SOCIEDAD
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La cáscara vacía
Por Ariel Schifrin *
- El Código de Convivencia es causante de inseguridad –dice un empresario político.
Nadie le explicó que, a diferencia del Código Penal, el Contravencional es una norma que regula la baja conflictividad de las relaciones de vecindad y refleja los consensos sobre pautas de convivencia urbana. Si alguien porta un arma sin permiso, amenazando nuestra seguridad, debe aplicársele la figura específica de Código Penal. Ahora, si su hijo mayor de 18 años canta una serenata estentórea el sábado a la noche y despierta a los vecinos, o no se aguanta y orina en el cordón, quédese tranquilo que no es un delincuente ni una amenaza social, apenas un contraventor menor. Se le puede aplicar el Código Contravencional, jamás el Código Penal.
- El código es muy bueno, pero se ha instalado en la opinión pública que no sirve. No se te ocurra nadar contra la corriente –dice un funcionario atribulado.
De los 84 artículos del vapuleado código, solamente unos pocos han sido controversiales en su momento y levantaron polvareda, como el de los cuidacoches y la prostitución callejera. Sin embargo, con el paso del tiempo, algunos problemas de convivencia parecen saldarse, nos vamos acostumbrando a lo diferente. Maravilloso. El Código Contravencional vigente, según juristas y académicos de renombre, es una herramienta avanzada. Como toda norma que choca con la realidad merece unos retoques. De ahí a convertirlo en un icono de la intolerancia hay una distancia.
- La sociedad esperaba un nuevo código –clama uno con la cuenta de Internet impaga, y agrega–, al menos ya lo votamos en general y quedamos bien aunque nada.
El problema de la ciudad no es la falta de normas. Las leyes porteñas son las más completas y exhaustivas del mundo, pero no se aplican y forman un glosario de buenos propósitos. El problema de la ciudad, en el que confluyen el deterioro ético de arrastre –“las normas están para que las cumpla otro”, “lo arreglamos con un diego”– y la crisis de credibilidad en lo público, es la ausencia de algún principio cotidiano de autoridad.
- Ah, bueno, entonces metamos mano dura a los piqueteros –dice otro que se abalanza sobre el percudido borrador del Código de Convivencia.
No, aflojemos. El de los piquetes es un conflicto de legitimidad que excede a la ciudad. Aunque su metodología recurrente sea contraproducente y fastidiosa, hay detrás un reclamo por derechos básicos inalienables.
Es mejor preservar al Código Contravencional de la tentación de convertirlo en un vademécum de soluciones mágicas. En cambio, es injustificable la ausencia de autoridad en otros órdenes de la ciudad, por ejemplo la obstrucción de vía publica por publicidad, los ruidos molestos, la contaminación, la discriminación racial en los boliches.
- Pero eso no se lo encargué al encuestador... –me dice el especialista.
Querían un show mediático y lo tuvieron. El miércoles se votó en general un nuevo Código Contravencional, sin ningún acuerdo en los artículos particulares. El debate para su sanción efectiva puede durar dos años o más. Es como si se hubiera votado en general la Ley de Comunas, sin ningún acuerdo sobre sus límites, competencias y alcances. Se votó un título, una cáscara vacía.
Mejor busquemos soluciones. Por ejemplo, la creación de la Justicia vecinal, con mecanismos ágiles para tratar la mayoría de las denuncias cotidianas, para facilitar a la autoridad judicial central que se aboque a las contravenciones complejas y a las cuestiones penales. Si empezamos por resolver los conflictos vecinales menores sin hacer un expediente engorroso ante una disputa por humedad en la medianera, ni considerarlos “antesala del delito penal” (sic), edificaremos nuestra convivencia recorriendo el camino de la ley hacia una ciudad normal.
* Legislador porteño.