SOCIEDAD
› EL CASO DE UN CHICO APRESADO POR UN ROBO Y DEFENDIDO POR LA COMUNIDAD DONDE VIVE
Matías, de alumno ejemplar a Sierra Chica
Un adolescente fue detenido en Billinghurst por un robo. En el barrio y la escuela donde estudia creen en su inocencia. Y lograron su excarcelación. Pero aún falta el juicio. La comisaría que actuó tiene antecedentes de inventar causas.
› Por Mariana Carbajal
Matías Lucas Cabrera era un alumno ejemplar, un referente para sus compañeros. Pero de la noche a la mañana –tal vez por morocho, pobre y adolescente– pasó de ser delegado ante el Consejo de Convivencia de la escuela media donde cursaba el segundo año del polimodal con asistencia perfecta a la cárcel de máxima seguridad de Sierra Chica. Estuvo 11 meses y 19 días preso, acusado de un robo agravado que nadie de los que lo conocían creyó que pudo cometer. Su detención corrió por cuenta de policías de la comisaría de Billinghurst, partido de San Martín, una seccional con antecedentes en el armado de causas a inocentes. A falta de recursos en su familia, fue la comunidad educativa la que motorizó la defensa de Matías. Y con el apoyo de la Red de Abogados Voluntarios de Poder Ciudadano, el muchacho acaba de recobrar su libertad. “Le robaron un año de su vida”, denuncia, entre lágrimas, su mamá.
A Matías lo detuvieron el 7 de agosto de 2003 a pocas cuadras de la comisaría Billinghurst. Regresaba a su casa después de visitar a una amiga que había tenido un hijo. Un par de horas antes, en ese mismo lugar, había sido asaltado por un pibe armado un fletero con el camión cargado de electrodomésticos. A Matías le abrieron una causa por robo agravado. No tenía antecedentes penales. Ni él ni ningún miembro de su familia. “La causa se sostuvo sólo en el reconocimiento espontáneo de la víctima del robo en la comisaría. Según contó Matías, estaba sentado cerca del baño cuando entró el fletero con un policía y lo señaló a él. Después, ese hombre describió toda la ropa que tenía el ladrón y coincidía con la de Matías. Llamativamente, en su declaración consta que tenía zapatillas claras y cordones oscuros como los de Matías. Es raro que haya podido prestar atención a ese detalle. En el expediente hay testigos que indicaron que el autor era otro y, de hecho, hay otra persona imputada por el mismo hecho en otra causa, que está en la cárcel por robo agravado. Pero nada de eso se tuvo en cuenta en el proceso judicial que fue bastante irregular”, señaló Rina Barbieri, integrante de la Red de Abogados Voluntarios de Poder Ciudadano, que asumió gratuitamente la defensa del joven desde que la causa fue elevada a juicio oral. Nunca se encontró la mercadería robada ni el arma utilizada en el asalto. Diez policías de la misma comisaría que detuvo a Matías fueron condenados en los últimos meses por detener a inocentes y amenazarlos con inventarle causas si no pagaban una coima.
La carta
Matías acababa de cumplir los 18 años cuando fue detenido, así que no le correspondía ir a un instituto de menores. Después de estar 25 días en la comisaría, lo trasladaron sin mayores explicaciones al penal de Sierra Chica, en Olavarría, a 386 kilómetros de Buenos Aires. “No lo podía creer, fue todo tan de golpe. Lo único que me pasaba por la cabeza era qué pensaba mi familia, cómo estaba mi mamá”, recuerda Matías, en diálogo con Página/12, aunque le cuesta mucho hablar de aquellos días –casi un año– en que se sintió un muerto en vida: “Cada domingo, después de la visita de mi familia, empezaba de nuevo a remar para llegar al sábado siguiente”.
Al principio, su familia pensó que lo habían detenido por averiguación de antecedentes. “Nunca dudamos de su inocencia. Somos humildes pero honrados. En mi vida pensé que iba a pisar una cárcel”, dice Silvio Cabrera, papá de Matías. Está sin trabajo fijo hace varios años, pero se las rebusca haciendo changas como mozo los viernes, sábados y domingos. La familia recibe un Plan de Jefas y Jefes de Hogar. Además de Matías, Silvio y su esposa, María Antonia, tienen otros siete hijos. Matías y los tres más chicos, de 14, 13 y 11 años, viven con ellos, en una casa muy humilde, de paredes sin revocar, la misma que tienen desde que el matrimonio se casó. Las dos hijas mayores llegaron hasta cuarto año del secundario, el tercero dejó antes para dedicarse al fútbol, aunque ahora trabaja en una fábrica metalúrgica, y Matías y los menores siguen estudiando. Su familia no es la única que creyó en su inocencia desde un primer momento. También los docentes de la Escuela Media Nº 6 Alfonsina Storni, de Billinghurst. “Lo conocimos bien durante 2002 y 2003 cuando trabajamos en los acuerdos de convivencia, que reemplazaron al régimen de amonestaciones. El participó mucho, era el que más trabajaba, hasta se quedaba después de hora. Era una maravilla, muy colaborador, siempre buscaba la forma de mediar entre los alumnos y los profesores. Es muy pacífico. Incluso, sus compañeros lo eligieron delegado ante el Consejo de Convivencia”, cuenta Celestina Siccardi, secretaria de la escuela. Tanto la escuela, como la parroquia Sagrada Familia y un club de fútbol barrial presentaron ante el juez de Garantías Nº 3 de San Martín, Oscar Quintana, a cargo la instrucción de la causa, notas favorables al adolescente. “Nunca nos escuchó”, se queja el preceptor Martín Caldo, uno de los principales promotores de la defensa de Matías.
Lo que tal vez salvó al adolescente de un encierro que podría haber sido más prolongado fue una carta de lectores que sus profesores enviaron a Página/12 y se publicó el 21 de octubre de 2003. Ahí denunciaron que Matías estaba preso “por equivocación”. “Escribimos esta carta porque ni sus padres ni nosotros tenemos dinero ni influencias para que la causa se active, o que, en el peor de los casos, le den prisión domiciliaria hasta que se sepa la verdad”, explicaron en la misiva. Aquella carta conmovió a directivos de Poder Ciudadano, que decidieron involucrarse aunque el caso no tenía las características de los que la entidad interviene habitualmente.
“Estamos en una zona en la que es común que haya chicos que cometan robos, hemos tenido alumnos con problemas con la ley, y hemos dejado que las causas sigan su curso. Pero sabemos que este caso es distinto. Matías es una persona muy valiosa”, contó la secretaria de la escuela a este diario.
La cárcel
Desde que Matías fue trasladado a Sierra Chica, su mamá viajó hasta Olavarría todos los viernes, a veces en micro, otras en tren, para poder visitarlo los sábados y domingos. La cooperadora de la escuela los ayudó cada semana con los 35 pesos del pasaje de ida y vuelta. Y vecinos, amigos y compañeros de Matías se ocuparon de juntarle víveres y elementos de higiene y de escribirle cartas, para que su familia le llevara cada fin de semana y así hacerle más llevaderos sus días en prisión. “Llegué a odiar los viernes, porque yo quería tener a Matías conmigo”, se conmueve la mamá, que en los 11 meses y 19 días que su hijo estuvo preso bajó 20 kilos. “Más que nada por la injusticia”, dice. “Hay otras personas que las detienen con armas y salen a la semana de la cárcel y a él, sin nada, lo tuvieron casi un año adentro”, sigue María Antonia, con la garganta anudada por las lágrimas, y una de sus tres nietas en brazos. A fin de año, la mujer llegó a instalarse unos quince días en una pensión cercana al penal con sus tres hijos menores para pasar las Fiestas junto a Matías. “Pasar las Fiestas es una forma de decir ... pero quería estar cerca de él”, dice la mamá. María Antonia pidió unos tablones en un kiosco y armó una mesa frente al imponente muro de la unidad penitenciaria. Puso una vela y ahí cenó con sus hijos las noches de Navidad y Año Nuevo. “También odié ese muro... Estoy muy dolorida. El dolor mío es por lo que él vivió. Le robaron un año de vida”, solloza María Antonia.
Matías dejó la cárcel de Sierra Chica el 26 de julio. Le otorgaron la excarcelación, después de habérsela denegado en otras dos oportunidades, a pesar de que la fiscal había prestado su conformidad, y de que el Instituto de Clasificación del Servicio Penitenciario había firmado un informe en el que calificaba su conducta como “muy buena”, informaba que no registraba sanciones disciplinarias, y concluía que Matías tenía un pronóstico de reinserción social favorable. La abogada también solicitó la morigeración de la prisión preventiva. Pero tampoco tuvo eco en el Tribunal Oral Nº 3 de San Martín, aunque los directivos de la Media Nº 6 se hacían responsables del seguimiento de Matías cuando saliera de su casa para ir a la escuela.
El 27 de mayo, Barbieri insistió con otro pedido de excarcelación, el tercero. Pero el mismo tribunal oral lo rechazó. La abogada apeló y finalmente, la Cámara de Apelaciones de San Isidro –que actuó porque la de San Martín estaba en feria– se la otorgó. “Lo que me pasó no me gustaría que le pase a ninguna otra persona”, dice Matías, que cumplió 19 años en Sierra Chica. Ahora está tratando de recuperarse. Volvió a la escuela y comenzó a recibir apoyo psicológico en un centro municipal. Pero todavía le falta enfrentar el juicio oral y público, cuya fecha aún no fue definida.
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