Mié 14.09.2005

SOCIEDAD

Cuando se hace camino al andar

Dos de las veinticuatro maestras premiadas el fin de semana cuentan cómo cumplen con su tarea en las condiciones más adversas.

Rodeo Colorado, entre las montañas de Salta, está “en la gloria” según sus 400 pobladores. No porque sus tres mil metros sobre el nivel del mar la mezclen con el cielo, la razón es más sencilla: el año pasado llegó un camino. “Pueden pasar camionetas nada más. Los camiones tienen que quedarse a cincuenta kilómetros”, cuenta la maestra del pueblo, Ana Lía González. Antes, la única manera de llegar era en mula, y que no fuera gorda. “El camino entre las montañas es como una cornisa. Dos personas juntas no pasan”, asegura Ana Lía, elegida “maestra ilustre” de su provincia. Es difícil hacerla hablar de ella. Prefiere resaltar las mejoras en la calidad de vida del pueblo de Rodeo, conformado básicamente por collas. Previo a su concreción, los proyectos de mejora resonaron en la escuela que dirige desde hace 21 años. Cuando llegó, daba clases en “un rancho”, que hoy es un edificio escolar con albergue para 18 chicos cuyas casas quedan lejos. Ana Lía es una de los veinticuatro maestros que recibieron este fin de semana un reconocimiento del Ministerio de Educación por las iniciativas que sobrepasaron las aulas y ayudaron al beneficio de comunidades muchas veces olvidadas.
Yolanda Gómez es maestra y directora de la escuela Nº 402 en el municipio de Panambí, en Misiones, cerca de Brasil. Entre sus 480 chicos “ni uno usa guardapolvo. Porque la tierra roja es muy fuerte, es como una tinta. La ropa blanca dura poco acá. Además, para venir a la escuela tienen que caminar mucho con temperaturas altas: lo pueden tener limpio por un día nada más. Solamente lo usan en los actos, es como una reliquia”. Yolanda empezó a enseñar a los 17 años, hace ya 35. Pese a que el uso de guardapolvo es una mandamiento sarmientino, sabe que “el contexto dicta cómo vas trabajando con tu realidad y tu gente”. Misiones tiene uno de los índices de repitencia más altos del país. A los televisores de los chicos solamente llegan programas brasileños, por lo que la identidad cultural se convierte en otra concepción inadecuada. “Si le pedís a los chicos que dibujen la bandera, hacen la de Brasil”, dice Yolanda. Aquí, “mi vocación y mi especialización ha sido la inclusión de chicos poco estimulados en lecto-escritura, o que pasaron por la repitencia, la deserción”. Como si fuera poco, se le suma que debe enseñar en los dos idiomas, o en los tres, si se incluye al portuñol fronterizo. “Me desespera el chico que no tiene la posibilidad de apropiarse del conocimiento”, confiesa la maestra, que trabaja 18 horas diarias para evitar que sus alumnos tengan notas bajas. “Aún hoy hay colegas que quieren hacer repetir a sus alumnos, que dicen que ‘la cabeza no les da’. Es una lucha dura, me oponen una resistencia increíble. Creen que haciéndolo repetir a un chico cuatro años va a aprender a leer. Pero cuando tiene 14 años y no viene más se le dice excluido, mientras la verdad es que nadie le dio las herramientas para que se convirtiera en artífice de su propio destino”, considera la premiada por los maestros y el Ministerio de Educación de Misiones.
La pobreza en que trabaja le permite sostener que “el chico desnutrido puede aprender también. Hay que demostrarle que sirve, que se confía en él”. Según Yolanda, “tenemos chicos que se duermen de hambre. Vienen de caminar muchos kilómetros, mal alimentados. Los dejo dormir en el banco. Recién cuando están en condiciones les enseño. Otros comen un poquito y se duermen. Si la maestra no entiende esto, claro que los chicos no van a aprender. Algunos nenes vienen de trabajar. Se levantan a las 5 AM, van a arar y de ahí a estudiar. Por eso en la escuela tienen que divertirse, tiene que ofrecerles saberes que respondan a sus necesidades”.
El comedor de la escuela de Rodeo, a la que asisten 94 chicos, garantiza un plato de alimento diario hasta que cumplen 17 años. Entonces Ana Lía ve a sus alumnos “salir en busca de trabajo. Se van a Mendoza, Río Negro, algunos a Tucumán”. El pueblo tiene dos jóvenes en la Universidad de Salta. “Uno estudia Ingeniería Agrónoma, el otro Enfermería”, cuenta la maestra, que ve por todas partes caras de viejos alumnos. “Ultimamente están volviendo muchos. Se dedican a construir casas.” Porque con el camino como un pasillo entre las montañas “llegan algunos turistas”. En Rodeo no hay teléfono, la luz eléctrica vino hace siete años con un armatoste gigante –que funciona a gasoil– traído por las cornisas nadie sabe cómo. El año pasado le llegó competencia: en el techo de la escuela se instalaron algunos paneles fotovoltaicos álticos que la asemejan “a un arbolito de Navidad”, dice Ana Lía. “La ciudad” es Iruya, y queda a 60 kilómetros. O doce horas a lomo de caballo, en las que “hay que subir y bajar siete cerros”. La zona es tan intrincada que “salir” en camioneta demanda seis horas.
En la escuela, la directora y cinco maestros trabajan por “la revalorización de la propia cultura, el sentido de pertenencia, la autoestima, la confianza. Por otro lado, nos proponemos darles armas para que encaren proyectos de vida”, por medio del desarrollo de oficios. Si bien Ana Lía está en términos inmejorables con la comunidad colla, no era así veinte años atrás. “El modo de ser colla es bastante machista. Por eso al principio casi me vuelvo, porque no me aceptaban. Yo les dije que me dieran tiempo, y que si no les convencía mi trabajo me lo dijeran de frente y me iba”, de regreso a la capital provincial, donde nació.
Para Ana Lía, la “misión” del educador en un lugar “nos hace parte de una gran familia de la que no podemos ser indiferentes. En las zonas inhóspitas la escuela tiene una función social muy relevante, como en todos lados. Por eso el pago del docente no viene por la parte económica sino por los niños. El que te dice ‘me he recibido’, el niño que no te olvida, eso es lo que vale. Claro que esta concepción no desmerece a los reclamos de aumentos salariales, porque necesitamos comer”.

Informe: Sebastián Ochoa

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