SOCIEDAD
› UN PROGRAMA PARA CHICOS CARTONEROS DEL CONURBANO
Cómo volver desde la basura
Roberto Savio fundó la mítica agencia IPS. Ahora se ocupa del trabajo infantil. Aquí cuenta una inédita experiencia en Argentina.
› Por Pedro Lipcovich
“En la Argentina no hay legislación que permita a los pobres entrar en la economía formal, ni hay debate al respecto”, sostiene el ítalo-argentino Roberto Savio, quien encabeza un exitoso proyecto para que los chicos cartoneros dejen la calle y vuelvan a la escuela, consiguiendo la incorporación de sus padres a la economía formal. El Plan De la basura a la Dignidad abarca ya a 300 familias, con 1350 chicos, en José C. Paz, y se autosustenta mediante la elaboración de lavandina y detergentes. Savio trazó un balance de los resultados de su experiencia, destacó las diferencias entre las generaciones de pobreza que conviven en la Argentina y explicó en qué sentido la Argentina está por debajo del grado de organización comunitaria de países como Bangladesh. Savio, nacido en Italia, es asesor de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En 1964 fundó la mítica agencia periodística independiente Interpress Service y fue uno de los iniciadores del Foro Social Mundial, que enfrenta la globalización.
–Empezamos en 2002 con un proyecto piloto de un año, con financiación de la OIT, que abarcaba a 30 familias de cartoneros. Vencido ese plazo, el Programa De la basura a la Dignidad siguió y sigue, ya sin subsidios y autosustentado: abarca a 300 familias, con 1350 chicos que dejaron el cartoneo y volvieron a la escuela –resume Roberto Savio, titular de Alma Mater Indoamericana (AMI)–. La idea en la que se basó el proyecto era que sus responsables fueran las madres: a partir de la crisis dramática que vivió la Argentina, en estas familias los chicos dejaron de ser niños para convertirse en factores de producción. Entonces, la clave fue reconstituir las perspectivas productivas de madres y padres, empezando por ellas.
El proyecto de AMI consistió en formar unidades de producción de productos de limpieza –lavandina, detergente– en las que se emplearon las madres de los niños. “Esto permitió no sólo dar a las madres sueldos superiores a 500 pesos, sino generar excedentes que permitieron aumentar la cantidad de familias incluidas”, destaca Savio. De las 300 familias, en 75 las madres y/o padres trabajan en las unidades de producción, que comprenden de 12 a 15 mujeres.
Savio señala qué límites hay que atravesar para que la experiencia se extienda: “No hay manera de que la gente pobre salga del gueto en el que está confinada si no se cambia la legislación para permitir que desarrollen sus propios emprendimientos”. El problema es que “para establecer una pequeña unidad productiva; los requisitos legales son los mismos que para instalar una gran fábrica y el costo y la complicación de estos mecanismos los ponen fuera del alcance de los pobres. Esto les impide entrar por sí mismos en la economía formal y los aplasta en la economía informal”.
El proyecto de Alma Mater Indoamericana reconoce filiación en los célebres microcréditos del Grameen Bank, que se inició en Bangladesh: “Son préstamos de fuerte base comunitaria y se dan a personas que históricamente ha quedado fuera del sistema bancario: la gente del Banco se presenta en un pueblo y ofrece diez préstamos para una lista de beneficiarios que la comunidad misma habrá de confeccionar; después, si los diez cumplen en devolver, habrá una nueva serie de diez; si sólo seis devuelven, la nueva serie será de seis. Esto genera una presión comunitaria muy fuerte y esas pequeñas sumas de dinero que permiten comprar un burro o una herramienta resuelven problemas que de otro modo no tendrían solución”.
Pero el tejido comunitario de la Argentina está por debajo del de Bangladesh: “En Africa y Asia, los pueblos tienen un gran sentido de comunidad, están muy integrados, unidos por lazos de parentesco; en las zonas pobres de la provincia de Buenos Aires, la gente se conoce poco, ha llegado de distintos lugares, son comunidades poco integradas y marginadas de la producción. Había que idear algo diferente”. En la búsqueda de algo diferente, advirtieron que, entre los pobres de la Argentina, había que reconocer una distinción: “Los pobres de segunda o tercera generación han perdido muy fuertemente la autoestima, la identidad: llega a parecerles normal que un niño viva mal porque ellos mismos, cuando fueron niños, vivieron mal. Es un mundo muy difícil de recuperar. En cambio los pobres de primera generación, que se empobrecieron por efectos de la última crisis, todavía tienen capacidad anímica para salir, pero no encuentran vías de salida”.
Entre estos últimos se incluye la mayor parte de las familias participantes en De la basura a la dignidad. ¿Cuál es la principal dificultad que encontraron entre los participantes? “La falta de una lógica empresaria de acumulación de capital”, contesta Savio. Un microemprendimiento puede abstenerse de explotar el trabajo ajeno, pero no de acumular capital, y “muchas veces faltaba en ellos la lógica empresaria de que, si partimos de 50 kilos de materia prima para producir lavandina o detergente, de las ganancias habrá que reservar la suma correspondiente a reponer ese capital de arranque”. Esto les resultaba muy difícil de poner en práctica a muchas microemprendedoras y por eso AMI decidió ofrecer dos posibilidades: las unidades de producción que prefieren autogestionarse lo hacen así; pero también se preserva la posibilidad de que la ONG se haga cargo de la gestión y las trabajadoras reciban un sueldo mensual de 500 pesos. El excedente que se genera hace posible la incorporación progresiva de nuevas familias al programa.
En cuanto a los chicos, objetivo último del programa, quienes volvieron a ocuparse de ellos fueron los padres mismos. “Al restituirse los roles familiares, al cesar la lógica que lleva a perder todo valor que no sea el de la sobrevivencia, el niño deja de ser un elemento que produce tantos pesos con su cartoneo y vuelve a ocupar su lugar en la familia: vuelve a la escuela y la madre se preocupa de que estudie y vigila sus calificaciones”, cuenta Savio y destaca que, para él, la salida de la crisis implica la perspectiva “de constituir cooperativas, microempresas, distintas alternativas de producción para la gente que ha quedado fuera de la economía formal, en lugar de quedarse esperando a que vuelvan a abrirse fábricas que vuelvan a tomarlos como obreros: debiera haber otros caminos abiertos, pero sobre esto no hay legislación, ni estudios, ni debate”.
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