Jue 24.06.2004

SOCIEDAD  › UNA TARDE DE REHENES EN EL MICROCENTRO PORTEÑO

El mal momento de Gravier

Dos ladrones tomaron seis rehenes en las oficinas del esposo de Valeria Mazza. La toma, que duró dos horas, tuvo final feliz. A una cuadra se concentraba el equipo de Boca antes del partido.

› Por Horacio Cecchi

Eran las cinco de la tarde y el pibe, con mechas amarillas, camiseta boquense y camarita pocket en mano, desde la esquina de Piedras y Alsina disparaba el flash apuntando contra un edificio color salmón, a una cuadra de donde el equipo de Boca partiría rumbo al estadio. Se notaba el éxtasis en que había entrado el chico. “Qué Boca ni Boca. No me voy a perder la oportunidad”, sorprendió sin interrumpir. Su objetivo, como el de un cardumen de curiosos y de un importante despliegue policial, era el quinto piso del edificio salmón, donde se desarrollaba una toma de rehenes. El lugar: oficinas de Alejandro Gravier, marido de la modelo Valeria Mazza, tomadas por asalto por dos delincuentes. El centro de operaciones policial se concentró en una iglesia, a la vuelta. A una cuadra del lugar, y dentro del vallado de seguridad, se encontraba el hotel donde concentraba Boca. Dos horas después del asalto, los delincuentes se entregaron. A una cuadra, el interés pasaba a otro plano: faltaba poco más de dos horas para iniciar el partido.
Piedras 172/174, casi esquina Alsina. En la planta baja se abre el local de la Unidad de Traslados del PAMI, cuyas oficinas ocupan los dos primeros pisos. Hacia arriba, el viejo edificio está ocupado por estudios y despachos particulares, entre ellos, en el 5º, el del empresario Alejandro Gravier, esposo de la modelo Valeria Mazza. A una cuadra del lugar, en el Hotel Intercontinental (Piedras y Moreno), el equipo de Boca Juniors se concentraba a la espera del encuentro por la final de la Libertadores, a realizarse a las nueve de la noche, y ya convocaba a algunos fanas alrededor de la puerta.
Pero aproximadamente a las 16, en el edificio salmón las expectativas por el partido, si es que las había, cayeron brutal y sorpresivamente: dos personajes de alrededor de 25 años entraron a las oficinas de Gravier armados con un revólver 3.57 Magnum y un cuchillo. En el lugar había seis personas, entre ellas un hermano de Gravier. Los vecinos escucharon ruidos. Una mujer dijo haber escuchado disparos y gritos, aunque el dato pasó a formar parte del imaginario. Mientras supuestamente desde la portería ubicada en el último piso llamaban a la policía, los dos delincuentes se dedicaban a vaciar bolsillos, monederos y todo lo que pudieran embolsar.
Pasadas las cuatro y media, la policía ya había acordonado la zona. El vallado policial cortaba Piedras por un lado en Avenida de Mayo y por el otro en Moreno. Allí se encuentra el hotel donde se concentraba el equipo de Boca. Empezaron a caer camionetas policiales, patrulleros, el GEOF, ambulancias y un helicóptero que preferentemente no caía, pero que permanecía colgado en la zona. Ante semejante despliegue, muchos fanas –entre ellos el chico de la pocket y las mechas amarillas– decidieron acercarse al vallado para calmar su curiosidad por tanta patrulla no dedicada a ellos.
El periodismo, entretanto, hacía a la inversa. A las seis de la tarde, la mayor parte de los movileros ubicados en Moreno y Piedras vieron que un enorme ómnibus con imágenes boquenses había logrado sortear el vallado y avanzar hasta la puerta del hotel: se abandonó momentáneamente la guardia por la toma de rehenes para avanzar sobre los ídolos futboleros, mientras una rubia subrayaba que “si por el vallado los de Boca se tienen que ir caminando, eso es nota”.
A esa hora, una camioneta de Multicanal y otra de Metrogas avanzaron para cortar los servicios por orden policial. Al rato, volvieron a salir: “No hizo falta, ya se entregaron”, dijeron los técnicos. Fue la primera información sobre el final feliz de la toma de rehenes. Después, el subcomisario Claudio Pereyra, jefe del GEOF, sintetizó las novedades ante los periodistas. Toda la concentración pasó entonces a la salida de los boquenses, mientras un patrullero estacionado cerca recibió el saludo de algún vecino: desde las alturas le estamparon un huevazo que estalló en el parabrisas.

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