SOCIEDAD
› LOS MELMANN MARCHARAN PARA RECORDAR A NATALIA
Tres años de lucha y dolor
El miércoles se cumple el tercer aniversario del asesinato de Natalia Melmann en Miramar. Ese día sus padres encabezarán una marcha y el intendente local le pondrá su nombre a una plaza.
› Por Horacio Cecchi
El próximo miércoles se cumplen tres años del crimen de Natalia Melmann. Su nombre aún hoy es motivo de cismas, fracturas y silencio. En la misma plaza central donde los Melmann tenían una oficina para recibir denuncias, hoy los familiares de los policías condenados a perpetua por violadores y homicidas levantaron una carpa para reclamar justicia. Justicia bizarra si se tiene en cuenta que la única víctima del caso reposa en el cementerio. Tres años después de que el cuerpo de Natalia apareció vejado y abandonado en el Vivero Municipal, los Melmann se enfrentan a muchas fuerzas: a la memoria de su hija. A la mentalidad pueblerina que prefiere tragar sus miedos con la ambición de no espantar turistas. A los apellidos que hacen honores con mayúscula al silencio, para que Miramar siga siendo lo que ya no puede ser, la apacible ciudad de los niños. Aunque los niños sean las víctimas.
Todos los sábados desde que Natalia fue asesinada, los Melmann marchan desde la plaza central de Miramar, por la peatonal, hasta la costa y regresan. En verano, los dos años anteriores, las marchas fueron multitudinarias. Página/12 fue testigo de esas convocatorias, y de la carga emocional que empujaba a los Melmann a puro aplauso desde ambas veredas mientras los comerciantes, en un gesto inédito, apagaban las luces de sus comercios. Pero el verano de Miramar es corto. “Hay que saber lo que es avanzar por la peatonal a pleno invierno y contra el viento helado –dijo Laura–. Pero lo vamos a seguir haciendo como lo hicimos cada sábado desde hace tres años, aunque seamos tres como lo fuimos. Gustavo (el padre de Natalia) teniendo el cartel de un lado, Lucía (la hermanita menor de Natalia) del otro, y yo en el medio.”
Desde la muerte de Natalia, Gustavo Melmann se encolumnó con los organismos de derechos humanos. Pasó por la Secretaría de Derechos Humanos, y en enero pasado se incorporó al Programa Nacional Antiimpunidad que depende del secretario de Justicia, Pablo Lanusse. Una paradoja con un abanico de curiosidades comunes lo instaló de lleno en aquel 4 de febrero de 2001: su primer caso en el Programa parecía una repetición. La víctima también era Natalia, Di Gallo, también desaparecida y hallada asesinada días después, en un bosque donde la policía ya había rastrillado. “Era terrible cuando buscaban a esa pobre chiquita –confesó angustiada Laura–. Me parecía que todo eso yo ya lo conocía.”
“Acompañé mucho a los padres (Juan e Hilda Di Gallo) –contó Gustavo–. Estaban muy mal cuando los encontré por primera vez.” “Decime cómo carajo se hace para seguir viviendo”, le preguntaba Juan a Melmann. Hilda llevaba varios días sin comer, y estaba deshidratada al punto del desmayo. Gustavo fue aconsejándolos en base a su propia experiencia, esa experiencia que todos quisieran jamás tener. “Les explicaba que tenían que tener un perito –recordó Gustavo–, que controlaran todo. Yo era la única persona en quien podían confiar. No sabían quién era bueno, quién era malo.”
Mientras Gustavo levanta desde Buenos Aires el estandarte de Natalia en cada uno de los infinitos casos de impunidad, Laura enfrenta la impunidad de las caras conocidas y el pueblo chico. “En invierno se hace muy duro –relató la madre de Natalia–. Cuando estos tipos estaban sueltos (se refiere a los policías Oscar Echenique, Ricardo ‘el Mono’ Suárez y Ricardo Anselmini), Nahuel (hermano menor de Natalia) tuvo que ir a Buenos Aires a terminar el secundario. Lo terminó y volvió. Y a Lucía la querían llevar y traer los profesores. No es por uno, que se lo puede bancar, pero cómo hacés con los chicos. Encima, Nicolás se fue a trabajar y a estudiar a Buenos Aires. Antes de que pasara todo éramos seis, ahora en casa somos tres.”
Miramar, el caso Natalia y los Melmann, enfrentan otras paradojas. Cuando Natalia fue asesinada, el intendente de Miramar era el radical Enrique Honores. El anterior había sido el justicialista Andrés Molina. Uno y otro se habían repartido el sillón y monopolizado la escenapolítica. El 8 de febrero de 2001 apareció el cuerpo en un lugar que ya había sido rastrillado. El hartazgo de la población pudo más que miedos, aprietes y silencio. En una pueblada, desmantelaron la comisaría a pedradas. El cuerpo de Natalia logró una proeza impensable: demostró que para los dos caudillos locales, aquello de ser enemigos irreconciliables era una cuestión de imagen y ajedrez político. Marcharon, los dos juntos, en reclamo de justicia. Lo hicieron como para que todos vieran que estaban pero no en primera fila, donde los hubieran confundido con los promotores. Participaron de la primera marcha.
Después se entendería el gesto: Honores cedió a los Melmann una oficina en la plaza principal, para recibir todo tipo de denuncias. La cedió mientras el caso se concentraba sobre el Gallo Fernández, el ex convicto sobre quien la policía intentó cargar las responsabilidades. Pero cuando las evidencias empezaron a señalar lo que todos los vecinos sabían, que la policía actuaba bajo el amparo político, Honores desalojó la oficina.
Ahora, curiosamente, su nombre es mencionado como quien aporta para que la carpa de la justicia bizarra se mantenga de pie y con víveres. Los familiares de los policías condenados tienen una forma particular de reclamar justicia: cuando Gustavo Melmann llegó a Miramar, hace pocos días, fue recibido por un coro de pasacalles que sostenían que Gustavo era investigado por la Justicia, que había hecho asesinar a su hija para cobrar una indemnización, y todo tipo de agresiones.
El reclamo bizarro no es novedad para los Melmann. Durante el juicio, que se desarrolló en Mar del Plata, debían viajar en el mismo micro con los entonces procesados y sus testigos. Hubo aprietes y comentarios socarrones de asiento a asiento. Pero el trago más amargo lo vivieron algunos testigos propuestos por los Melmann. Una joven declaró bajo identidad reservada haber visto cuando Anselmini golpeaba a Natalia para introducirla en el patrullero. Curiosamente, la nueva abogada de los policías, Patricia Perelló, solicitó la nulidad del fallo cuestionando a los testigos de identidad reservada bajo el argumento de que se desconocían sus identidades. Tan desconocidas fueron que antes y después de declarar la joven recibió amenazas telefónicas y personales.
Pero todo tiene su contracara. Después de levantar la carpa bizarra, tanto fue el escándalo desatado por los familiares de los condenados que el nombre de Natalia reverdeció junto con la indignación de la gente. “El miércoles (4 de febrero) el intendente, Tomás Hogan, le va a poner el nombre de Natalia a la plaza donde la secuestraron. Espero que venga mucha gente. Pero, de cualquier forma, nosotros vamos a estar y la marcha se va a hacer.”
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