SOCIEDAD › OPINIóN
› Por Mariana Carbajal
A lo largo de 2014, treinta y seis adolescentes de 15 a 21 años fueron asesinadas, en distintas circunstancias atravesadas por la violencia machista, como se presume que murió Daiana García: una chica cada diez días, de acuerdo con las últimas estadísticas del Observatorio de Femicidios en Argentina, que lleva adelante La Casa del Encuentro, ante la ausencia de estadísticas oficiales. Violadas sin que se pueda identificar al autor, estranguladas por un novio o una ex pareja, baleadas por conocidos o en otras situaciones que todavía no han sido esclarecidas por la Justicia.
Así fueron encontrados sus cuerpos. En muchos casos aparecieron como el de Daiana García, a la vera de una ruta, o en un terreno baldío, en bolsas de consorcio negras, descartadas como basura. De los que ocurrieron el año pasado, el femicidio de Melina Romero, de 17 años, fue, sin dudas, el que tuvo más repercusión mediática –al extremo de violentar su historia privada con enfoques periodísticos amarillistas y sexistas, que fueron criticados oportunamente desde este mismo espacio–, pero no fue el único. Otras adolescentes, cuyo nombre nadie recuerda más allá de su familia y sus amistades, como el de Mariana Llamazare, también fueron víctimas de femicidios, abusadas y desechadas. Tanto el de Melina como el de Mariana –entre otros de la lista– no tienen imputados y van camino a quedar impunes, un mensaje que habilita a seguir tomando sus cuerpos para usar y desechar. Total, la Justicia no castiga. Total, ellas se lo buscan (con sus fotos provocativas, con sus escotes o sus minis). Ese parece ser el mensaje que queda flotando.
Cada femicidio tiene su singularidad, pero comparten un denominador común: son consecuencia de una cultura machista –alimentada por programas de televisión y publicidades sexistas que cosifican a las mujeres, las denigran, las humillan–, en la que algunos hombres se creen con derecho a tomar el cuerpo de esas víctimas, como parte de sus propiedades al punto extremo de matarlas. A veces, además, las violan. Las usan y las desechan.
La violencia de género es un problema social y de derechos humanos, muy complejo. Por esa razón requiere de respuestas integrales. La Argentina avanzó en 2009 con la sanción de una ambiciosa ley para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres “en todos los ámbitos de sus relaciones personales”. Pero la ley 26.485 todavía no fue implementada en su totalidad. Entre los puntos más relevantes que faltan poner en marcha, figura un Plan Nacional contra la violencia machista: el órgano responsable de elaboración e implementación –en articulación con gobiernos provinciales y municipales– es el Consejo Nacional de las Mujeres, que depende del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales. Pero no tiene presupuesto adecuado. No se trata sólo de dar respuesta a la violencia doméstica –un fenómeno grave y extendido en el país, que atraviesa todos los sectores sociales–, sino también de prevenir y sancionar otras expresiones de la violencia hacia las mujeres como los ataques sexuales –la violencia laboral, obstétrica o mediática, entre otras–. Por eso es necesario un plan federal, que abarque políticas integrales, que incluya respuestas oportunas de la Justicia y las fuerzas de seguridad –para evitar, por ejemplo, que cuando una madre concurre a una comisaría a denunciar la desaparición de su hija adolescente, la manden de vuelta a su casa y la quieran convencer de que la chica se fue del hogar por su cuenta, con un “noviecito”, sin poner en marcha mecanismos de búsqueda preventivos–. Pero también es imprescindible que el tema se aborde en las escuelas secundarias y haya campañas sistemáticas de concientización en los medios de comunicación (que no se limiten a ciertas fechas, como el 8 de marzo). Sólo por mencionar algunos de los aspectos contenidos en la ley 26.485.
Hoy nos horrorizamos con la aparición del cadáver de Daiana García en una bolsa de basura. Hace unos meses, fue Melina Romero. Pero antes fue Natalia Rocha: apareció sin vida el 19 de enero de 2014. Tenía 16 años. La asesinaron a golpes. La violaron. Vivía en el barrio Las Catonas, del partido bonaerense de Moreno. La encontraron a la vera de un arroyo. Y su cuerpo estuvo diez días como NN en la morgue, tras ser hallado horas después del crimen, a unas 30 cuadras de su casa. La familia la buscaba desde el 9 de enero. El 14 de mayo fue el turno de Paola Alejandra Rodríguez, de Salta: también tenía 16 años. La asesinaron estrangulándola. Su cuerpo, envuelto en un plástico, fue arrojado al costado de una autopista. No habría detenidos por su asesinato, según la última información periodística disponible. Pero la lista continúa. Es larga. Demasiado extensa. Si se toma el registro de femicidios entre 2008 y 2014, en total fueron asesinadas en hechos de violencia de género 147 chicas de 13 a 18 años.
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