Jue 13.10.2016

SOCIEDAD  › OPINIóN

Puertas del sistema penal

› Por Roberto Samar *

¿Qué es la “puerta giratoria”? Es un concepto instalado en el sentido común de buena parte de nuestra población.

En realidad, no hay puerta giratoria, hay una puerta para determinados sectores sociales y una muralla político cultural que impide que vean los delitos de los sectores más poderosos, a los cuales, en general no los toca el sistema penal.

Los delitos de la clase media y alta no indignan a los vecinos, no preocupan a los trabajadores de la policía, ni generan acciones del Poder Judicial.

Para ilustrarlo, si ocupás un terreno porque tenés vulnerado tu derecho a la vivienda como ocurrió hace algunos años en el Parque Indoamericano, recibirás la condena social y la represión policial. Sin embargo, si canchas de tenis y restaurantes ocupan los bosques de Palermo, será naturalizado y aceptado.

Como decíamos al comienzo, lo que hay es una puerta que selecciona a sectores que sufrieron la vulneración de derechos fundamentales: según el Sistema Nacional de estadísticas sobre ejecución de la Pena, el 28 por ciento de nuestras personas detenidas tiene el primario incompleto y un 38 por ciento apenas logró terminarlo. Es decir, a más de la mitad de los presos de nuestro país se les vulneró previamente el derecho a la educación.

La puerta, año tras año, es más grande: en 1996 teníamos 25.163 personas privadas de su libertad, actualmente tenemos 72.693. El crecimiento de nuestra población detenida es sistemático. Recordemos que no hay una relación entre mayor cantidad de personas presas y más seguridad.

Por otro lado, los derechos constitucionales deberían ser para todas y todos. El artículo 18 de nuestra Constitución sostiene que “ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso”. Nuevamente, el principio de inocencia se reclama y se respeta según el sector social. En nuestra región, la mayoría de las personas encarceladas están bajo la figura de prisión preventiva, es decir, son técnicamente inocentes.

Michel Foucault sostiene que en los primeros tiempos de los sistemas de las prisiones quedó en claro que “mientras más tiempo se pasaba en prisión menos se era reeducado y más delincuente se era. No solo productividad nula sino productividad negativa. En consecuencia, el sistema de las prisiones debería haber desaparecido.”

En el mismo sentido, para el autor la delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades: “cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial.”

¿Será el momento de cuestionar las puertas de la violencia estatal como la única forma de enfrentar nuestros miedos? ¿O de empezar a visibilizar la muralla que protege los delitos de los grupos de poder concentrado?

El desafío es pensar un modelo de seguridad donde el foco esté puesto en el ejercicio de los derechos. Construir una sociedad que incluya a todos los sectores sociales con políticas activas de inclusión de los grupos históricamente vulnerados y con acciones concretas contra los abusos de los poderosos.

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de la UNRN.

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