Dom 21.08.2005

SOCIEDAD  › OPINION

La derecha más simple

Por Sergio Kiernan

El activismo skinhead de derecha tiene varios orígenes –sociales, económicos, políticos–, pero también uno que se podría llamar “interno”: es un quiebre generacional dentro del mundo derechista duro, una rebelión generacional contra el puritanismo ajado de los referentes tradicionales de camisa parda o de cirio en la boca.
Uno de los primeros síntomas de este quiebre generacional pudo verse en una pequeña ceremonia a principios de los años noventa en la sala de Callao 226. En esa tercera cuadra de Callao hay una librería católica ultramontana, con una bonita sala de conferencias en el subsuelo, favorita de la derecha más dura. Este 4 de agosto, sin ir más lejos, el director de la ya clásica Cabildo, Antonio Caponetto, dio una conferencia allí sobre la “humillación” de las fuerzas armadas a manos de la democracia, auspiciada por la Agrupación Custodia.
En aquellos primeros años de menemismo, el evento fue la presentación de un libro también sobre militares, que reunía textos de joyitas como Mohamed Alí Seineldín y colegas ideológicos de todo el continente, entre ellos varios protochavistas. La reunión tenía su curiosidad porque la organizaba el colombiano Oscar Terán Canal, corresponsal en Argentina de la revista Executive Intelligence Report, órgano oficial del grupo norteamericano liderado por Lyndon Larouche, evasor impositivo encarcelado y rabioso paranoide.
Como para mostrar su integración local, Terán presentaba el libro con una invitada y oradora de lujo, María Lilia Genta, hija del protomártir y santo laico de la ultraderecha católica armada, Jordán Bruno. Fue una noche curiosa, ya que en las primeras cuatro o cinco filas se sentaban apretadamente militantes de antaño, de traje oscuro y escuditos en la solapa; al medio venía una zona desmilitarizada, vacía excepto por el solitario periodista presente, y al fondo venían otras cuatro o cinco filas llenas de pibes rapadones, de campera militar y borceguíes, decorados con cadenas y profundamente aburridos, con cara de sufrir un acto escolar. El único contacto eran las miradas de absoluta hostilidad entre ambos grupos. Cuando los “viejos” hablan de los skins, lo hacen como viejos. Les critican amargamente la total gaseosidad ideológica y que se identifiquen con un nombre en inglés y una estética europea y moderna. Para peor, los pibes vienen con banda de sonido de rock, pecado capital para la pía derecha tradicional, y beben, son sospechados de porrito y... ¡tienen chicas!
Alejandro Biondini, el pequeño führer local, tampoco tuvo mayor éxito en captar estos protomilitantes: su PNOSP es a la vieja usanza nazi, con uniformes caqui –camisas Ombú, generalmente–, brazaletes y grados militares. Su militante joven promedio tiene más cara de chico en problemas y mal cutis, nada que ver con lo que uno quiere transmitir a los, digamos, 17. Con cierta inteligencia, Biondini se dedicó a captar estos grupos sin integrarlos más que a su notable ciudad digital, que les sirve de paraguas sin mayores obligaciones.
Fue Alejandro Franze, el librero de Parque Rivadavia, el que más jugo le sacó al fenómeno. Franze nació para ser skin, ya que tiene de fábrica el look de uno. Su fascismo incluye birra y chicas, y el hombre no parece preocuparse demasiado por la formación ideológica, aunque él la tiene y la exhibe con gusto, en seminarios que da a capella explicando cosas como que los verdaderos blancos no son los rubios sino los morochos, como él. La oferta incluye peleas regulares con otras tribus –Caballito es territorio de circulación de muchos grupos– y un estilo de militancia con bastante de romanticismo de sociedad secreta.
Igual que ser punk o dark, ser skin permite un alto perfil personal sin demasiada elaboración de ideas por detrás. El militante católico ultramontano acepta obligaciones mil, de las que asistir a los cursillos de la librería Santiago Apóstol y de las varias asociaciones católicas filofascistas como San Bernardo de Claraval es de las menos pesadas. El nazi convencional aunque sea debe transitar Mi Lucha y aprender el libreto. El de Tradición, Familia y Propiedad se concientiza de negar que es fascista y debe vestir como un monaguillo, con camperita de poplin de seminarista de los cuarenta.
Es el skin el que tiene apenas que cortarse el pelo y adoptar un look para pertenecer. Es el grado más simple de la política, el semillero que antaño tenían el Comando de Organización, la Triple A y hasta la misma policía y que, con tantos años de democracia, se fue quedando huacho y anarquizado. El enemigo ni siquiera es la sinarquía, la “bandita subversiva que copó el gobierno” o los que minan el cimiento de la patria. Es algún otro pibe que cruzó la línea invisible del territorio propio. La militancia son las piñas.

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