SOCIEDAD
› RECIBIERON 80 MILLONES POR EL TSUNAMI Y NO QUIEREN MAS DINERO
“Paren de mandar contribuciones”
La ONG francesa Médicos Sin Fronteras pidió que no les envíen más aportes de dinero a sus colaboradores. Sostienen que 80 millones de euros son suficientes para sus objetivos: intervenir en las emergencias médicas. La decisión desató una polémica con otras ONG.
Por Eduardo Febbro
Desde París
El aliento mundial de generosidad a que dio lugar la catástrofe natural que azotó a 8 países de Asia el pasado 26 de diciembre desencadenó en Francia una polémica a la vez ética y concreta. Frente a la masiva afluencia de donaciones provenientes del mundo entero, la ONG francesa Médico sin Fronteras (MSF) decidió pedir a sus donantes que suspendieran sus aportes destinados a las víctimas del maremoto. En apenas 8 días y través de sus 18 secciones repartidas en el globo, MSF colectó 40 millones de euros, unos 50 millones de dólares. La ONG estima que ese monto cubre ampliamente los objetivos de su acción, es decir, las “acciones de urgencia” y no de reconstrucción. Nunca en la historia una ONG había tomado una medida semejante. Pierre Salignon, director general de MSF, explica que “esto puede parecer totalmente a contra corriente de la atmósfera de movilización general, pero se trata de una cuestión de honestidad: nosotros no queremos continuar solicitando al público, para operaciones que ya están financiadas”.
Salignon sostiene también que “frente a la amplitud de la catástrofe, podemos vernos inducidos a salir de nuestro papel estrictamente médico. Pero nosotros no podemos improvisarnos como especialistas de la reconstrucción”. La actitud de MSF suscitó una ola de críticas provenientes de otras ONG. Estas, como Acción contra el hambre (ACF) –tres millones de dólares obtenidos en donaciones– estiman que “MSF tiene problemas de ricos mientras nosotros tenemos problemas de pobres”. La Cruz Roja francesa dice “no comprender” la decisión de MSF. Al parecer, el “mensaje” de la ONG corre el riesgo de ser malinterpretado por el público. Algunas ONG señalan que recibieron llamadas de los donantes preguntando si era cierto que ya no necesitaban más fondos. Sin embargo, la postura de MSF se basa en la misión misma del organismo. ACF es una ONG cuya vocación consiste en poner en práctica programas de reconstrucción y de desarrollo a largo plazo. Por el contrario, MSF insiste en preservar su vocación de organismo que interviene sólo en los casos de urgencia. La diferencia es mucho más que semántica. Según argumenta el presidente de MSF, Jean-Hervé Bradol, “no es lógico pedir a los particulares que financien la reconstrucción de ciertas partes de Asia cuando esto corresponde a una responsabilidad pública”. En suma, se trata de establecer el límite de las responsabilidades entre lo público y lo privado. Las donaciones son privadas y, por ende, no les compete a los donantes financiar la reconstrucción de edificios o zonas destruidas cuya reparación es competencia de los Estados. El segundo argumento adelantado por MSF es el que atañe la utilización de los fondos colectados para la catástrofe de Asia. No resulta correcto o ético solicitar al público para una causa y emplear los fondos restantes en otra. La ONG explica que tiene “compromisos muy estrictos con los donantes: cada euro colectado para Asia del Sur está destinado a los programas de esa región”. MSF también justifica su decisión poniendo sobre la mesa la necesidad de interpelar a los donantes “para otras crisis olvidadas como las de Darfur o la República Democrática del Congo”. Jean-Hervé Bradol afirma que “se muestran imágenes de personas sin domicilio, heridas, de gente que tiene que ser atendida inmediatamente. Al mismo tiempo se habla de reconstruir. Pero no es lo mismo. La reconstrucción de una región, de un país, eso se llama la ayuda pública al desarrollo. Esa tarea le compete a los Estados, al Banco Mundial”. Si se compara la movilización de las opiniones públicas frente a otros dramas humanitarios, el “saldo” puede aparecer hastavergonzoso. MSF apenas consiguió 850 mil dólares para la crisis humanitaria de Darfur y 750 luego del terremoto que azotó a la ciudad iraní de Bam (20 mil muertos). ¿Cómo entender que el mundo se haya movilizado en una magnitud tal con lo ocurrido en Asia y dejado al desamparo otras regiones martirizadas por catástrofes humanitarias gravísimas? El presidente de MSF señala que el factor determinante es “la naturaleza de la víctima. En este caso, no se trata de una víctima polémica, no está implicada en una guerra y tampoco cometió atrocidades: es la víctima pura”. Otro de los factores que jugó un papel inédito en la colecta de fondos fue la utilización de las nuevas tecnologías. Internet, los teléfonos móviles, los SMS –textos cortos– y la posibilidad de pagar con tarjetas de crédito acortaron la distancia entre el donante y la causa a la que se destinaban las donaciones. En este sentido, Françoise Jeanson, presidenta de otra de las ONG francesas especializadas en las intervenciones de urgencia, Médicos del Mundo, confirma que Internet fue un soporte decisivo. Según Jeanson, “las donaciones vía Internet pasaron de una decena por día a 3000 para la sola jornada del jueves. Antes, los aportes en línea representaban el 10 por ciento. Ahora pasaron a ser una tercera parte”.
La polémica que estalló con la decisión de MSF pone de relieve uno de los mayores desafíos que plantea la solidaridad planetaria: en primer lugar, se trata de saber cómo administrar las colosales sumas recolectadas respetando la misión y los objetivos de cada una de las ONG a las que fueron destinados. En total, hasta el seis de enero, las ONG francesas recibieron 80 millones de dólares. En lo que atañe a la ayuda pública suministrada por Francia –Estado, empresas y municipios–, ésta asciende a más de 120 millones de dólares; en segundo lugar, es lícito observar con cierta distancia las donaciones hechas por algunos grandes grupos industriales. Por ejemplo, cómo explicar que las multinacionales farmacéuticas, tan reacias y hasta salvajes a la hora de bajar el precio de los medicamentos en los países pobres o ceder las patentes, hayan aportado sumas considerables: Pfizer, 10 millones de dólares al contado y 25 millones en medicamentos; Abbot 4 millones; Johnson & Johnson 2 millones; Merck, 3 millones; Sanofi-Aventis envió 6 toneladas de medicamentos a Sri Lanka. La generosidad bien puesta puede lavar una mala imagen. Algunas operaciones humanitarias se convirtieron así en un buen negocio. A diferencia de otras instituciones financieras, los bancos canadienses y europeos ganaron dinero con las donaciones efectuadas mediante tarjetas de crédito ya que no renunciaron a la comisión que cobran en general en ese tipo de operaciones. El colmo de la paradoja se vio sin dudas en Francia. El muy estricto movimiento que agrupa al patronato francés, Medef, conocido por su dureza en las negociaciones sindicales y por su postura política marcada por una voluntad orientada a disminuir los beneficios de las conquistas sociales, llamó a sus miembros –las empresas– a “amplificar las donaciones destinadas a las organizaciones internacionales y a las ONG”. Bancos, compañías telefónicas, grupos turísticos, compañías de seguros, industrias del armamento, luz, gas, teléfonos y hasta la empresa que gestiona las apuestas de caballos –PMU– aportaron su cuota solidaria. “Jamás había visto una cosa así. Hasta los empleados hacen cola para entregar su contribución”, dice el gerente de la sucursal de un gran banco francés. Los observadores coinciden con el análisis hecho por el presidente de MSF: la repuesta del público y las empresas se explica por el hecho de que se trata de una catástrofe sin connotación política alguna. Es perfectamente lícito reconocer que la profundidad de lo ocurrido puso a las empresas ante una responsabilidad única: intervenir. La falta de infraestructuras locales, de medios de transporte, de bombas de agua, de carpas o de comida motivó la participación de las multinacionales presentes en las zonas, quetuvieron que ocuparse de sus empleados. A veces, tal como ocurrió en empresas como Suez, Bouygues Telecom, Vinci o Axa, éstas se comprometieron a multiplicar por dos las sumas donadas por sus respectivos empleados. Jean-Christophe Alquié, miembro de la empresa de comunicación Harrison & Wolf, acota que “por la amplitud de las reacciones y de las iniciativas, se trata de una cosa inédita en la historia. La amplitud que el maremoto tuvo en los medios de comunicación fue tal que la catástrofe se convirtió en un tema institucional, difícilmente evitable para las empresas. En términos de comunicación institucional, hay como una obligación de ser solidarios de las víctimas del tsunami. Para existir, hay que inscribirse en la agenda de los medios de comunicación”.