SOCIEDAD
› SEIS MESES DESPUES, LOS
SOBREVIVIENTES SUFREN SECUELAS FISICAS Y PSIQUICAS
Las otras víctimas del infierno de Once
Muchos se sienten aún “adentro de Cromañón” y no olvidan el olor del humo. A los trastornos del sueño suman problemas respiratorios. Y se sienten eclipsados por el dolor de los familiares de los muertos. Hoy, a seis meses de la tragedia, vuelven a marchar.
› Por Carlos Rodríguez
Para la mayoría de los argentinos, las víctimas de Cromañón son los 194 muertos –sin duda lo son– y sus familiares. Pocos se acuerdan de los sobrevivientes que vienen arrastrando, desde la noche del 30 de diciembre, secuelas físicas y psíquicas imborrables. Magalí Ri- cciardi, 20 años, es estudiante de periodismo e hincha de Racing, aunque no se sabe bien el orden de importancia de sus dos pasiones. Va a la cancha desde niña, siempre a la tribuna, nunca a platea. Desde Cromañón, sufre ataques de pánico ante cualquier disturbio y le cuesta mucho volver al tablón. Karina Delgado tiene 34, cuatro hijos y un nieto de 2 años. “Todos hablan de los muertos y los sobrevivientes ¿qué? ¿No somos víctimas? Lo cierto es que nadie nos toma en cuenta.” Karina, como otros que pasaron la misma experiencia, siente que está afuera. Ariel Gómez cumplió 18 años en marzo. “A veces te dicen que tuviste suerte por haber salido vivo, pero vos no pensás lo mismo: no dormís, no disfrutás, no te reís como antes. El olor a Cromañón te persigue, lo sentís a cada rato.”
“Los sobrevivientes quedaron eclipsados, opacados por un dolor tremendo que se centró en los padres de los que murieron.” La sentencia es de Fernando Soto, abogado de algunos de los que salieron vivos. “Aunque oficialmente se dijo que hubo 2850 personas en el recital de Callejeros, es probable que haya habido 4000 o 4500 personas. Los damnificados que se conocen son unos 1000, pero es posible que haya otros 1000 que sufren secuelas y no se han dado a conocer”, sostiene Soto.
El abogado recuerda que el 30 de abril, en la marcha a la Plaza de Mayo, al cumplirse cuatro meses del desastre, estaba previsto que los sobrevivientes llevaran las fotos de los muertos, “como un gesto de integración”. Por razones que se ignoran, quedó sólo en la intención y al término de la marcha los sobrevivientes pudieron hablar una vez que terminó el acto central. “El dolor de los padres es tremendo, sin duda, pero los sobrevivientes también la están pasando mal. Sería bueno encontrar puntos de contacto, porque son parte del mismo drama.”
Ariel Gómez asiste a la entrevista con Página/12 acompañado por sus padres, Silvia Cáceres y Eduardo Gómez. Como los que estuvieron en Vietnam o en cualquier guerra o en un naufragio, Ariel padece de “estrés post traumático”, como los que salieron vivos del boliche de Once. Cuando sus amigos le preguntaban cómo se sentía, respondía: “Estoy bien”. Pero no estaba bien. “Todavía sigo adentro de Cromañón”, dice. Recién el 8 de junio comenzó a hacer terapia. “Creía que iba a salir solo, pero no puedo. Sufro de insomnio, me acuesto siempre después de las tres de la mañana. Para salir tiene que haber justicia. Ojalá que haya justicia, pero no lo creo.” Ariel es fanático de La Renga, pero admite que Callejeros le gustaba, aunque fue al recital para acompañar a un amigo. Dice que recuerda todo lo que pasó en los “cinco o diez minutos” que estuvo adentro del boliche incendiado. A él le parecieron “una eternidad”. El rostro de pibe se le hace más obvio cuando se acuerda de lo vivido: “Me choqué con un montón de caras. No sabés qué hacer, no podés parar, sentís que te quedás sin fuerzas. Escuchás gritos de chicos que dicen que no se quieren morir”.
Silvia, la mamá de Ariel, llora en silencio mientras habla su hijo. “Al principio yo estaba tan contenta de que estuviera vivo, que no me daba cuenta de lo que le estaba pasando”, admite con culpa, la mujer. A su lado, el papá de Ariel sólo tiene espacio para la bronca: “Yo digo lo que pienso, aunque no lo publiqués. Este país está lleno de funcionarios corruptos, de ladrones. Tienen que morir 200 personas para que tomen medidas, pero después se van a olvidar de nuevo y van a seguir las muertes”, pronostica Eduardo Gómez. En su casa, con el llanto de su nieto como telón de fondo, Karina Delgado asegura que desde hace seis meses, para ella “todos los días son 30 de diciembre”. Le molesta que los sobrevivientes hayan quedado de lado: “¿Qué lugar tenemos nosotros, qué reconocimiento? Por eso no voy a las marchas, porque creo que no sirven para nada. Al principio lo único que me importaba era el tema salud, porque estoy mal física y psíquicamente, pero hoy veo que es muy injusto que nadie se hiciera eco de lo que nos pasa”. Karina es jefa de hogar y cobra un subsidio de 600 pesos que la avergüenza: “Lo que quiero es trabajar, como antes de lo que pasó. No pude seguir porque estoy todos los días en el hospital. Tengo cita con la psicóloga, con el clínico o con el kinesiólogo. No puedo dormir, aunque tomo pastillas para dormir. Por eso me contracturo y hasta tuve hepatitis, posiblemente por la cantidad de pastillas que tomo por día”.
Aclara que tanto en el Fernández como en el Santojanni la han atendido “muy bien”, pero se pregunta: “¿Qué hago con 20 minutos de terapia por semana cuando tengo una familia desestructurada? Mis hijos adolescentes (tiene uno de 18 y otro de 16) me tuvieron que contener a mí”. Se molesta cuando escucha decir “todos somos Cromañón”. Y replica: “Ninguno de los miembros de la Comisión Investigadora, ni ningún funcionario puede sentir lo que yo viví y sigo viviendo. Ninguno siente el dolor que yo siento”. Karina había ido al recital con unos amigos, sus hijos no estaban. Ella también, a cada rato, como Ariel, vuelve a sentir “el olor al humo”.
Magalí Ricciardi está unida al periodismo y a la Academia. Su pasión por el fútbol sigue, a pesar de Cromañón, pero le duele todo. El domingo pasado, en la cancha de Banfield pasó un momento difícil: “Había una sola puerta de salida. La gente se amontonó y, para colmo, la puerta que decía ‘de emergencia’ estaba cerrada con un candado. Tardamos 40 minutos en salir y yo tuve un ataque de pánico. Lo peor es que no tomemos conciencia de lo que nos pasó. ¿Cómo pueden cerrar la salida de emergencia después de lo que pasó en Cromañón?”. Ella volvió a ir a la cancha, porque no quiere perder su lugar en el mundo.
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