Jue 11.12.2003

SOCIEDAD

Una madre tiró a su hija por la ventana porque la creía poseída

La nena fue tirada desde un sexto piso en el Abasto. Salvó la vida, pero está grave. Su madre fue internada en el Moyano. La familia dice que su vida cambió al ingresar a una secta.

En medio de un brote psicótico, una mujer de 29 años tiró a su hijita de dos por la ventana de su departamento del sexto piso del barrio de Abasto. La pequeña salvó su vida milagrosamente porque la caída fue amortiguada por un árbol y los cables de luz, aunque se encuentra en gravísimo estado. Después de arrojar a la niña, la mujer bajó a la vereda, vio el cuerpo en el piso y volvió a subir. Según los indicios reunidos hasta ahora, la madre creía que su hija estaba poseída por el demonio. De acuerdo a lo que contaron familiares directos a este diario, la mujer –cuyas iniciales son L.M.– forma parte de una secta desde hace un año. Y desde ese momento, dicen sus allegados, ella cambió de vida completamente. Ahora está internada en el Hospital Neuropsiquiátrico Braulio Moyano.
Arnaldo Vietta es uno de los changarines del barrio. El martes a la mañana estaba frente al edificio de la calle Zelaya cargando uno de los camiones del local de Casa Gallo. A las siete y media de la mañana, sintió un ruido seco contra un árbol y caminó unos metros hasta el sitio donde había caído la nena: estaba con vida. Arriba, en el sexto piso, su mamá seguía asomada en la ventana: “Ella intentó tirarse tres veces –dice Arnaldo– pero no se tiró porque le grité que la nena estaba viva”.
L. M. tiene 29 años y desde hace cuatro meses vivía sola con su hija en el pequeño departamento del Abasto. Ni sus vecinos ni su entorno de conocidos lograban salir ayer del shock provocado por la noticia. Los primeros testimonios indicaban que L. M. había tomado la decisión de repente porque “su hija estaba poseída” o porque, tal como dijeron, habría sentido que el diablo la había capturado.
Esas definiciones dispararon todo tipo de especulaciones, entre ellas su relación con alguna secta. Según los datos recogidos por este diario entre amigos y familiares, su vínculo con lo esotérico incluye un contacto formal con una secta y algunas experimentaciones en el campo de las meditaciones de tipo hipnótico. De acuerdo a lo que contaron sus allegados, a través de esas prácticas, L. M. intentaba encontrarse con indicios de sus vidas pasadas.
La familia asegura que esas experiencias la llevaron a cambiar drásticamente su vida. “En un año dejó la facultad, abandonó su trabajo en el área de marketing de un importante diario nacional y se divorció”, contó a este diario una persona muy allegada a su familia, convencida de que “L. M. tuvo un lavado de cerebro” en el grupo que frecuentaba. Para ese entonces, L. M. tenía cuarenta materias aprobadas en la carrera de Ingeniería de la Universidad Tecnológica Nacional. Cuando la abandonó, le dijo a una de sus amigas que había descubierto a través de las meditaciones que la carrera no era para ella.
L. M. forma parte de una de las familias acomodadas de la zona sur del Gran Buenos Aires. Hizo el secundario en el Instituto San Miguel, uno de los colegios ingleses más tradicionales de Adrogué. Era brillante en la escuela y en la universidad y alguien a quien definen como una gran emprendedora que había comenzado a fabricar y vender pufs como un modo de ganarse la vida. Ahora estaba separada y vivía con su hija en el departamento de la calle Zelaya.
¿Qué sucedió el martes por la mañana? Todavía nadie sabe demasiado. El juez de instrucción Roberto Ponce, que tiene en manos la investigación, ayer al mediodía hizo una inspección en el departamento. De la casa se llevó algunas estampas con imágenes asociadas a rituales esotéricos y una selección de cuatro o cinco cartas privadas que habrían sido enviadas por una amiga. En ellas, de acuerdo a lo que este diario pudo saber, no había información precisa sobre razones o causas que explicaran lo que sucedió el martes. Al juez le llamaron la atención, en cambio, “algunas de las críticas que le hacía una amiga por un perfil más bien infantil”, dijo la misma fuente consultada.
Los amigos no salen de su sorpresa: cuentan el obsesivo cuidado de L.M. hacia su niña. Y lo ejemplifican con una anécdota. L. M. era vetegeriana y, sin embargo, después de “algunas investigaciones se convenció de que aesta edad, su hija tenía que comer carne para que su dieta fuera equilibrada”. Ahora ella está internada en el Hospital Braulio Moyano por orden de la Justicia.
El grupo de vecinos que asistió a la nena después de la caída se comunicó con el SAME para pedir una ambulancia, que llegó después de veinte minutos. Durante ese lapso, L.M. bajó sólo una vez a la calle, miró a su hija en silencio y sin decir nada volvió a su departamento. Poco después, mientras llegaba la policía y la ambulancia, la portera del edificio fue quien estuvo un tiempo con ella. Esa mujer, llamada Dorita, ayer lo contaba: “Me avisaron que habían arrojado a un bebé por la ventana, bajé para cerciorarme y vi la criatura tirada en la calle. Nunca –dijo después– había escuchado ni visto que ella tratara mal a la nena”.

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