SOCIEDAD
› OPINION
Tiro al blanco
› Por Federico Kukso
Además de aplausos, alaridos y llantos de alegría de los científicos de la NASA, la misión Deep Impact –que el lunes a la madrugada le hizo un cráter al cometa Tempel 1 con un misil de bronce– despertó preguntas, cuestionamientos y una especie de resurrección –momentánea– del leitmotiv del progreso que cundió hasta mediados del siglo XX. Se entiende: la idea crujiente de que la ciencia y la técnica traían consigo confort y felicidad a la especie humana pudo haber desacelerado su marcha primero con los horrores de la Segunda Guerra Mundial y luego con la crisis del petróleo que estalló en 1973, pero se las ingenió para ganar nuevamente impulso con cada arremetida espacial, con cada alunizaje, amartizaje, atitanizaje... No son extrañas ni inocentes, pues, las palabras que circulan en el discurso que cobija estas prácticas y empresas grandiosas que despuntaron con la llegada del hombre a la Luna el 21 julio de 1969: conquista, misión, carrera, expansión, gesta, aventura, entre tantas otras, remiten indefectible y casi unidireccionalmente al movimiento, al traslado, al abandono de un estado de quietud y pasividad, para dar paso a un estado de ajetreo continuo, incansable.
Pero donde hay una conquista, hay también un conquistador. Por el momento, y se cree que por varios años más, Rusia –resto menor de la orgullosa Unión Soviética– quedó rezagada en esta carrera más simbólica que científica. El país que asoma la cabeza, en cambio, es China, que ya prometió hacer flamear su bandera roja en la Luna en la próxima década. Así la cosa, y por el momento sin ver temblar su exclusividad, salvo también tibiamente por la Agencia Espacial Europea, Estados Unidos se despacha cómodamente y estira las piernas en el espacio sin que nadie lo moleste.
Al mismo tiempo, toda esta novela espacial abre otra cuestión más fina: la de la propiedad de los planetas, los meteoritos y ahora los cometas. Parece ridículo plantearlo en voz alta, pero con la aventura de la Deep Impact implícitamente la NASA dejó en claro que está bien bombardear (o destruir como se pensaba que podría ocurrir) un cometa sin pedir permiso ni autorización. A nadie le sorprende, entonces, que el Tempel 1 sea el primero de una larga serie de blancos para probar armamento ultrasofisticado bajo el nombre de la aventura del conocimiento (tibiamente, por ejemplo, comienza a rumorearse que el próximo target será el cometa Boethin). Lo único que falta saber es si la naturaleza revelará sus secretos frente a estos ataques o si también dará pelea.