Mar 02.04.2002

SOCIEDAD  › EL TESTIMONIO DE LA MUJER DE PIPI, MUERTO EN UN SUPUESTO TIROTEO

“Vino acá y dijo que lo iba a matar”

› Por Carlos Rodríguez

“Me dijo: ‘En una hora vuelvo’ y cuando lo volví a ver se estaba muriendo”. Nadia D. L. tiene 20 años, una hija de dos y medio, y mucho miedo. Desde el mediodía del 25 de febrero vive sola, con su nena y una cuñada, en la misma casita de la Villa 20, en Lugano, que antes compartía con su concubino Gabriel Omar Alvarez, Pipi, de 21, quien ese día murió en otro supuesto enfrentamiento en el que participó el sargento de la Federal conocido como Percha (ver nota central). “El sábado anterior ‘Percha’ vino a mi casa y le dijo a Pipi que lo iba a matar”, denunció Nadia a Página/12, mientras cuatro amigos de la víctima recordaron otros “aprietes” del sargento Rubén Solanes. Durante el sepelio de Pipi, en el cementerio de Flores, el Percha se anduvo mostrando “sonriente y con el arma en la mano, mientras se golpeaba el pecho como diciendo: ‘Yo lo hice ¿y qué?”. Lo mismo había sucedido durante la inhumación, en Chacarita, de otros dos jóvenes a los que también habría matado.
La información policial sobre la muerte de Pipi, ocurrida durante el supuesto enfrentamiento en una estación de servicio ubicada en Piedrabuena y Unanué, en Villa Lugano, fue escueta: se limitó a decir que la Brigada de Investigaciones de la 52ª mató a un hombre que “se acercó de manera sospechosa a una camioneta Renault Kangoo”. El supuesto enfrentamiento fue a las 12.15 y Nadia D.L. llegó al lugar poco después, cuando Pipi todavía estaba vivo. “Tenía heridas de bala en los brazos, en el pecho y en un ojo”, recordó acongojada. En el lugar estaba el Percha y otro integrante de la brigada al que conocen como El Paraguayo.
Nadia y uno de los amigos de Pipi recordaron que el sábado anterior a la muerte, cuando Percha entró a la casita de la villa, le había dicho textualmente al joven que dos días después murió: “Me falta un poquito así (y le hizo un gesto con la mano como si lo estuviera por matar) para que te olvides de la calle y de todo”. Según Nadia, Pipi trabajaba como remisero alquilando autos y hacía changas con su papá.
“Nunca estuvo preso, salvo las veces que lo llevó la Brigada por averiguación de antecedentes.” La joven lloró al recordar las últimas imágenes del Pipi agonizante. “Aunque hubiera hecho algo, aunque se hubiera equivocado, no merecía morir así. Lo dejaron tirado en el auto, mientras la ambulancia esperaba para llevarlo al hospital”. Los amigos aseguraron que por las noches “no se puede andar por la villa porque el Percha y los otros están sacados, son capaces de matar a cualquiera”.
Como en el caso de los chicos que murieron en Cruz y Saladillo, hay testigos que aseguran que Pipi no llevaba armas (después apareció una 9 milímetros junto al cuerpo) y que tenía las manos levantadas. En la causa interviene el juzgado número 22 a cargo de Ismael Muratorio. “La causa llegó al juzgado recién el 18 de marzo, luego de la instrucción policial. El 20 fue indagado el sargento Rubén Solanes y el mismo día lo absolvieron. “No hubo investigación judicial, debe ser una record”, dijeron las abogadas de la Correpi Andrea Sajnovsky y María del Carmen Verdú, que presentaron un recuso para que la causa siga abierta y puedan presentarse los testigos.
En la parroquia de la Villa 20, a cargo de los curas Jorge Tomé y Jorge Díaz, todavía provoca asombro la actitud del Percha, pistola en mano, haciendo alarde el día del sepelio. Los sacerdotes tuvieron que intervenir para que los amigos de Pipi no lincharan al policía.

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