SOCIEDAD
› UNA ESCRITORA DENUNCIA QUE ESTA
INTERNADA CONTRA SU VOLUNTAD
La artista, la herencia y las dudas
De reconocida trayectoria, Natalia Kohen está en una clínica psiquiátrica. Según aseguró a sus allegados, todo tiene que ver con un problema familiar y su fortuna. Las dudas del caso.
› Por Horacio Cecchi
La moraleja de la historia que sigue podría ser, como sugirió uno de sus protagonistas, “o no tengas plata o no tengas hijos”. No es seguro que la idea tenga aplicación universal ni mucho menos, pero en este caso en particular la sugerencia parecería coincidir de maravillas. El 13 de junio pasado, por la tarde, Natalia Kohen, de 87 años, reconocida artista plástica, escritora, importante mecenas cultural y dueña de una interesante fortuna, desapareció sin dejar rastro. Una semana más tarde, después de haber removido lugares tan comunes como cielo y tierra, uno de sus amigos recibió un llamado nocturno poco común. Era ella, Natalia, que llamaba para decirle: “Edgardo, mis dos hijas me encerraron en un psiquiátrico en contra de mi voluntad”. Según su relato, la habían internado en una conocida clínica del ramo a la fuerza, mediante diagnósticos médicos muy discutibles, con orden judicial y con la prohibición de recibir visitas de ningún tipo, incluyendo a su abogada. Mediante un ingenioso sistema de correos y llamadas logró filtrar el bloqueo y denunció que estaba prácticamente secuestrada. Ahora, una investigación de la Justicia penal puede dar vuelta la tortilla.
Natalia Kohen es artista plástica de reconocida trayectoria, además de miembro de la Sociedad Argentina de Escritores, con cinco obras publicadas, entre poemas y cuentos ilustrados, entre ellos, Socialismo sin estatuas, El color de la nostalgia y El hombre de la corbata roja, cuento en el que se inspiró Julio Bocca para una coreografía que presentó en Buenos Aires el año pasado y que, para esta fecha, debía ser representada en Madrid. Presidió, además, la Fundación Argentia de Ciencia y Cultura por la que obtuvo el premio Mecenas en 1986.
Obviamente, como en toda historia humana, el criterio de realidad es diferente según los puntos de vista de sus protagonistas. Y, como en casi toda historia humana, los intereses materiales por no decir económicos agregan su buena cuota para decidir con qué criterio se mira esa realidad. Para el caso de Natalia Kohen, sin entrar a intentar decidir cuán lógica, racional y cuerda está la artista plástica –que para algo se han quemado pestañas y neuronas los especialistas en la materia–, y si debe o no ser internada, es evidente que los intereses materiales, por no decir económicos, han primado o han participado en buena medida sobre su internación por una cuestión obvia: sus hijas, Nora y Claudia Irene, denunciaron demencia, agresividad y prodigalidad. Qué significa esta última. Pues, en pocas palabras, despilfarrar bienes desatendiendo a los herederos.
Según relataron a Página/12 diferentes amistades de la artista, “Natalia siempre confió en sus hijas, tanto que sus bienes los administraban ellas. Tenía una secretaria, un chofer, una telefonista, y el sueldo de todos lo pagaba su hija mayor, Nora. Mientras pintó acuarelas y escribió libros, estaba todo bien, pero cuando quiso usar algo de plata, ahí empezaron los problemas”. Una de las versiones menciona que los problemas llevaban pantalones, que en la intriga filial representaban riesgos de herencia. Otra, algo más realista, sostiene que un proyecto cultural en el Paseo de la Infanta, con la participación del arquitecto Clorindo Testa y el artista plástico Edgardo Giménez, llevaba el mecenazgo monetario de Natalia Kohen, lo que podría haber desatado una urticaria preventiva.
“Empezó a consultar a una abogada amiga –dijo Edgardo Giménez– porque presentía que había algo raro.” Lo raro era que la habían llevado a realizar consultas con un psiquiatra y un psicólogo. Con esos datos, en el primer encuentro con la abogada ésta ya le sugería que “tus hijas te quieren internar”. Entretanto, la tensión entre madre e hijas iba in crescendo. “Ella se negaba a creer que le estaban tramando algo”, aseguró Giménez. En forma preventiva, la abogada decidió realizar un estudio psiquiátrico con dos firmas que aparecen como indubitables, el psiquiatra Wilbur Grimson, que fue asesor en la génesis de la ley 22914/82, de internación psiquiátrica, precisamente la ley invocada para internar a Natalia. Y la presidenta de la Asociación Argentina de Psicodiagnóstico de Rorschach, Alicia Passalacqua. Ninguno de los dos especialistas encontró rastros de demencia ni nada que alentara ir pensando en una internación.
Lo curioso del caso es que días después de esas consultas, el 13 de junio, Natalia desapareció. En realidad, siete hombres, según testigos, entraron a la casa, en pleno Barrio Norte, y con la anuencia de una de las hijas la llevaron a la fuerza. “¿Dónde se llevan a la señora?” preguntaba aterrada la mucama. No le contestaron. El encargado del edificio primero dijo que la llevaban a internar. Después, hizo mutis por el foro y decía a quien le preguntara que se había mudado lo que, en parte, era cierto.
Terminó en la clínica Ineba, de Guardia Vieja al 4400, con estricta prohibición de visitas. De todos modos, nadie sabía dónde encontrarla. Una semana más tarde, sonó el teléfono de Giménez. Era de noche, único horario en que, con algún subterfugio, Natalia lograba superar los escollos. Así, le dijo que estaba internada a la fuerza. La abogada intentó visitarla pero le negaron la entrada, según cuenta ella misma. El 28, la artista redactó una carta a escondidas, y a escondidas la entregó a una visita ajena. Ese mismo día, el correo del zar, como lo denominó Natalia sin perder la ironía pese a su situación, llegó al domicilio de su amigo Edgardo. “Te escribo desde Ineba, loquero cinco estrellas”, le dijo demostrando que guardaba con celo sus capacidades irónicas y de relación con la complicada situación por la que pasaba, y siguió relatando sus penurias y demandando ayuda de sus amigos. Otra carta más llegó del mismo modo.
El 30 de junio la denuncia penal ya estaba presentada: privación ilegal de la libertad, un delito que, como suele ocurrir con los secuestros, si se demuestra debería terminar con la cárcel de los dueños de la idea, de quienes la hicieron posible, de quienes la llevaron a cabo y de quienes estuvieron a cargo del encierro. Esta semana comenzaron las citaciones. En todo caso, si se demuestra, concluirá con la automática cancelación de toda herencia.