SOCIEDAD
El juicio que va de nuevo por un policía acusado de gatillo fácil
Es un principal de la Federal que ya fue condenado en un fallo luego anulado. Pese a la acusación, aún pertenece a la fuerza. En el episodio, ocurrido en 1997, murió un joven de 26 años.
› Por Carlos Rodríguez
“Dicen que la Federal es una familia. Por lo visto yo no estoy afiliado, no soy de la familia policial porque nadie se apiadó de mí.” Carlos Alberto Robles es un sargento de la Federal que desde fines de 1997, cuando un grupo de colegas suyos asesinó a balazos a su hijo Cristian, de 26 años, dejó de usar el uniforme. Anda con barba de varios días y el pelo largo, con colita a lo Sérpico, como los de las brigadas, pero con una diferencia grande: él nunca mató a nadie. “Me mintieron desde el principio”, aseguró ayer, llorando, al comenzar el segundo juicio oral por el homicidio de Cristian. La primera sentencia fue declarada nula por carecer de fundamento técnico. El único imputado es el principal, en “disponibilidad preventiva”, Augusto Nino Arena, de 41 años, quien había sido condenado a nueve años de cárcel, en soledad, aunque subsisten las sospechas de que fue una “ratonera”, una trampa policial para matar a un par de ladrones de medio pelo. En forma fortuita se coló Robles y sus padres creen que hubo más policías que participaron de la matanza.
La hipótesis de la “ratonera” quedó instalada en la primera jornada, a diferencia del anterior juicio oral. “Hubo un ‘buche’, que puede ser ladrón o policía, que señaló por error a mi hijo y que después salió corriendo”, dijo Robles en el juicio, invocando una modalidad operativa siempre vigente, aunque difícil de probar. “Se comentaba que el principal (Néstor) Gago y la cabo Miriam López estuvieron muy temprano en la plaza Nicaragua”, en Pepirí al 600, en el barrio de Pompeya, donde el 3 de diciembre de 1997 fueron asesinados Cristian Robles y Daniel Duarte, de 19 años. Con un cómplice que pudo escapar, Duarte había robado 170 pesos en la pizzería Piazza Navone, a la vuelta de la esquina, en José C. Paz 3412. Fue rara la actitud de los ocho policías que actuaron esa noche. El principal Arena, al prestar ayer declaración indagatoria, insistió en que se quedaron en el barrio, junto con sus tres acompañantes, el suboficial Hugo Gorosito y los sargentos Jorge Pérez y Horacio Suárez, porque vieron pasar por la plaza José C. Paz, frente a la pizzería robada, a cuatro personas que “miraron muy atentamente” al móvil en el que iban, un Ford Falcon con dos antenas, “fácil de reconocer” como perteneciente a la policía. Luego perdieron de vista a los sospechosos, pero Arena llamó igual por su celular –no por la radio policial– al principal Gago, que llegó en otro móvil no identificable, acompañado por la cabo López, José “El Cuervo” Varela y Rubén Gerez.
Minutos después, mientras dejaban que Duarte y su cómplice robaran en la pizzería Piazza Navone, Arena, Gago, Gerez y Gorosito se ocultaron en la heladería Vía Pepirí, al 605 de esa calle, para esperar a los ladrones, como si se abriera una trampa mortal. Según Arena, vieron pasar a “tres ladrones caminando” (incluye al joven que nada tenía que ver) y un cuarto estaba en un auto, con el motor en marcha. El único imputado dijo que escuchó a Gago dar “la voz de alto policía” y que cuando salió a la vereda advirtió “más de un fogonazo”. Por eso sacó el arma y disparó. “Eran tiros insistentes, quería salir de la línea de fuego para que no me maten. No tenía chaleco antibalas, no lo proveían”, se excusó.
La autopsia determinó que el chico Robles recibió al menos diez disparos, que podrían ser 14. “Lo cortaron, se iba en sangre”, relató Robles padre. Duarte también recibió una andanada de tiros. Fueron más de cuarenta disparos, pero el ladrón del auto y el que iba caminando junto con Cristian y Duarte, pudieron salir con vida y nunca más aparecieron. ¿Uno de ellos era el “buche”?
“Eran tres personas que estaban a cinco metros. Repelí al mismo tiempo que me agredieron. No quería matar a nadie y menos a Robles, que no tenía nada que ver. Si hubiera sabido que era un inocente me hubiera tirado sobre él, me hubiera tirado encima, lo hubiera protegido a riesgo de mi vida”, dijo Arena con la voz quebrada, utilizando expresiones grandilocuentes, típicas de la jerga policial, luego de aclarar que no respondería preguntas ampliatorias del tribunal.
Carlos Robles lloró al recordar que su hijo llegó más tarde ese día porque pasó a visitar a su abuela. “Venía a comer budín de pan.” La abuela paterna murió poco después “de tristeza” y hace un año falleció el abuelo. “Quiero justicia”, dijo Robles dirigiéndose a los jueces Raúl Llanos, Ricardo Rojas y Gustavo Valle, y al fiscal Jorge López Lecube. En la próxima audiencia, el martes próximo, declararán los policías que acompañaban al imputado Arena.