SOCIEDAD
Un barrio entero en una marcha de dolor y repudio
Más de dos mil vecinos marcharon por Floresta pidiendo justicia por el asesinato de los tres muchachos, aplaudidos desde todas las casas. No hubo incidentes pero sí repudios a la policía.
› Por Carlos Rodríguez
Una multitud marchó ayer bajo un cielo gris y una incómoda llovizna, para recordar a los tres chicos asesinados hace una semana en Floresta por un suboficial retirado de la Policía Federal. Desde hacía tiempo no se veía una marcha tan compacta por un caso de gatillo fácil –hubo más de dos mil personas y prácticamente todos los vecinos apoyaron la demostración asomados a los balcones– y con consignas, o silencios, que surgieron del corazón, de las entrañas. Con los padres, familiares y amigos de las víctimas tratando de controlar cada detalle para evitar cualquier desborde, lo único que no pudo controlarse fue la emoción. “Esto no va a quedar así, se los prometo. Vamos a seguir luchando con orden, pero nosotros vamos a hacer justicia”. El juramento final, a cargo de Omar Tasca, padre de uno de los chicos asesinados, representó la idea general de construir un movimiento vecinal, sin color político, que le ponga término a todo viso de impunidad o brutalidad policial.
Las consignas, que comenzaron tímidas, crecieron al punto de ser la más clara expresión del sentimiento colectivo: “Por el barrio de Floresta no se puede caminar porque está la Policía Federal”. O “Baila mi pueblo baila, baila de corazón, sin policías ni militares, vamos a vivir mejor”. Y también “Policía, policía, la puta que te parió, vos mataste a los pibes, no hay olvido ni perdón”. Fueron estrofas que unieron en el fervor a ancianos y niños, adolescentes, hombres y mujeres.
La marcha comenzó a las 18 en la esquina de Gaona y Bahía Blanca, frente al maxiquiosco y la estación de servicio donde se produjo el triple crimen. El lugar, que sigue clausurado, se ha convertido en un santuario urbano destinado a recordar a los tres jóvenes asesinados, Maximiliano Tasca, Adrián Matassa y Cristian Gómez, como ocurrió antes con María Soledad Morales o con José Luis Cabezas.
La recorrida por el barrio evitó pasar por el frente de la comisaría 43, en la calle Chivilcoy, para prevenir incidentes. Un patrullero de la seccional, que venía por la calle Cuenca, a casi dos cuadras del grueso de la manifestación, fue obligado –con gestos elocuentes– a retirarse de contramano y quedarse lejos de la vista de todos. El carácter de pertenencia al barrio que tuvo la marcha fue elocuente en las remeras, escritas con aerosol o con fotografías de las víctimas cosidas o pegadas en forma casera. También en las formas elegidas para conducir a la multitud: el clásico “presente”, luego de la mención del nombre de cada uno de los tres chicos, llegaba después de que el responsable del megáfono llamara a “Maxi”, “Adrián” o “Cristian” como si fuera el típico anuncio paterno de que llegó la hora del almuerzo o a la cena. Como si los chicos estuvieran, todavía, jugando en alguna esquina del barrio.
Las pancartas advertían sobre la necesidad de dar protección a los testigos que llevaron a la cárcel al sargento retirado de la Federal Juan de Dios Velaztiqui (ver nota aparte), quien por muchos años será el monstruo más odiado en Floresta. Había versiones sobre amenazas a esos testigos. Los vecinos “autoconvocados” invitaban, en sus carteles, a las reuniones que se harán desde ahora todos los sábados en Gaona y Bahía Blanca, con marcha cada 15 días. María Angélica, mamá de Adrián Matassa, no tiene dudas de que Velaztiqui llegó a ser custodio, pese a ser retirado, “con la complicidad de las autoridades de la comisaría 43. Ellos lo pusieron en ese lugar y ellos son también responsables de lo que pasó”.
Lo más difícil fue hacer silencio, como lo propusieron los organizadores cada vez que la manifestación cruzaba, por Juan B. Justo o por Gaona, la calle Concordia, donde está el lugar donde se hizo el velatorio de los chicos. Después de cada elocuente minuto de silencio, seguía el estallido con dos consignas calcadas: “Se va a acabar esa costumbre de matar” o “El que no salta es un botón”. Desde los balcones de los edificios o en las puertas de las casas los ancianos saludaban, gritaban y aplaudían, al lado de banderas argentinas que llevaban un crespón de luto. En la marcha habíamuchos bebés que seguían las consignas golpeando las manos o haciendo sonar sus juguetes.
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