SOCIEDAD › OPINION
› Por Soledad Vallejos
Saltar la valla da vértigo. Redes sociales mediante, en cuestión de horas, miles replicaron algo que cientos vienen diciendo desde hace años sólo a convencidos. Miles que nunca habían prestado más que indiferencia a términos como “femicidio”, con el correr de los días empezaron a prestar otra atención a esas noticias. A referir de otro modo la violencia machista, a aceptar que existe. Personas que jamás habrían pensado en poner eso en palabras –porque, tal vez, creyeran que no las había– las encontraron y empezaron a usarlas como propias. Como feminista, se me ocurren pocas cosas más parecidas a un milagro laico.
Que un viejo, viejísimo y justo, reclamo del movimiento de mujeres tome vuelo y sea apropiado por miles que nunca antes se habían asomado al feminismo todavía me resulta inaudito. Eso empezó a pasar hace tres semanas. El 11 de mayo las redes sociales entraron en la ecuación y la noticia de un nuevo femicidio no pasó inadvertida. En los intercambios que suele propiciar un espacio dinámico –y presuntamente alejado del mundo real– como Twitter, la información sobre el asesinato de Chiara Páez, la joven de Rufino que fue enterrada en el patio de la casa de su novio, encendió una mecha que no languideció.
En lugar del ritmo voraz que agota noticias para enseguida pedir más, la posta recayó sobre –o lo más justo sería decir que fue tomada– sobre colegas de distintos medios. Distintas trayectorias, distintos perfiles y hasta distintas relaciones con la agenda del movimiento de mujeres, quedamos hermanadas ante una idea: sumar. Algunas ya habíamos participado del maratón de lecturas “Ni una menos”, de fines de marzo, en los jardines del Museo de la Lengua, como parte de un colectivo independiente de activistas, artistas y periodistas. Ese día, también leyeron la madre de Lola Chomnalez y los padres de Wanda Taddei, Jorge y Beatriz. Entre esos distintos mundos se tendieron puentes.
Todo lo referido al 3 de junio fue debatido en esa plaza pública que puede ser la cronología de Twitter; así se acordó la fecha, también el lugar; así llegaron las primeras colaboraciones, fotos, ilustraciones. Todo siguió, sigue; creció. Crece. ¿Asombra? Por supuesto. Quizás había un azar en el aire esperando el momento. Entonces algún modo distinto de decirlo, de explicarlo, de volver cercano para cualquiera, víctima o no, lo que es un asunto de derechos humanos, de derechos de las mujeres, encontró terreno fértil. Alguien, más allá de quienes ya conocían y comprendían de qué se trata, escuchó.
Entre ese 11 de mayo y hoy, vi cientos de fotos: anónimos sosteniendo el cartel de #NiUnaMenos; famosos, celebridades, políticas y políticos con responsabilidades institucionales, en la misma pose; estudiantes universitarios, secundarios; niñas y niños de jardines de infantes y primarias de Mendoza, de Salta, de Buenos Aires, por decir sólo algunos, trabajando con sus docentes sobre cartulinas que desgranan la consigna en dibujos y textos brevísimos. Escuché entrevistas conmovedoras, como las que dio la ex periodista y actual diputada Mirta Tundis, quien contó su propia experiencia como víctima de violencia para decir a otras mujeres violentadas que de eso se puede salir. Vi pintadas callejeras con la referencia twittera como clave popularizada en televisión, radios, diarios. Escuché a Mirtha Legrand adherir al reclamo y, minutos después, preguntar a una víctima qué había hecho para convertirse en tal, sólo para que otra figura super mediática le explicara que estaba equivocando la perspectiva (¿cuánto vale eso?). Desde ese 11 de mayo, cada día, a las casillas de correo electrónico de los periodistas llegan comunicados de políticos en campaña y en funciones, de ONG, de instituciones educativas, de asociaciones profesionales, de lo que sea: hablan de femicidio. Quizá comenzó como una declaración bienpensante, pero el efecto bola nieve terminó por lograrlo: el tema, finalmente, está en la agenda pública y en la agenda política.
No sólo se trata de que todas, todos sepamos que no es un tema exclusivo de mujeres. “Ni una menos” tiene cinco reclamos puntuales: que se implemente, con recursos y monitoreo, del Plan Nación de Acción para la Prevención, la Asistencia y la Erradicación de la violencia contra las mujeres, que establece la Ley 26.485; que se garantice el acceso de las víctimas a la Justicia; que se elabore un Registro Oficial Unico de víctimas de violencia contra las mujeres, porque las estadísticas son necesarias para el diseño de políticas públicas; que se garantice y profundice la Educación Sexual Integral en todos los niveles educativos, en todo el país; que se garantice la protección de las víctimas de violencia con monitoreo electrónico de los victimarios.
De a ratos, creo que el 3 de junio puede ser memorable. Que la imagen de una multitud sensibilizada ante la violencia contra las mujeres puede ser histórica, tener un peso real en conciencias y prácticas, en la vida cotidiana de mujeres y varones adultos, pero también –y tal vez sobre todo– en niñas, niños, jóvenes. Que la onda expansiva puede llegar lejos. Que del 4 de junio en adelante, que la consigna Ni una menos deje frutos depende de todos, de todas, del movimiento de mujeres y quienes acaban de descubrirlo. Que si la sociedad reclama, y Estado y dirigentes políticos escuchan y se hacen cargo, algo puede cambiar. Tal vez sea una oportunidad histórica.
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