Vie 02.01.2004

SOCIEDAD

Un robot desembarca en el planeta Marte en busca de vestigios de vida

Es un carrito todo terreno, con seis ruedas y un brazo robótico, de un metro y medio de alto. Tomará imágenes y muestras del lugar para determinar si hay agua en el planeta. El amartizaje será el domingo.

Por Federico Kukso

Seguramente, este domingo a la madrugada más de un científico del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, en Pasadena, California (Estados Unidos) va a tener los dedos cruzados. Es que, si todo sale según lo milimétricamente planeado, el primero de los dos robots gemelos norteamericanos lanzado a bordo de la nave no tripulada Spirit desde el Centro Espacial Kennedy (Florida), el 10 de junio pasado, tocará suelo marciano a la 1.35, hora argentina. Su misión: buscar en el planeta rojo huellas que confirmen la existencia de agua, el elemento sine qua non para determinar la existencia de vida, al menos como se la conoce hasta ahora.
Del tamaño de un carrito de golf, de 1,5 metros de altura, 2,3 de ancho, 1,6 de largo, seis ruedas y un brazo robótico con hombro, codo, muñeca y cuatro dedos, el sofisticado Mars Exploration Rover (MER-A) está equipado con todo un arsenal de aparatos que permitirán ver (y analizar) al cuarto planeta del sistema solar como nadie lo hizo hasta ahora: una cámara panorámica (Pancam) que tomará imágenes tridimensionales en color del terreno con increíble nitidez; tres espectrómetros (uno de emisión térmica en miniatura, otro de rayos X y protones alfa, y uno de fuente radioactiva –espectrómetro Mössbauer–) capaces de determinar la composición química de las rocas; una cámara microscópica y una herramienta de abrasión del suelo (RAT) para “afeitar” la superficie de las rocas marcianas y verlas por dentro.
Pero para lograr su cometido, el vehículo todo terreno de la NASA no sólo deberá ir en contra de las probabilidades (casi dos tercios de las 36 misiones que hasta ahora se enviaron a Marte fracasaron) sino que tendrá que superar un duro escollo: el amartizaje.
Más que el despegue desde Cabo Cañaveral y el viaje a través de 483 millones de kilómetros de espacio profundo a una velocidad de 19.300 kilómetros por hora durante casi siete meses, el descenso a la superficie es el tramo más riesgoso de la misión. En sólo seis minutos, la nave –protegida por un escudo térmico– deberá penetrar la atmósfera marciana (más delgada que la terrestre y compuesta mayormente de dióxido de carbono y apenas 0,13 por ciento de oxígeno) que disminuirá su velocidad debido a la fricción; abrirá un paracaídas supersónico y disparará unos pequeños cohetes para amortiguar aún más la caída libre antes del impacto.
Entonces, el escudo protector se desprenderá, se inflarán las bolsas de aire (airbags) que envolverán a la sonda como la cáscara de una nuez y a sólo ocho segundos y 15 metros del suelo la nave rebotará casi doce veces, hasta detenerse finalmente en medio de lo que pudo haber sido un gran lago: el cráter Gusev, de 160 kilómetros de diámetro y ubicado cerca del ecuador marciano. Después, se desinflarán los airbags y dos horas más tarde, como si fuesen los pétalos de una flor, se abrirán los paneles de energía solar dejando todo listo para el descenso triunfal del robot por una rampa hasta pisar suelo marciano.
Y entonces llamará a casa: a través de su antena, el MER-A comunicará su estado al transmitir una serie de tonos con intervalos de diez segundos a la nave que orbita el planeta rojo (la Mars Global Surveyor) que a su vez enviará la señal a un complejo internacional de antenas de radio de la Red de Espacio Profundo, situadas en Los Angeles, Madrid y Canberra, que se encargan de llevar rastro de las misiones interplanetarias terrestres.
En comparación con el Sojourner –aquel robot parecido a una patineta que llegó a Marte en 1997, a bordo de la sonda Pathfinder y que fue el primer vehículo que se desplazó por el suelo de otro planeta–, el MER-A es 18 veces más pesado (180 kg); en un día marciano (24 horas y 37 minutos terrestres) podrá viajar lo que el Sojourner viajó en todo su tiempo de vida (100 metros), y se espera que funcione tres veces más, o sea, 90 días. Su provisión de energía disminuirá a medida que Marte se aleje del Sol y los paneles solares se llenen de polvo. Manejado a control remoto desde la Tierra –en tiempo diferido, ya que las señales tardan veinte minutos en ir y venir de planeta a planeta–, el robot que está a punto de llegar a Marte protagonizará una aventura en la que le fue asignado el papel de “geólogo a distancia”. Su tarea será desempolvar y mirar de cerca rocas, registros de climas pasados y alguna vez quizás testigos de ríos, lagos u océanos.
Según se cree, hasta hace 3600 millones de años, aquel punto rojo en el cielo donde el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli afirmó en 1877 haber visto delgadas líneas oscuras a las que llamó “canali” (canales), era un lugar cálido, húmedo y cubierto por una atmósfera similar a la de la Tierra. Hoy, a simple vista, el panorama muestra lo contrario: un planeta-cementerio, un desierto frío, seco, estéril desde hace cientos de millones de años, con casquetes polares, nubes, tormentas de arena, valles, planicies y montañas.
La NASA no dejó nada librado al azar: la misión –que costó 820 millones de dólares– fue ensayada una y otra vez en la Tierra y ya se designó al Centro de Control de Emergencia en Lockheed Martin Space Systems (Denver) como “sitio B” de operaciones en caso de que algún terremoto, ataque terrorista u otro percance impida mantener contacto con el vehículo desde el Jet Propulsion Laboratory, en Pasadena.
Y por si las cosas, de todas formas, salieran mal, los científicos estadounidenses cuentan con un as en la manga: el robot gemelo del MER-A, el MER-B –transportado por la sonda Opportunity, lanzada el 7 de julio pasado– que amartizará el 25 de enero a las 2.05 (hora argentina) en una zona llamada Meridiani Planum, a 5 mil kilómetros del cráter Gusev y de su gemelo.
La cercanía y la fascinación causada por Marte no sólo despertaron la curiosidad de escritores como Ray Bradbury, que en su clásico Crónicas Marcianas imaginó su gradual colonización (que habría de comenzar en 1999) sino la de varias culturas a lo largo de la historia que lo asociaron con la muerte (babilonios), el fuego (chinos) y la guerra (griegos y romanos). Suceda lo que suceda, estos robotitos darán que hablar. Tras el aparente fracaso de la sonda espacial británica Beagle 2 (que aún permanece “muda”, posiblemente en la profundidad de un cráter marciano) y la nave japonesa Nozomi, la dupla Spirit-Opportunity pretende aplacar los miedos en torno de la conquista del espacio despertados por la tragedia del transbordador “Columbia”, el 1º de febrero de 2003.

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