio de actitud son las trasformaciones del pueblo que, además, contagiaron a otros, como en Parera. Luis Rivas escuchó hablar de esa historia cuando tenía el cartel de venta colgado sobre su casa. Ya no tenía sus gallinas en el corralón, no esperaba que reabrieran los frigoríficos y acababa de poner en alquiler su única propiedad: un freezer rescatado de una vieja mudanza en Buenos Aires. “Te digo la verdad –dice Luis–, tuve que alquilarlo para tener algo para hacerles a mis gurises.” Para esa época, sus hijos eran cuatro y las deudas se le acumulaban con el almacenero. “Siempre terminaba fiándome, pero estaba por vender la casa para pagarle”, dice.
Cuando todo parecía perdido, llegó el proyecto de rescate. “Pensamos en Parera –dice Marcela Benítez– porque al menos todavía tenía un hospital.” Las preparaciones comenzaron hace meses, pero todavía existe mucha desconfianza entre los más viejos y algo de recelo entre los responsables de la Junta de Gobierno. “Viste cómo es –dice Benítez–. Hablamos con el presidente de la Junta de Gobierno pero nos costó convencerlo.” Aun así, los integrantes de la fundación creen que sucederá como en Irazusta: “Lo importante es que empiecen y, cuando lo hagan, el resto se irá prendiendo”.
¿Pero prendiéndose a qué? Al plan de rescate. El proyecto es el siguiente: trasformar a Parera en un circuito gastronómico y cultural. De día, los turistas pasarán por allí; de noche dormirán, por ejemplo, en Irazusta.
En ese diseño estuvieron trabajando durante los últimos seis meses Luis Rivas, el dueño del horno de barro; Estela Suárez, la enfermera suplente del hospital que vive en la estación del tren; Laura, que tiene 19 y es mamá, y Angelita, de 59, esposa de un productor de pollos que se fundió como Luis cuando un frigorífico le encargó animales de engorde pero nunca le pagó.
Luis convertirá su casa vieja en un bodegón de comidas artesanales. Ya consiguió pintura, manteles, platos y se arregló con un hacha para armar las mesas. Estela arregló su casa de la estación, hará una casa de té y ya se desmayó una vez por el estrés. Laura y Angelita harán todo el trabajo juntas. Serán las caras para los turistas, les contarán la historia del pueblo y los acompañarán hasta un museo histórico apenas terminado. Angelita es, de hecho, una de las más contentas con esa idea. Siempre quiso ser actriz, pero Parera no tenía teatros, ni escuelas, ni talleres. Ahora, cuando los primeros visitantes lleguen al pueblo, ya no será sólo la mujer del pollero sino la narradora oficial de las leyendas del pueblo.
Entre esas historias no faltará la de la partera. Ahora ya está muerta, pero era famosa porque calmaba los dolores de las parturientas con caldo de gallina. “Cuando la veían pasar –dice Benítez–, todo el pueblo se daba cuenta de que alguien estaba por parir porque cargaba una gallina.”
El colectivo
El plan de rescate no termina con las casas sino con la resurrección del tren, un gran fantasma. El tren en cuestión no será exactamente eso sino un colectivo con ruedas de tren para andar en las vías.
El proyecto surgió en diciembre del año pasado a cientos de kilómetros de allí, en una casa de Buenos Aires, donde Guillermo Puccini miraba por televisión las historias de los pueblos fantasma. Guillermo es un ingeniero especializado en diseño de transporte. Ese día miraba la televisión con lástima: “Me pareció una pena que esos lugares estén complicados por los caminos”, dice ahora, a más de nueve meses de aquella noche en que dejó el sillón, prendió su PC y mandó un correo electrónico con la propuesta de un nuevo modelo de tren.
“Es algo raro –admite–, pero técnicamente no tiene dificultades.” A grandes rasgos, el proyecto está inspirado en las camionetas que circulan sobre rieles por aplicaciones militares o reparaciones de mantenimiento. “Vamos a mantener las ruedas normales de un colectivo pero le agregamos las ruedas de tren delante y detrás de los ejes”, explica Puccini. Un dispositivo especial permitirá el descenso y ascenso de las ruedas complementarias, un mecanismo que será accionado desde la cabina del bus.
El colectivo de Puccini circulará sobre las vías y sobre el asfalto, porque las ruedas se alternan de acuerdo a la ruta. “¿Si estamos locos? –repite el ingeniero con tono de sorpresa–: en el mundo no hay absolutamente nada como lo que queremos hacer, no hay nada así para trasporte de pasajeros.” Y no lo hay, aclara, porque no hace falta: “En países desarrollados los trenes funcionan, no es necesario hacerlos funcionar con ingenios como éstos”.
Puccini es un hombre de ciudad, técnico, poco habituado a cuestiones filantrópicas, pero habló del proyecto, lo pensó, contagió a dos de sus colegas, consiguió presupuesto y mano de obra con costo cero para transformar en tren un viejo Mercedes modelo ’80 abandonado, para veinte pasajeros, que hasta hace unos años hacía el recorrido interno entre Parera y otros pueblos. Ahora, los presidentes de las Juntas de Gobierno de esos parajes cedieron el bus y visitaron la Secretaría de Trasporte de la Nación, el sitio donde tienen que obtener el permiso formal para el uso de las vías. Sesenta días después de que la secretaría lo apruebe, el colectivo sobre rieles estará en marcha.
Con todo esto, Luis siente que ahora sólo tiene que esperar, seguir arreglando la casa y olvidarse de Buenos Aires y de su época de pizzero. –En Buenos Aires no me quedé –dice–: que la jubilación, que los contadores, que los robos, que los policías te piden pizzas, que los clientes. Cuando quería hacer números no me quedaba nada. Ahora, tranquilidad, campo, paz: Entre Ríos es la mejor provincia.
Dice ya con el tono de reconvertido.
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