SOCIEDAD › DIEZ MIL PERSONAS ASISTIERON A UNA NUEVA EDICION DE TEDX RIO DE LA PLATA
Más de quince oradores relataron experiencias personales (y grupales) de Argentina y otros países ante un auditorio repleto que, inclusive, bailó cuando le fue pedido y participó de un experimento científico multitudinario. El encuentro fue en Tecnópolis.
› Por Soledad Vallejos
Pueden pasar muchas cosas en un microestadio con diez mil espectadores cuando lo que está en el aire son ideas que concentran años de experiencias o resultados increíbles de aventuras personales. Por ejemplo: que todas las personas se levanten a la vez para hacer caso al orador y seguir pasos de baile, aun desde sus sillas en platea, aun desde la tribuna. O que un neurocientífico, en veinte minutos, coseche todas esas miles de respuestas para alimentar un experimento conductual de grupos, mientras aprovecha para explicar algunos principios del comportamiento social masivo. También que un entrenador de fútbol se emocione mientras cuenta su experiencia al frente del seleccionado nacional de ciegos, y que una socióloga y psicóloga social demuestre (y desmonte) cómo los prejuicios machistas reaccionan ante las mujeres víctimas de violencia sexual, y un médico devenido viajero y escritor cuente su temporada en un matriarcado de los confines de China. La enumeración no es, ni podría ser completa, pero sí pinta un panorama de lo que fue la jornada de TEDx Río de la Plata que ayer pobló el microestadio de Tecnópolis, con más de 15 expositores –entre ellos, también, Sandra Mihanovich, que contó por qué para ella ser donante de órganos es todo menos una opción–, artistas en intermedios musicales, repaso de experiencias más allá de las charlas (como lo que sucede con las iniciativas que se realizan en escuelas, con el “club de ideas”) y un público de todas las edades, que incluía, además, 600 alumnos secundarios de todo el país (con sus docentes).
“Le abrí la cabeza a un ciego”, dijo para empezar Gonzalo Vilariño, el entrenador que capitaneó las dos victorias en campeonatos mundiales de Los murciélagos, el seleccionado de fútbol integrado por jugadores no videntes. Vilariño aclaró enseguida que no era un decir metafórico: por un error, por torpeza, lastimó a “el Pulga”, uno de sus entrenados, que de todos modos no le guarda rencor y dice, en cambio, que Vilariño dejó otras marcas en su carrera. El entrenador contó que los jugadores aprendieron mucho a fuerza de esforzarse, pero que él aprendió todavía más gracias al contacto con ellos. “En un instituto de ciegos, me sorprendí de ver las cosas que hacían y no imaginaba. Cuando vi que jugaban al fútbol, me pareció increíble. Jugaban igual que yo había jugado en el potrero de la esquina de casa, pero ahí sin ver. La pelota tenía un sonido, había una guía, y algunos de los chicos, que tenían un resto de visión, se ponían un antifaz para estar al mismo nivel. Cuando tuve un poco más de confianza, les pedí un antifaz y me lo puse para jugar con ellos. A los dos segundos no sabía dónde estaba parado. Me pareció más increíble todavía.”
“Aprendí que no podía explicarles jugadas en el pizarrón, pero sí usando una bandeja con tapitas; que podía guiarlos con una soguita para correr. Llegó un momento en que, de todos mis trabajos, fue el que más me apasionó”, recordó, y por eso a las clases les siguió el desafío de practicar en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, convertirse en selección, competir en campeonatos mundiales, ganar. Todos los objetivos los fueron tachando de la lista. “El año pasado me propusieron entrenar un equipo de power chair football, son chicos que usan sillas de ruedas motorizadas y comandadas con joysticks, porque no tienen fuerza en los brazos para hacerlas rodar”, contó. “Es la primera vez que tienen la oportunidad de dejar de ser espectadores para ser protagonistas. Los trato como deportistas en la cancha y trato de ponerme en lugar de ellos afuera. Cuando uno los ve jugar, no ve discapacidad. Yo veo competencia”, definió.
Algunas horas antes, la socióloga y psicóloga social Irene Hercovich había dejado al auditorio conmocionado y aplaudiendo de pie. “Negociar sexo por vida”, su intervención, llamó la atención sobre qué sucede en la sociedad cuando una mujer es víctima de un delito sexual, y cómo es posible y necesario reflexionar y cambiarlo. “Acá hay cinco mil mujeres. 1250 de nosotras sufrió o va a sufrir un ataque sexual. Una de cada cuatro. Sólo el 10 por ciento va a hacer la denuncia. El 90 por ciento restante se refugia en el silencio. Una mitad, porque el hecho sucedió en el seno de la familia o con alguien conocido, y eso lo hace mucho más difícil de vivir y contar. La otra mitad no habla porque temen que no les crean. Y tienen razón, porque no les creemos.”
Hercovich leyó un testimonio de una mujer joven tomado por ella. Un hombre a quien conoció en un bar una noche que había ido con amigas, y que era correcto, amable, educado, que se ofreció a alcanzarla a su casa en el auto, a mitad de camino sacó un revólver de la guantera, desvió el auto y la violó. “Pensé que me podía matar, ahorcar, sabés. Nunca me sentí tan sola, como secuestrada. Le pedí que acabara rápido y me llevara a mi casa”, contó la mujer a Hercovich, que al desbrozar el testimonio puso en blanco sobre negro prejuicios, modos de negar en plena escucha, porque “vamos a escuchar cosas que no vamos a poder entender ni aceptar, nos van a aparecer dudas, preguntas, sospechas” que terminan por culpabilizar a las víctimas. En muchos países, recordó, todavía hoy son las víctimas quienes tienen que demostrar su inocencia, pero eso puede cambiar y la sociedad, cada uno de sus integrantes, tiene responsabilidad al respecto. Si no, señaló, “vamos a seguir siendo todos responsables de ese silencio, de su soledad”.
A su turno, Ricardo Coler, autor de El reino de las mujeres, Mujeres de muchos hombres y Eterna juventud, repasó su viaje a un pueblo estructurado como matriarcado, en el sur de China. Aclaró que “un matriarcado no es un patriarcado al revés”, que las nociones de familia, comunidad y vida cotidiana no podrían ser más diferentes de las que organizan la vida en Occidente, que cada día aprendía algo asombroso y contaba, a su vez, qué distintas eran esas prácticas en el lugar donde él había crecido. Las ideas podían diferir en abismos: allá, “la familia es la familia y no la van a poner nunca en juego yéndose a vivir con un miembro de otra familia. Eso es lo que nosotros llamamos casamiento”. Algo más compartió Coler de sus otros viajes. Todos los recuerdos lo llevaron a un mismo, único lugar: “Cuando voy a un lugar extraño, hacer el viaje para contar lo rara que es esa gente es como haber ido a un zoológico de personas. A mí me interesa más cuando me permite darme cuenta de lo raro que soy yo. Pensamos que vivimos en un mundo consistente, pero no es así. De ahí las sorpresas”.
Poco después, en tiempos donde el siglo XXI no evita que haya quienes discutan la eficacia de las vacunas, y cuando en las estrategias de marketing lo natural se vuelve sinónimo de impecable, Valeria Edelsztein (doctora, química, docente, editora de la publicación Chicos, de Ciencia Hoy, autora de libros de divulgación científica) fue lapidaria en su defensa de los productos nacidos del trabajo de miles de científicos en años de trabajo. “Hay gran desconfianza hacia la industria farmacéutica. ¿Pero es un monstruo? Escuchamos hablar de prácticas deshonestas, presiones a médicos, falsificaciones de resultados, conflictos de interés. Pero no seamos ingenuos. Cuando hablamos de productos naturales, sepamos que también son un negocio que en la mayoría de los países prácticamente no está regulado y mucho menos controlado.” La farmacéutica, dijo, “está lejos de ser ideal”, hay “intereses en juego y lobbistas”, pero la investigación y los controles existen. “Esto no es así en caso de remedios naturales. A la hora de tomar el tecito de boldo, pensémoslo. Hagamos las preguntas que tengamos que hacer, y cuando tengamos que elegir, no lo hagamos por las razones equivocadas.”
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