Lun 11.04.2005

SOCIEDAD  › DIALOGO CON TOM WOLFE, EL ESCRITOR CONSERVADOR QUE PUSO EN MARCHA EL NUEVO PERIODISMO

“Lo difícil es que se te ocurra una idea”

Acaba de cumplir 75 años y se siente a gusto con la imagen irritante que se ha fabricado. El autor de La hoguera de las vanidades –que describe con saña a los universitarios norteamericanos en su nuevo libro, Soy Charlotte Simmons– critica la actualidad de los medios y la literatura de su país y se burla de lo que llama “la indignación de los intelectuales”.

Por José Manuel Calvo *

En Nueva York, la nieve cubre Central Park, y desde las ventanas del apartamento de Tom Wolfe, en el piso 14, se ve la superficie blanca surcada por las telas naranjas de Las puertas, de Christo. El escritor viste de blanco inmaculado, como hace desde 1962. Camisa azul, corbata blanca con lunares azul oscuro, a juego con los calcetines, y zapatos blancos y negros. Reloj con correa blanca. Tom Wolfe, elegantemente vestido de Tom Wolfe, cumple en estos días 75 años. Se le nota, excepto en los ojos, azules y ágiles. El hombre que revolucionó el periodismo en los ’60 y se convirtió en una de las grandes voces de la narrativa norteamericana, nunca ha dejado de ser un provocador. Observa lo que le rodea hasta el último detalle, escucha a la gente y quiere que sus novelas sean el espejo de Estados Unidos, “un país muy raro, pero maravilloso”.
En la sala llena de luz hay un piano de cola azul oscuro, fotos de su mujer y sus dos hijos, y una mesa –desde la que saluda un estilizado y sonriente Mao Zedong de bronce– rodeada de un sofá y varios sillones. Al lado, en el estudio, libros por todas partes: literatura, ensayo, arte, ciencia... El escritorio, con dos lámparas rematadas por sombreros Panamá, también tiene librerías empotradas. “Cuando me preguntan por mis hobbies, me encantaría decir: volar en ala delta, escalar montañas, cualquier cosa interesante... Pero la verdad es que no hago nada de eso. Lo que más me gusta es sentarme en mi escritorio y leer. Soy un loco de las ciencias neurológicas, me encanta la divulgación científica. Hago otras cosas: no sé si conoce un programa de televisión que se llama Pimp my ride... Se trata de coger un coche normal y hacer de él algo especial. Es un mundo interesante... Lo primero que yo escribí para una revista fue sobre los cambios que hace la gente en sus coches... Bueno, yo he decidido cambiar mi automóvil, un Cadillac 2003 DeVille; pedí que lo pintaran de blanco, y ahora quiero que el interior sea blanco, igual que las ruedas... No sé, ahora cumplo 75 años, y, la verdad, si no hago esto ahora, ¿cuándo lo voy a hacer?”
–Cuando no se dedica a todo esto, ¿cuánto tiempo dedica a escribir?
–Una vez que tengo el material –y puedo tardar meses o años en conseguirlo– intento mantener siempre el mismo ritmo y escribir 10 folios, a triple espacio, cada día. Cuando acabo esas 10 páginas, paro; a menudo, en mitad de una frase. Eso tiene la ventaja de acelerar la vuelta al trabajo al día siguiente, ¡porque estoy a la mitad de una frase! Muchas veces no apetece volver a ponerse a escribir. A mí me encanta estar en mi mesa horas y horas, no necesariamente trabajando, porque puedo malgastar el tiempo de manera muy agradable en mi escritorio.
–Usted iba a escribir su última novela, Soy Charlotte Simmons, en el ordenador que utiliza para trabajar, y acabó escribiéndola a mano.
–Sí, pensé en el ordenador, pero era un modelo nuevo y me volvía loco. Como dice el refrán, no le puedes enseñar trucos nuevos a un perro viejo. Volví a mi vieja máquina de escribir, pero me hice daño en un dedo y no podía darles a las teclas, así que continué a mano, y escribí la mayor parte del libro con pluma.
–Pero son 676 páginas...
–Bueno, si piensa en el siglo XIX, hubo escritores muy productivos que además eran muy buenos, y todos escribían con pluma. Balzac escribía a toda velocidad, hizo tres libros al año durante 20 años. Zola se reprochaba a sí mismo haber producido solamente 25 novelas en 20 años. Imagíneselo: “Si uno no puede escribir un libro al año, debería dedicarse a otra cosa”.
–¿Tiene algo que ver en el resultado del libro si está escrito con ordenador, con máquina de escribir o a mano?
–No, creo que no. Cuando se escribe un libro, eso es irrelevante. Eso no es lo difícil a la hora de escribir.
–¿Qué es lo difícil?
–Lo difícil es que se te ocurra una idea, intentar ponerle música, ponerle letra... Y también es complicado lo que hay que hacer para intentar crear un cierto suspense, más las mil cosas que necesitas para poner todo eso sobre el papel.
–Hablando de música, su nueva novela, como las anteriores, tiene una enorme cantidad de lenguas, de acentos: los jugadores de básquet, los universitarios, la gente con dinero del Este, la gente de las montañas de Carolina del Norte...
–Para las novelas hago la misma investigación que hacía en los reportajes. La mayor parte de mi vida he escrito cosas que no eran de ficción. He sido un periodista, y todavía me considero un periodista que ha escrito algunas novelas. Para escribir hace falta el mismo esfuerzo que para informar: el esfuerzo de tener la boca cerrada y escuchar exactamente cómo habla la gente y qué es lo que dice.
–¿Qué es Soy Charlotte Simmons?
–Es, en parte, un panorama de la vida universitaria estadounidense. A lo mejor es mucho presumir, pero yo veo en este libro una línea horizontal y otra vertical. La horizontal es la vida universitaria, con todo ese mundo de los estudiantes. Y la vertical es la psicología de esta joven, Charlotte, y la de las personas con las que se relaciona, y cómo su comportamiento está determinado en buena medida por ellas. Esta chica de 18 años siempre está pensando: ¿es bueno que me vean haciendo esto?, ¿qué pensará x, qué pensará y? Quiere enamorarse de Adam, pero Adam está considerado como un empollón, y ella no quiere que le vean con un empollón, así que gravita justo hacia la persona que menos le conviene. En todos los momentos, incluso en los más íntimos, siempre está pensando en términos de su situación social.
–Desde antes de que Charlotte llegue a la Universidad de Dupont, y durante toda la novela, el sexo está muy presente, pero en muchas ocasiones es desagradable.
–Sí, hay mucho sexo, desde el principio: desde la escena, tan familiar en Estados Unidos, de un político importante disfrutando de una fellatio... Es algo muy americano... El sexo también domina el ambiente de los jugadores de básquet, o a la compañera de habitación de Charlotte. Pero ninguna de estas situaciones es erótica. No creo que exciten a nadie. En general, el sexo en las universidades es muy mecánico, es poco más que una serie de masajes.
–¿El aislamiento que se vive en los campus universitarios es el mismo que reprocha a los intelectuales, lo que usted denomina “elite de izquierdas”, a los que tanto critica?
–Bueno, es que son ridículos. Son tan reaccionarios, tan reaccionarios, Dios mío... Su pensamiento no ha progresado desde 1945. La figura del intelectual tiene prácticamente un siglo de vida. El término fue creado por el francés Clemenceau para designar a los escritores, los artistas, los que creaban. Ahora, la palabra intelectual se ha desvinculado de lo que supone un logro intelectual; un intelectual es un consumidor de ideas, ya no hace falta ser un creador. En realidad, ser creativo es un estorbo. El ejemplo perfecto es Noam Chomsky. ¿Es un hombre conocido en España?
–Sí, es conocido.
–Bueno, es el ejemplo perfecto. Antes de la guerra de Vietnam, Chomsky era el gran lingüista de EE.UU. Se inventó la teoría revolucionaria de cómo se crea el lenguaje y qué es lo que se puede hacer con él. Pero no estaba considerado como un intelectual, porque un intelectual es alguien que sabe sobre un asunto, pero que, públicamente, sólo habla de otras cosas. Y cuando Chomsky empezó a denunciar públicamente la guerra, ¡derepente se convirtió en un intelectual! Aquí un intelectual tiene que indignarse sobre algo. Como dijo McLuhan, la indignación moral es la estrategia adecuada para revestir de dignidad al idiota. Y eso es lo que hace la mayoría de los que se dicen de izquierdas: en lugar de pensar –lo cual es duro, lleva tiempo, hay que leer– se indignan por algo y eso les reviste de dignidad. Siempre han escogido las opciones equivocadas. Me encanta tener al presidente Mao aquí, en mi mesa; Mao fue considerado hasta el final como una gran figura por la gente de izquierdas. También había muchos que pensaron lo mismo de Pol Pot, que exterminó a media Camboya. Bueno, no me haga empezar con estas cosas...
–A usted le encanta fastidiarles. Les dijo, después de las elecciones, que iba a ir a despedirles al aeropuerto.
–Precisamente por eso me he retrasado unos minutos esta mañana en nuestra cita, porque venía del aeropuerto Kennedy de despedir a mis amigos, que decían que no podrían aguantar cuatro años más de Bush... Yo no me he ido porque alguien tiene que quedarse aquí [risas]. No son mala gente, son simpáticos, tengo muchos amigos que son así.
–En Europa está muy extendida esa visión de la sociedad y la cultura norteamericanas, o la opinión de que Bush es un “cowboy”.
–Seguramente, los comentaristas europeos deben de prestar atención a lo que dicen los de Nueva York. No hay nadie más que les escuche. Tal vez en Washington, pero nada más. Y lo que consiguen es que se extienda la falsa idea de que en EE.UU. todo el mundo opina eso de George Bush. Yo he tenido la ocasión de estar con Bush algunos minutos, hablar con él de literatura, y me pareció tan inteligente como el director de The New York Review of Books, considerada como la principal publicación literaria. No es que el director de la revista no sea inteligente, que lo es; es que Bush no es ningún idiota. Recuerde a Eisenhower, que fue presidente durante dos mandatos. Decían que era idiota; en las ruedas de prensa, su sintaxis era horrible, empezaba frases y no las terminaba. Era verdaderamente tonto; lo único que había hecho era ganar la II Guerra Mundial. Pues si eso es lo que hace falta para ganar guerras como aquélla, a lo mejor nos hacen falta unos cuantos idiotas más. O Reagan: de él decían lo mismo que se dice de Bush. Lo único que hizo, aquel idiota, fue ganar la guerra fría y forzar la caída de la Unión Soviética. Si eso es estupidez, que me den unos cuantos estúpidos. Yo hablo con gente no sólo en Europa sino también aquí, en Nueva York; intelectuales convencidos de que tienen toda la razón y de que los americanos son estúpidos, que no tienen nada en la cabeza y se dejan engañar.
–Pero...
–Yo creo que este país es una democracia, y que a veces, seguramente, no ha elegido a personas con el máximo coeficiente intelectual. Pero no me parece que le haya ha ido nada mal, ha logrado bastantes cosas. Si se mira la lista de premios Nobel de Ciencias de los últimos 50 años, no está nada mal. Yo no tengo reparo –y esto me causa siempre un montón de problemas– en decir que Estados Unidos es un país maravilloso. Pero decir eso me convierte automáticamente en un paria.
–¿Por qué?
–Un escritor no puede decir que EE.UU. es un país maravilloso. No puede. Si alguien se atreve, que me lo presenten. Nadie que tenga una reputación literaria dice esas cosas. Si usted se encuentra con alguno en sus viajes, por favor, dígamelo. Aquí, como sabe, la bandera está por todas partes, y yo, a veces, llevo un moñito con la bandera de Estados Unidos, o una insignia, y es como enseñarle un crucifijo a un vampiro; los escritores enseguida se retuercen y gritan: “¡No, qué horror, sal de la habitación!”.
–Bueno, usted está considerado como un escritor conservador.
–En realidad, yo no debería decir que EE.UU. es un país maravilloso, porque sólo va a servir para empeorar las cosas. Tiene que explicar a suslectores que es una cosa que he dicho sólo de paso, y que el libro no trata de eso, que es la historia de una chica inocente... [risas]. No hay política como tal en el libro. Ni en ninguno de mis libros, por lo menos en los más extensos. En Lo que hay que tener, que hablaba de los primeros astronautas, ¿dónde está la política? La hoguera de las vanidades, ¿era conservador o era progresista? Me llaman conservador, pero nadie sabe decirme qué es lo que pienso, qué es lo que quiero. Me llaman así porque me burlo de la gente que valora la indignación moral por sí misma. Es lo que uno tiene que hacer cuando es progresista: tiene que estar siempre indignado por alguna cosa. Una vez, en los años ’60, asistí a una conferencia en una universidad. Había varios intelectuales que estaban en contra de la guerra de Vietnam. Yo estaba escribiendo sobre los cambios en el comportamiento de los jóvenes. Allí estaban Günter Grass, Allen Ginsberg. Ginsberg no paraba de explicar que este país se estaba volviendo fascista, que todo presagiaba una época como la de Hitler. Y yo de pronto no pude más y estallé: “¿Pero de qué habla? Estamos en plena explosión de felicidad en este país”. Y era verdad. La gente ganaba mucho dinero, era la época del twist, la Bolsa no paraba de subir... Evidentemente, Vietnam era horrible; pero, aparte de eso, el resto del país vivía bien. Y entonces, Günter Grass, que no era precisamente un conservador, dijo: “Si fuera verdaderamente un Estado fascista, esta escena sería muy distinta. Usted lleva media hora hablando en contra de su gobierno. Los nazis no le habrían dado esa media hora. Habrían entrado al cabo de cuatro minutos, y la reunión se habría terminado”. Todo el mundo se quedó impresionado, porque, al fin y al cabo, él sabía de lo que estaba hablando.
–En alguna ocasión ha lamentado que no se entendiera bien qué era el nuevo periodismo.
–Mucha gente cree que el nuevo periodismo era dar tus propias opiniones, mezclarlas con la historia que estabas contando, convertir esa historia en algo personal, escribir impresiones. Para mí, jamás fue eso. De hecho, nunca utilicé la primera persona del singular, a menos que tuviera un papel en la historia. ¿Por qué voy a tener que utilizar el yo si lo único que soy es un observador? ¿A quién le interesan las impresiones de un periodista?
–¿Qué problemas tiene el periodismo en EE.UU.? Ha habido crisis graves, desde la CBS hasta The New York Times...
–El problema que tiene es muy sencillo: la gente se informa sobre todo a través de la televisión, porque es rápido, es fácil, no hay que leer nada, y las imágenes son excelentes. ¿De dónde saca la televisión la información? Las televisiones no tienen reporteros, tienen unos bustos parlantes en Washington y poco más. La televisión saca su información de los periódicos. Y cuando la televisión trata de conseguir una exclusiva, como la de la CBS y Dan Rather sobre Bush, siempre lo hace mal, porque no están acostumbrados al reportaje. Rather no tuvo culpa de lo que pasó, porque él es un busto parlante. En cuanto a los periódicos, por desgracia, se han convertido en monopolios locales. Salvo casos excepcionales, hay un solo diario por ciudad. En esta situación, ¿para qué necesitas cinco o seis reporteros para cubrir un área, con lo caro que es? Por tanto, hay una persona que cubre educación, una que cubre sucesos... Cuando yo trabajaba aquí había reporteros de sucesos en cada barrio, ahora hay uno solo para el departamento central de la policía. Eso significa que dependes de la policía para tu información. Nunca se habían cubierto tan pocas noticias en EE.UU. Parece que son muchas, por el efecto de las cadenas de televisión, pero la información en televisión es una risa.
–¿Qué medios le interesan?
–Creo que hay unas cuantas publicaciones semanales buenas, y habría que crear más, porque atienden mejor la información que los grandes diarios no cubren. Y los blogs son, probablemente, algo bueno: toda esa gente quehace circular información. Seguramente es lo mejor que le ha ocurrido al periodismo. La mayoría de los blogs es una basura; pero, si se busca, siempre se puede encontrar algo interesante. Los blogs pueden reproducir rumores que la prensa no publica, pueden hacer muchas cosas. Son fuentes posibles que nos dan una información que no teníamos antes. Y hace falta más información.
–¿La novela tiene tantos problemas como el periodismo?
–La novela está mucho peor que el periodismo, que por lo menos consigue interesar a la gente en algunas cosas. A los jóvenes no les atrae la novela actual, porque no les enseña cómo es el mundo. Los novelistas deberían salir y recorrer el país. Podrían hacer como los directores de cine: habrá, como hay, películas horrorosas, pero al menos siguen interesados en salir y hacer cine sobre cosas que descubren. La novela va a ser pronto como la poesía; algo hermoso, pero marginal en la vida de los lectores. Si no se hace algo, la novela pronto será también marginal.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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