Mié 06.04.2005

SOCIEDAD  › LA HISTORIA DE LOS INOCENTES APRESADOS POR UNA CAUSA ARMADA

“Sufrí lo imaginable y mucho más”

Los jóvenes acusados de un doble crimen con pruebas falsas en La Matanza contaron a Página/12 su odisea. Les echan la culpa a la policía, a un fiscal y a un juez. Y denuncian torturas.

› Por Horacio Cecchi

“¿Sabés cuánto vale la vida de uno en la cárcel?... Un paquete de pastillas.” A Roger Acuña los ojos se le ponen vidriosos cuando lo dice. Y se le cruza un rictus en la cara. Pasó tres años, siete meses y siete días preso por un doble homicidio que no cometió. “Yo estuve casi ocho meses más; 1562 días”, contabiliza de memoria Claudio Luna, preso por el mismo crimen y liberado inocente. Junto a Martín Acuña (hermano de Roger) y Carlos Varela, el lunes pasado los cuatro fueron absueltos de culpa y cargo por un tribunal oral de La Matanza, luego de haber recorrido las cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense donde, obviamente, nadie hizo distingos con su inocencia. “Sufrí todo lo que es imaginable y mucho más”, asegura Luna. Detrás, Desiderio, padre de los hermanos Acuña, apunta contra el fiscal Claudio Polero, que ordenó las detenciones con pruebas truchas: “Me dijo que mis hijos estarían presos hasta que a él se le cantaran los huevos”.
Roger y Claudio se encuentran con Página/12 en un bar de San Justo. Un día antes habían escuchado al tribunal ordenar su inmediata libertad porque el fiscal del juicio, después de pedirles perdón, retiró la acusación por falta de pruebas. “Yo pensaba que nos iban a condenar a un montón de años porque si nos habían detenido y estuvimos presos tantos años siendo inocentes... ¿qué problema iban a tener en condenarnos?”, dice Roger.
“A mí me destrozaron la vida, me arruinaron”, dice Claudio mientras su abogado, Miguel Racanelli, agrega que “Luna tuvo dos intentos de suicidio en la cárcel y no pudo asistir al nacimiento de su hijo”. “Uno se tiene que hacer enseguida, desde el primer segundo tenés que aprender a sobrevivir”, intenta explicar Roger.
Es tan brutal el sufrimiento que se dibuja en sus rostros que cualquier pregunta resulta obvia, absurda y de escasa profundidad. “¿Qué quiere decir sobrevivir en la cárcel?”, preguntó tímidamente este cronista. “¿Sobrevivir? Sobrevivir es que te sacan todo lo que tenés, todo absolutamente todo, y te tiran desnudo en la selva. Sobrevivir es seguir vivo ahí adentro. Es muy simple. Si no aprendés te morís.” “Hasta por un papel higiénico te matan –agrega Claudio y repite–. Hasta por un papel higiénico.” Acto seguido, recuerda el momento de su detención. “Los de la brigada (DDI de La Matanza) cayeron en mi casa y me llevaron sin explicación. Me cagaron a trompadas y patadas, me rompieron los huesos, y después me tiraron un papel en blanco para que yo firmara. ¿Y yo qué iba a hacer? Firmé. Tenía miedo de que me mataran.”
“A mí me fueron a buscar a Santiago del Estero –dice Roger–. Yo soy de ahí y ahí estaba viviendo. Tenía una verdulería, la había puesto pero cuando esos tipos me llevaron se vino abajo porque no había nadie que pudiera cuidarla. Mi madre se ofreció a viajar y cuidarla pero ella no puede, es un sacrificio enorme, así que se vino abajo y perdí todo. Cuando me fueron a buscar, me cagaron a golpes y yo preguntaba por qué y ellos me decían que había matado a dos policías y después a una mujer y a un chico. ¿Sabés lo que es que piensen que mataste a dos policías? ¿Sabés el odio que te tienen?”
“Adentro de la cárcel es la ley del más fuerte –prosigue Roger–. Solamente te respetan si sos más malo que el más malo. Si no te pegan por cualquier cosa.” “Vos entrás, te sacan algo que tenés y vos tenés que reclamarlo y cagarte a trompadas porque si no –describe Claudio–... porque si no mañana te sacan otra cosa. Ahí adentro no dormís nunca. Dormís con un ojo cerrado y el otro abierto.” “Igual, te pegan, te pegan, y te pegan, te clavan cuchillazos por todos lados. Mirá –dice Roger, agacha su cabeza y muestra una doble cicatriz, dos líneas paralelas de unos diez centímetros de largo en el cráneo–. El Servicio Penitenciario es muy malo. Si a mí me tiran en una celda con una computadora y libros, yo agarro los libros y me pongo a leer. Pero si te tiran a la peor de las celdas en el peor de los pabellones, yo lo primero que hago es agarrar una varilla y sacarle punta, y es lo que hice. Esos tipos te obligan a quesalgas hecho un asesino. A nosotros nos mantuvieron las familias que tenemos, que no dejaron que nos atrape la reja. A nuestras familias, pobres, que las rehumillaron, a mis sobrinas que eran chiquitas y las palpaban en la visita.” “Para la visita te tenés que pelear también, porque si no, no te ganás la mesa y tenés la visita parado”, dice Claudio.
“¿Por qué los detuvieron a ustedes?”, preguntó el cronista. “Fuimos nosotros porque engancharon a tres giles como cualquiera de los que está ahí adentro –contestó con odio Roger–. ¿Sabés cuánta gente hay ahí adentro como nosotros, miles. Condenados por cosas que no hicieron pero como no tienen familias que los puedan aguantar, son ignorantes y no pueden defenderse, entonces se comen el garrón.”
“A mí, el fiscal Claudio Polero –interviene Desiderio Acuña– me dijo: ‘Usted traiga un solo testigo que diga que fue fulano y sus hijos salen’. También, otro día me dijo que ‘sus hijos van a salir cuando a mí se me canten los huevos’”. Junto a Desiderio se encuentra Herminia Páez, madre de Claudio Luna. Confiesa que a ella también le arruinaron la vida y susurra que desde que su hijo fue preso ella comenzó con un proceso de diabetes, de complicaciones cardiológicas, y problemas de salud que implican medio salario en remedios.
Además de Polero (señalado en otras dos causas truchas en las que acusó a inocentes) los recién liberados acusan al juez de supuestas Garantías Rubén Ochipinti, y al comisario Cardozo “por armar la causa”.
Durante el juicio oral, según el tribunal y el propio fiscal de juicio, Eduardo Campanella, surgieron muchas evidencias de que las pruebas reunidas eran truchas y se contradecían. Una de ellas, recordó Roger, es del todo evidente: durante la investigación, un policía declaró como testigo asegurando que la noche del 20 de noviembre de 2000, cuando se cometió el doble crimen, justo escuchó unos tiros, se dio vuelta y vio a tres corriendo y los reconoció a ellos. Pero en la rueda de presos no pudo reconocerlos. Cuando durante el juicio el tribunal le preguntó si los reconocía respondió que no, pese a que estaban presos por esa declaración.

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