Dom 16.05.2004

SOCIEDAD  › ENTREVISTA CON LA SOCIOLOGA SUSANA TORRADO

Radiografía de la familia argentina

Las uniones sin papeles llegaron al pico histórico. Los hombres reinciden más en el matrimonio que las mujeres. Y su segunda pareja es en promedio siete años menor. Pasado, presente y futuro de la familia según la investigadora del Conicet.

› Por Mariana Carbajal

El casamiento legal está camino a convertirse en una especie en extinción en la Argentina. Las uniones consensuales han llegado a niveles históricos: el 42,7 por ciento del total de mujeres de 25 a 29 años que están en pareja en el país optó por la modalidad de cohabitación, sin pasar por el Registro Civil, según se desprende de los datos del último censo que acaba de procesar la socióloga Susana Torrado, investigadora del Conicet, experta en demografía social. “No implica que se acabó el amor, ni siquiera que se acabó la exaltación del amor romántico como ideología fundante de la elección del cónyuge. Ahora es la libertad individual y no el control social lo que asegura la existencia de parejas basadas en el amor”, señaló Torrado en un reportaje con Página/12, en el que analiza el fenómeno de las uniones consensuales y la integración de las familias después de la crisis del 2001 y se aventura a imaginar cómo será dentro de una década.
–¿Qué diferencias encuentra entre la familia de hoy y la de una década atrás?
–Podría señalar que se conforma a edades más tardías. Posiblemente lo que se va a observar más adelante es una disminución del número de hijos y una propensión a disolverse la pareja. Otro aspecto que cambió la década del ’90 es la tendencia que venía observándose de una clara disminución de las familias extensas, esto es aquellas que incluyen además del matrimonio y los hijos, algún abuelo o tío. Y también deja de bajar en los casos de familias monoparentales. Esto seguramente tiene que ver con las estrategias familiares para ahorrar, resolver el problema de la vivienda y tratar de optimizar las redes de trabajo familiar a través de añadidos al núcleo conyugal que ayuden con los hijos.
–¿Cómo imagina la familia dentro de una década?
–Creo que va a haber una disminución de la fecundidad en los sectores pobres, aunque dependerá de una aplicación efectiva de la ley de salud sexual y reproductiva. Porque las motivaciones por familias más chicas ya están, es por eso que se usa el aborto como método anticonceptivo. De ahí que la mortalidad materna es mayor entre mujeres de sectores más bajos.
–El porcentaje de uniones consensuales ha crecido a un ritmo muy acelerado en las últimas tres décadas...
–Es un porcentaje histórico. Este tipo de uniones en la Argentina era muy alto a fines del siglo XIX y principios del XX, pero se daban en el interior del país, en las zonas más pobres, tanto en el campo como en las capitales de provincias del noroeste y nordeste. Correspondían a la población criolla; los comentaristas de la época marcaban la diferencia de la población europea justamente porque se casaban.
–Algunos plantean que esto ocurría porque no había registro civil cerca de las poblaciones rurales...
–Pero el hecho es que existía esa diferencia. A medida que el país fue modernizándose, hasta fines de la década del ’50, la incidencia de la consensualidad fue disminuyendo en el total del país. Pero a partir del ’60 empieza un fenómeno nuevo: la extensión de este tipo de parejas en las clases medias urbanas. Por ejemplo, la ciudad de Buenos Aires tenía niveles bajísimos: en el ’60 tenía 1,6 por ciento y ahora llega al 46,2 por ciento del total de mujeres de 25 a 29 años que está en pareja. Pero no se puede decir que toque sólo a las clases medias, porque en el conurbano –donde hay preponderancia de sectores obreros– hoy es 45,5 por ciento de las parejas jóvenes y son el 42,7 en todo el país.
–¿A qué responde esta tendencia?
–A distintos fenómenos. Hay un proceso de contestación a la institucionalidad que deriva de la reivindicación del ámbito privado por sobre el ámbito público, de ahí el rechazo a casarse por el Registro Civil o por la Iglesia. La desacralización del “matrimonio-institución” es sólo una de las manifestaciones de esta búsqueda de ampliación de la libertad individual. A partir del modelo de ajuste, sobre todo de su profundizaciónen la década del ’90, hay otros factores que inciden mucho en el deseo de no casarse, de probar a ver si la pareja tiene sustento como para seguir adelante antes de embarcarse en un matrimonio legal: la desocupación y la precarización del trabajo. Para formar un matrimonio que eventualmente se constituye con la idea de que habrá hijos se necesita una situación más estable y la falta de trabajo o el empleo en negro hacen que haya muchísima más incertidumbre. Entonces, hay una postergación de las uniones, es decir, se retrasa la edad en la que se entra en unión: las mujeres ahora lo hacen en promedio a los 29 años y a principios del siglo XX era a los 20; es una variación enorme en un siglo. Los hombres variaron menos, pero también lo hicieron y hoy ingresan en unión alrededor de los 30 o 31 años.
–El cambio en las mujeres tiene que ver con su ingreso masivo al mercado laboral...
–En todo este proceso el elemento más importante es el progreso en la situación social de la mujer. Me gustaría señalar un aspecto fundamental: la tecnología anticonceptiva moderna es altamente eficaz, pero sobre todo es de manipulación femenina como son la píldora y el DIU. Por primera vez en la historia de la humanidad las mujeres son dueñas de su vientre: tienen los hijos que quieren en el momento que quieren, y depende de ella, no de su pareja. Incluso, pueden hacerlo sin que sus parejas se enteren.
–Pero es más un fenómeno de los sectores medios, porque en los más bajos todavía tienen dificultades para acceder a los anticonceptivos ...
–Sí, claro, ocurre más en las clases medias. Pero, de todas formas, se quebró la función iniciática de la sexualidad femenina que tenía el matrimonio. La sexualidad de las mujeres ya no depende del matrimonio; sí la procreación, aunque cada vez menos. Este es otro de los elementos que también jugó en el sentido de restarle valor al matrimonio legal.
–¿El aumento de las uniones consensuales se da también en países desarrollados?
–Absolutamente, es un fenómeno del mundo occidental.
–¿En qué medida disminuyeron también los casamientos por la Iglesia?
–Sabemos que disminuyeron en la medida que decreció la cantidad de casamientos legales, pero no hay datos concretos porque la curia no quiere darlos.
–El otro gran fenómeno que muestra la fragilidad del matrimonio es el divorcio...
–Claro. A pesar de que el número absoluto de rupturas disminuye en los últimos años, la relación porcentual de los divorcios respecto de los matrimonios (34,5 por ciento en 1993; 36 por ciento en 1998) tienden a aumentar. Pero hay menos divorcios porque la gente no se casa y, además, porque existe la cohabitación de prueba. No quiere decir, sin embargo, que haya menos rupturas: en todo caso, no están registradas. La mayor independencia de las mujeres es uno de los elementos que incide sobre el divorcio.
–¿Se sabe cuánto dura un matrimonio en promedio en la Argentina?
–No, lamentablemente no hay datos sobre la duración del matrimonio, a menos que sean encuestas específicas, aunque sería muy fácil de medir como ocurre en otros países.
–Existe la impresión de que los hombres divorciados reinciden en el matrimonio más que las mujeres divorciadas. ¿Estadísticamente es así?
–Efectivamente, la propensión a reincidir en el matrimonio es mucho más intensa entre los hombres que entre las mujeres: casi el doble en la ciudad de Buenos Aires. Dos factores explican principalmente este fenómeno: los hijos de una pareja divorciada quedan casi siempre a cargo de la madre, por lo que las mujeres aportan a la nueva unión una carga diferente a la que aportan los varones. Además, el avance de la edad perjudica a las mujeres: su mayor edad se asocia al horizonte de la menopausia percibida como “vejez”.
–Con los hombres no sucede lo mismo: su mayor edad se asocia a la madurez...
–Y hay otra diferencia: los divorciados que reinciden se unen muy mayoritariamente –alrededor del 70 por ciento– con mujeres solteras y en mucho menor medida con divorciadas –25 por ciento–. Las mujeres divorciadas tienen un comportamiento muy distinto: el 50 por ciento se une con solteros, el 40 por ciento con divorciados y el 10 por ciento con viudos. Otra vez se advierte la desfavorable posición que asigna el mercado matrimonial a hombres y a mujeres reincidentes: estas últimas deben competir con congéneres de menor edad y sin cargas familiares, algo que no afecta a los varones reincidentes.
–¿Se advierte estadísticamente que los divorciados buscan mujeres más jóvenes?
–Si reincide con una pareja que no es divorciada, hay una diferencia en promedio de siete años con su pareja, en cambio la mujer divorciada suele unirse con un varón de similar edad. Está claro que al elegir su segunda pareja los hombres pueden escoger en un segmento de edades mucho más amplio que el que está abierto a las mujeres.
–El crecimiento notable de las familias monoparentales a cargo de una mujer es otra clave de las últimas décadas...
–Es otro de los tipos de hogar que más rápidamente se ha incrementado en las últimas décadas. Pero si en el pasado la cabeza de familia eran mayoritarias las personas viudas, en la actualidad lo son las divorciadas y o separadas.
–¿Qué cambios advierte en las familias después de la crisis de 2001?
–Puedo dar percepciones porque no se pueden señalar cambios demográficos en períodos tan cortos. Seguramente aumentó la población de hombres y mujeres entre 20 y 29 años que todavía viven con sus padres, porque la crisis les impidió casarse simplemente en función de una situación económica más difícil.
–¿Qué consecuencias sociales podría traer esta situación?
–Fundamentalmente para los jóvenes que no pueden irse de la casa paterna porque se retrasa todo el ciclo de vida: si entra a la formación de una unión cinco años más tarde que lo que la tendencia mayoritaria, a lo mejor afecta el número de hijos que va a tener. Si el retraso es muy grande puede afectar la fertilidad de las mujeres que disminuye con los años, con lo cual un número creciente de ellas podría tener problemas para quedar embarazadas.

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