Lun 27.12.2004

SOCIEDAD  › DIALOGO CON PATRICIA MERKIN, ORGANIZADORA DE LA REVISTA “HECHO EN BUENOS AIRES”

“El objetivo es empoderar a las personas”

La idea la sacó de una iniciativa británica, destinada a los numerosos homeless creados por la política económica de Margaret Thatcher. Por eso nació el verbo empoderar, del inglés empower, que podría traducirse como potenciar. Ese es exactamente el objetivo de los que hacen la revista Hecho en Buenos Aires, que la gente de la calle vende en su beneficio, rompiendo el círculo de soledad y falta de autoestima que acompaña a la desocupación.

› Por Andrew Graham-Yooll

–Sería bueno empezar con una explicación de cómo comienza en la Argentina la revista Hecho en Buenos Aires.
–En octubre de 1998 un amigo llegó de Londres y me regaló diez ejemplares de la revista inglesa The Big Issue (El Gran Tema), que se había lanzado para la gente de la calle, los homeless. Leí sobre la función y la inserción social de la revista en la recuperación de las personas a través de su propio esfuerzo, y leí el producto. A partir de ahí, comencé a pensar en cómo gestar algo similar en Buenos Aires.
–Qué actividad tenía usted antes de meterse en este proyecto?, ¿qué hacía para ganarse la vida?
–Yo soy traductora de oficio, trabajaba de traductora e intérprete. Había regresado a la Argentina en 1995 después de 18 años de vivir afuera, principalmente en Francia, pero también en Israel y Costa Rica. Y venía de trabajar en Inter-Press Service (IPS), en la mesa regional en San José que cierra en 1995 y pasa a Montevideo. Vine a Buenos Aires para cerrar el ciclo de tantos años afuera y en el 1998 me pongo a idear el proyecto para Buenos Aires. Eso significó ver qué sentido tenía hacer esto en la sociedad argentina, qué sentido tenía comenzar a descubrir quiénes eran las personas en situación de calle. Había que ver qué era lo que sucedía en ese momento. El desempleo estaba en 17,8 por ciento. Cuando proponía el proyecto en diferentes lugares me decían que acá no había gente en la calle.
–¿A qué lugares llevaba el proyecto y dónde recibía esa respuesta?
–A oficinas de gobierno, empresas, organizaciones, personas. Había una comunidad adormecida por los años de Carlos Menem. Había cosas que se veían y otras que no, y qué era lo que se podía hacer y qué no. Obviamente, la fábrica de negativas que es la sociedad argentina decía que lo que yo quería no iba a funcionar, que no se iba a poder hacer, que no tenía sentido porque la gente no quería trabajar. Hecho en Buenos Aires es una revista de la calle, que tiene que ver con el trabajo, tiene que ver con “empoderar” a las personas en forma directa a través del trabajo.
–¿Qué significa “empoderar”?
–Reconozco que es una traducción del inglés, viene de “empower”. En castellano se puede decir “potenciar” a las personas, descubrir habilidades, porque todos tenemos capacidad de algo, y brindar herramientas concretas de inserción. A través de esto las personas pueden aspirar a una vida mejor. Ese es el motivo de este proyecto. A partir de ahí, me puse a trabajar y formar un equipo que pueda lanzar este proyecto en las calles de Buenos Aires. No recibimos apoyo de ningún lado, no había forma de conseguirlo, en realidad, porque el proyecto no estaba listo. Todos nos decían que cuando el proyecto estuviera en la calle, ahí se plegarían. Mi contacto con The Big Issue en el Reino Unido era constante, para buscar cómo articular el proyecto para la Argentina. Al escribirles a ellos me fui enterando de que hay un movimiento mundial. La grandeza de The Big Issue fue no solamente plantar la idea en el Reino Unido sino también originar una red mundial de revistas de la calle, que hoy tiene 55 grupos miembros en 27 países. En 1999 viajé a Londres a ver cómo trabajaban. Todo era más difícil de lo que parece ahora, porque la idea de “empresa social” (social enterprise, en inglés) no estaba instalada en la Argentina y aún queda mucho camino por andar en términos de lo que es una “empresa social” y para qué está.
–Bueno, ¿para qué está?
–Una empresa social abre los compartimientos estancos que la sociedad genera para las personas asistidas y las incorpora al mundo del trabajo. En Londres me encontré con una megaorganización, con una revista semanal, con una red propia. Los lunes a la mañana, a las seis, en la oficina deThe Big Issue había cuatrocientas personas esperando que salga la revista. Me encontré con una organización que trabaja con una inserción en el mercado, pero también inserta en el sector social. Esa combinación de cosas era lo que yo quería trasladar a Buenos Aires. Ahora, lejos de ser un proyecto similar, en términos de desarrollo y el impacto en el sector privado y público, somos proyectos hermanos. Hecho en Buenos Aires tiene una relación con The Big Issue de Escocia, con base en Glasgow, que tiene muchos centros de distribución. Es muy eficiente en términos de intercambio editorial y de experiencias. A mi regreso de Londres me acerqué al British Council en Buenos Aires para proponerles un sistema de cooperación para instalar el proyecto aquí. Ellos aceptaron apoyarnos con dos mil libras esterlinas que, en ese momento, eran tres mil quinientos pesos. En un principio el apoyo se basó en un puente de cooperación entre la gente de Londres y de Buenos Aires. Como nuestro equipo tenía seis o siete personas permanentes, propusimos usar ese dinero para hacer la primera edición y desarrollar el intercambio con el Reino Unido después. Así fue que tuvimos un primer número en junio de 2000.
–¿Cuántos ejemplares sacaron al principio y cuántos sacan hoy?
–De esa primera edición hicimos cinco mil ejemplares, y hoy imprimimos 35.000. Durante tres meses recorrimos las plazas, las parroquias, fuimos por las calles, comenzamos a descubrir los lugares donde circulaba la gente en situación de calle o la gente que estaba a punto de estar en situación de calle, gente desalojada, en hoteles municipales, en hogares de tránsito. Nuestro grupo de interés era la gente que había salido de la cárcel, los adictos, los desempleados de larga data (como se dice hoy en términos técnicos). Lo que tuvo de interesante eso fue que conocimos directamente una parte de la población de Buenos Aires para quien el proyecto estaba destinado y todo el equipo se involucró y conoció todas las etapas de la A a la Z del proyecto. No había áreas de actividad, todos hacíamos todo. Un periodista inglés, Chris Moss, que estuvo en los comienzos, fue a buscar gente a la plaza Once; una de las primeras editoras, María Medrano, también fue a buscar gente, a charlar, a mostrar la tapa de la revista. Se trataba de lanzar una revista que tuviera contenidos interesantes, que pudiera instalar temas que llevaran a campañas relacionadas con las personas que viven en exclusión. Queríamos que las personas pudieran ganar un ingreso a través de la venta, que pudieran comprar y vender la revista. Pero la experiencia no pasa solamente por comprar y vender la revista. La relación con los vendedores es un vínculo que se establece en términos de empezar otro circuito de comunicación para esas personas que están excluidas de cualquier oportunidad. La exclusión no es sólo una cuestión económica sino también cultural, jurídica, hasta espiritual en términos más amplios. Reincorporar, ayudar a las personas a que se reintegren a través de la autogestión, a través del esfuerzo personal, apoyados por un equipo de gente que formábamos una organización, era nuestra meta. Así empezamos. El primer número salió en junio de 2000, con una tapa que decía “Andá a laburar”, con una persona que tenía una revista que decía “Andá a laburar” y abajo decía, “Este es mi trabajo”. Eso era lo que la gente le decía a los que no trabajaban. Pero esas personas no tienen trabajo. Para contrarrestar el prejuicio había que presentar la idea de que no es que las personas no trabajan porque no quieren. En ese momento no teníamos oficinas, por lo que les dábamos nuestros números de teléfono y nos llamaban a casa con cobro revertido, para acceder a revistas, para contarnos cómo les había ido, para presentar a un amigo que quería vender. Así nos fuimos acercando a nuestro grupo de interés más importante que son las personas que venden la revista.Con el primer número fuimos de la imprenta a la Plaza Primero de Mayo, en Congreso, con cuatro paquetes de revistas. Habíamos quedado con cuatro o cinco personas que habíamos contactado para vender. Vinieron tres. Eran tres que buscaban levantar su autoestima, que querían acceder a un grado de dignidad, a poder tener un trabajo que si bien no era permanente, les brindaba acceso a un ingreso directo. Así empezamos.
–¿Quién los apoya con dinero para los gastos y los sueldos?
–Hoy tenemos ayuda del Levi Strauss Foundation, que contribuye por dos años a mantener a Puerto 21, el centro social que tenemos en la avenida San Juan 21. La fundación Avina hace una contribución que cubre tres sueldos. Es poco y lo repartimos. No hay más apoyo por ahora. El Gobierno de la Ciudad nos presta el edificio de la avenida San Juan que antes era una imprenta. Antes de eso logramos poner una oficina en la calle Chile y Bolívar, adonde venían los vendedores. Empezamos a socializar en forma intensa con la gente que venía a buscar la revista. Con el departamento de relaciones laborales del Conicet hicimos un informe de impacto social sobre las necesidades de los vendedores. A partir de una serie de preguntas descubrimos que la primera necesidad que tenía la gente era trabajo, la segunda vivienda y la tercera salud. Descubrimos que había mucha discriminación en los hospitales cuando llega una persona que no tiene domicilio fijo, que tiene poca educación y pocos mecanismos de prevención. Eso significa que llegan al hospital cuando están graves, que había muchos casos de alcohol y drogas, que había muchos problemas de desconfianza en el sistema público. Denunciamos esta situación sanitaria a la organización humanitaria Médicos del Mundo en Argentina.
–Ustedes también iniciaron otro proyecto, el del ómnibus sanitario.
–Presentamos un proyecto para lograr dos vagones atrás de la estación Retiro, que nos podían ceder en un ministerio. Pero cero. Decidimos hacerlo en forma independiente y buscar fondos. Queremos ofrecer un sistema de prevención, capacitación para promotores, reducción de daño, promoción de la salud. Así surgió el Colectivo de Salud, que funciona de lunes a viernes de nueve a dieciocho horas, en Parque Lezama, Plaza Primero de Mayo y plaza Flores. El colectivo abre las puertas a una salud comunitaria y autónoma, si bien creemos que el derecho a la salud es de todos los ciudadanos y el Estado debe velar por ella, pensamos que la ciudad de Buenos Aires aún necesita esfuerzos como el nuestro.
–Lo de la capacitación y los promotores buscó hacerse dentro de la gente de la calle.
–Sí, el proyecto tiene muchas ramificaciones y hay un registro de más de 3200 personas que han sido atendidas, 750 fueron derivadas a hospitales de referencia que atendieran especialidades. Cifras similares han llegado al consultorio odontológico que funciona en nuestro centro social Puerto 21. A Puerto 21 llegan personas solas, inmigrantes de países limítrofes, mujeres con niños, padres con numerosos hijos. Más o menos 70 por ciento son hombres y 30 son mujeres. Desde nuestro lanzamiento registramos contacto con más de 1900 personas. Y en forma constante trabajamos con unas 270 personas. Si una persona se acerca ya muestra voluntad de hacer algo. La embajada británica aportó los fondos para comprar y acondicionar un ex colectivo escolar que será más o menos modelo ’85. Y la Junta de Galicia aportó durante dos años y medio la financiación para dos médicos, dos enfermeros y dos personas en área social, que también trabajan en la obtención de documentos de identidad gratuitos.
–¿Qué es Puerto 21?
–Es nuestra casa. Hacemos cursos de promotores de salud, en donde participan, a lo largo del año, unas 45 personas en la prevención de HIV, primeros auxilios, contracepción y otras cuestiones. Además hay diez vendedores de la revista Hecho en Buenos Aires que cada tres meses van rotando, que trabajan con el área social y el área médica para acercarse a gente que puede necesitar asistencia y no lo sabe. Ese es el motivo para situar al colectivo en diferentes lugares fijos en zonas muy diferentes de la ciudad. Se han hecho campañas de vacunación en Flores, porque ahí está aumentando mucho el número de personas en situación de calle y hay asentamientos importantes. Cuando vamos descubriendo que hay situaciones que atañen a nuestro grupo objetivo hacemos acciones para llegar a las personas. Esas acciones trascienden la asistencia propia del colectivo. Ese trabajo lo hacen los operadores de calle con personal de las CGP y otras organizaciones. Puerto 21 es un centro social, al que vienen los vendedores de la revista, que obtienen un peso por ejemplar vendido. La casa busca superar no sólo la exclusión económica sino también cultural.
–¿Cuántas revistas vende cada uno en promedio?
–Algunos venden entre 20 o 30, otros llegan a cuarenta. El promedio es entre 18 y 23 ejemplares por día. Significa una entrada de entre 18 y 23 pesos por día. Tienen una venta constante todo el mes. Hay vendedores que hacen su sistema de ahorro dentro de la organización, que se llama el “Banco de Hecho”, que es simplemente un registro donde queda el dinero ahorrado y, a fin de mes, se les devuelve si quieren usarlo. Hay vendedores que tienen dos o más paradas, y trabajan todo el día, y también de noche.
–¿Quién escribe la revista?
–La revista está escrita por periodistas profesionales que incluyen a personas en situación de calle. Hay dos páginas dedicadas a los vendedores, que se llaman “Prensa del asfalto”. Ahí se publica todo sobre lo producido en los talleres en Puerto 21. Cuando un vendedor propone y escribe una nota, su firma aparece como periodista y no se dice que es vendedor. Porque si no, no lo estaríamos integrando. Pasa a ser un colaborador más. Los talleres son de yoga, escritura, teatro, plástica, hay cursos de inglés, clases de tango, digitopuntura y talleres no permanentes de fotografía o fileteado porteño. La idea es que las personas puedan acceder al desarrollo personal, para completar un proceso de inserción, integración, revaloración y autoestima. También se hizo un taller de macramé, que ofrece una salida laboral. Tenemos sesiones de cine con películas que los vendedores votan a lo largo de cada mes. Hacemos pochoclo y se mira una película. Esto es una suerte de minisistema económico y cultural alternativo para ayudar a las personas a reinsertarse. La revista brinda un recurso económico, pero el centro social brinda un referente cultural. Aquí circulan entre treinta y cincuenta personas diariamente. Durante 2004 circularon más de mil personas por los talleres.
–¿Usted busca fondos en el exterior para este minisistema?
–Este es un proyecto de “empresa social” que busca su sustentabilidad, que se puede dar cuando hay una inversión que da excedentes que se pueden reinvertir en programas que benefician a la gente. Como esto hasta ahora no se dio, y el sector privado local y el Estado no están apoyando en forma muy activa, tenemos que salir a buscar fondos. Bueno, este local es municipal y nos lo han prestado, pero así como se ve ha requerido una inversión considerable y requiere mantenimiento. Acá no hay inversión del Estado. Mi viaje reciente a Europa fue para participar en la reunión ejecutiva (Argentina, Namibia, Uruguay, Escocia y Estados Unidos forman la comisión ejecutiva que cambia cada dos años. El presidente es Mel Young, que fundó The Big Issue en Glasgow. Durante tres años tenemos apoyo financiero del Parlamento Escocés) de la red mundial de revistas de la calle, con sede en Glasgow, Escocia. La red nuclea a todas las revistas de la calle del mundo. Al igual que Hecho en Buenos Aires brindan una oportunidad concretade inserción a personas excluidas, sean desempleados, inmigrantes ilegales, ex presos, etc. En total tenemos una venta anual de 28 millones de ejemplares en el mundo entero. Somos una voz dentro de los medios independientes que es importante, y podemos ser una voz aún más fuerte. Otro motivo del viaje fue tratar de captar aportes de organizaciones dispuestas a cooperar con el proyecto, sea a nivel local o regional. Hay proyectos en Uruguay, en Brasil hay tres, y también en otros lugares de América latina, como Colombia y Ecuador. En mayo de 2005 la reunión anual se hace en Buenos Aires y va a estar dirigida a tratar el tema de una voz alternativa e independiente en los medios y el de lograr la sustentabilidad de la red. En Buenos Aires se lanzará el Global News Service, un servicio de noticias de las revistas de la calle.
–Vuelvo sobre el significado de lo que usted llama una “empresa social”. La pregunta va en busca de la explicación de lo que parece un nuevo cliché. Hoy los clichés incluyen “derechos humanos” que la sociedad argentina (y no sólo los militares) sospechaba alguna vez, que era una conspiración bolchevique. Hoy está de moda hablar de la “sociedad civil”, por lo tanto, debemos suponer que esto es un nuevo cliché...
–Empresa social es un emprendimiento que busca generar instrumentos dedicados al mercado abierto cuya finalidad es la promoción social y la inserción de grupos que están en desventaja económica y cultural. En este caso trabajamos con personas en situación de calle. Hay empresas sociales que trabajan con personas con capacidades especiales, que no tienen acceso al mercado tradicional. Por ejemplo, La Estampa Abierta, de La Boca, trabaja con ex presas de la Unidad 3. El Puente Verde trabaja con adolescentes en situación de riesgo social y hacen huerta orgánica y floricultura. Y así hay muchas otras. Sí, es un movimiento nuevo, incipiente, en la Argentina. Carecemos de legislación que ampare estos emprendimientos. Lo que hace la empresa social es que cuando tiene excedentes los reinvierte en el grupo con el que trabaja para fortalecer a los programas sociales que estas “empresas” generan. Ofrecen una herramienta concreta de laburo. En otros términos: la empresa social corta la dependencia del asistencialismo, abre los compartimientos estancos que los estados de bienestar generan, para asistir a personas. Los programas oficiales descubren problemáticas, que se encasillan en servicios, que aíslan a las comunidades en su problemática. Entonces los ex presos están con los ex presos, la gente enferma en la calle con los enfermos en la calle, y así. Se trata de descubrir las capacidades de las personas para incorporarlas al mercado de trabajo. Para nosotros es generar cambios sociales positivos a través de una actividad de mercado. Queremos demostrar que a través del mercado se pueden hacer cambios positivos, obviamente con una distribución equitativa del ingreso. Esto no sería una empresa social si la ganancia del vendedor fuera menos de un peso sobre un precio de tapa de 1,50. La empresa social se ubica en un cuarto sector, que quiere hacer cambios sociales positivos. “Nada es aquel al que nada se le pide”, es una frase de Franco Rotelli, un fuerte activista de las empresas sociales en Italia. Eso significa que si se sigue asistiendo a las personas se perpetúa una situación de asistencia. Esas personas no pueden salir adelante por sus propios medios porque el asistencialismo les quita herramientas, pierden la identidad, más allá de la autoestima. Si uno quiere una sociedad más justa, más equitativa y más pareja ésta es la forma de crear oportunidades. Una empresa social no es algo fácil de plantear en términos ideológicos porque implica una relación muy directa entre personas. El concepto es interesante y positivo, porque realmente puede generar trabajo concreto y educa a las personas, porque el trabajo es educación.
–¿La sociedad civil en la Argentina se está movilizando más?
–Yo coincido que la sociedad civil se está despertando, probablemente a partir de diciembre de 2001. La parte positiva es que han salido muchos nuevos modelos de gestión que no existían antes, como las asambleas, que si bien muchas fueron absorbidas por grupos políticos, algunas siguen. Pueden ser un nuevo horizonte de una nueva política. Creo que se está despertando. La sociedad civil también necesita saber cuáles son sus límites y responsabilidades. En ese sentido tiene una responsabilidad, que en la Argentina está en pañales, que es la capacidad de organización. No niego que haya muchos resultados positivos que con mayor capacidad de gestión darían resultados mucho mayores. El Estado también tiene que reconocer que la sociedad civil existe y que tiene un compromiso con ella, ya sea en una Asamblea o en una ONG, o lo que sea. Y la sociedad tiene la obligación de entablar un diálogo lógico con el Estado. Yo creo que en el diálogo Estado-Sociedad Civil hay obstáculos que hay que sortear para que el trabajo sea más eficiente y tenga más impacto. Se han hecho muchas campañas desde el 2001, pero hay que construir sobre esto. Que una Asamblea Popular termine haciendo un comedor me parece una contradicción. Los comedores son necesarios para que la gente se alimente. Pero que una nueva organización en una sociedad que se despierta termine haciendo algo asistencial como un comedor es un problema de coyuntura, de falta de madurez de las partes involucradas en los proyectos. Se puede aspirar a algo mayor, a algo en que la gente se beneficie en forma más permanente, y así cortar el asistencialismo. La empresa social busca involucrar a la gente con vistas al trabajo. Cuando yo empecé con esto y hablaba de “sociedad civil” no estaba claro para nadie de qué estaba hablando. Hay cientos de buenos proyectos, pero hay que poder medir el impacto que tenemos y adónde tenemos que ir, solos y con otras organizaciones en red. En esto está Hecho en Buenos Aires.

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