SOCIEDAD › OPINION
› Por Florencia Saintout *
Una más.
En la noche de año nuevo, se murió ahogada en una fiesta ilegal Emilia Uscamayta Curi, estudiante de la Facultad de Periodismo de La Plata.
Estaba en los últimos años de la carrera. Formaba parte de una familia boliviana muy querida, padre aymara y mamá quechua. Divertida, curiosa, el papá contó que le tuvo que explicar muy bien por qué eran originarios y que ella preguntaba todo lo que no le cerraba, hasta que en un momento se convenció y le dijo “ahora yo también voy a luchar por la causa indígena”.
Había empezado a militar en la agrupación Jorge Ricardo Masetti y participaba del programa Marcha de Gigantes en Radio Universidad.
En el entierro estuvieron más de 150 personas, entre ellas la organización Ärbol (Asociación de residentes bolivianos en La Plata), Hijos del Cóndor, educadores Identidades y sus compañeros.
El municipio de La Plata gobernado por el PRO declaró a través del tuit del intendente que se consideraba “damnificado”. Control Urbano clausuró la fiesta dos veces pero no pudo/no quiso controlar que esa clausura fuera efectiva. Es decir, no tuvo la decisión ni la capacidad de impedir la llamada fiesta privada, un eufemismo para hacer eventos con más ganancias económicas.
Las responsabilidades de los gobernantes que asumieron el 10 de diciembre comenzaron el 10 de diciembre, en la Nación, en la provincia y en los municipios. No hay excepción en La Plata.
Hace unos años, Mario Margulis publicó una investigación sobre lo que llamó la cultura de la noche. En ella desarrolla la hipótesis de que mientras que los jóvenes creen que la noche es un territorio de libertades por fuera del poder del Estado y de los adultos, la diversión nocturna está regulada fuertemente por el mercado. No hay en la noche libertad ni emancipación, sino negocios y lucro que imponen sus leyes con seguridades privadas llamadas patovicas. Son las reglas del lucro transformadas en cultura, sentido común, las que deciden quién entra y quién queda afuera en un bar o en una fiesta. La mayoría de los jóvenes saben de los principios discriminadores de la noche: a qué lugar sí pueden entrar de acuerdo a procedencias sociales; contactos; géneros portados en el cuerpo, y en qué lugares les está vedada la entrada. Cuáles son los sitios para unos y cuáles para otros. Y los jóvenes de sectores populares tienen absolutamente claro qué tan violentas pueden ser las consecuencias de pasar la raya.
Es el afán de lucro el que organiza la diversión nocturna, ocultándose en las lógicas de la diversión sin más y en la idea de que no hay límites, que el “único límite lo ponés vos”, como subraya la tarjeta que publicitaba la fiesta donde murió Emilia.
En la oscuridad de la noche, son sus mercaderes los que regulan lo legal/ilegal. Solo los Estados con decisión de hacerlo pueden ponerles un freno en pos del bien común.
El Estado neoliberal es aquel que deja hacer... y entonces hacen los más poderosos.
El pez grande se come al chico si nadie interviene. Pero este dicho popular que se aparece como verdadero a los oídos de todo el mundo, se le olvida de vez en cuando a una parte de la población. Sobre todo cuando le mienten y le dicen que el equivalente a la ausencia estatal es la libertad, discurso de sirenas que siempre termina mostrando las consecuencias nefastas para los más débiles.
Cuando el Estado liberal deja hacer como un Estado mentiroso, o impotente, o simplemente desinteresado en estas cuestiones, y el mercado decide (esas fuerzas que tienen nombres y apellidos y que siempre apuestan al lucro) pierden los ciudadanos de a pie.
Y pierden mucho, a veces todo, como esta joven mujer.
Una más.
* Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP). Concejal de la ciudad de La Plata (FpV).
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