SOCIEDAD
› COMO VIVE NATI TRAS HACER PUBLICO SU PEDIDO DE CAMBIAR DE SEXO
En la ciudad del silencio
El pueblo cordobés de Villa Dolores conoce desde hace tiempo que esa chica, esa adolescente Nati, era antes Marcos. La sabe y lo calla, lo murmura solamente. Así sucede aún después de que en todo el país y afuera también se hablara del tema. Aquí, una crónica de ese pueblo difícil, digiriendo un caso difícil. Y la voz de Nati, y la de su familia.
Por Horacio Cecchi
Desde Villa Dolores
La mujer arrastra el trapo de piso y va dejando un dibujo sinuoso y húmedo sobre la acera seca. Desde hace varios meses, el agua es un elemento preciado por su ausencia. Dicen que está prohibido lavar veredas y autos a canilla abierta, y aunque todavía la conciencia no se haya extendido a todos, la enorme fuente sin agua de la plaza Mitre es testimonio de la impiadosa sequía. Pero no es la escasez de agua lo que hace de Villa Dolores un pueblo seco. Es el silencio de lo que piensa y lo que siente. “¿Qué mira? ¿Necesita algo?”, fue la pregunta de la mujer que no detuvo el movimiento pendular y sinuoso del trapo de piso. Una pregunta húmeda de odio. Pero contenida. Seca. Se adivinaba el motivo: Nati. No habría otra señal durante la estadía. El resto habrá que descubrirlo en gestos, en murmuraciones, en miradas indirectas. Este es el único lugar donde no se habla sobre el tema. Quizás más angustiante que la propia angustia de Nati sea el murmuroso silencio de los que la rodean. En Villa Dolores, Nati es como si fuera una más. Pero no es por respeto. Es la sequedad del silencio.
Al fondo y al oeste, el cordón de la Sierra Grande es una muralla que divide. La geografía hace que Villa Dolores sea más puntana que cordobesa. Incluso en la tonada. Pasó Menem y con él desapareció el ferrocarril. Los durmientes de las vías pasaron a ocupar el lugar de asientos y pinotea. Hace algo más de 20 años, el camino de las Altas Cumbres vino a romper algo el aislamiento de la ciudad de Córdoba. Pero la mole de la Sierra Grande sigue como muro divisorio. A la región puntana cordobesa la llaman Valle de Traslasierra, nombre impuesto desde la perspectiva de la ciudad capital. “Nos llaman de Traslasierra, aunque son ellos los que están del otro lado”, dice Miguel Angel Ortiz, docente y periodista.
Villa Dolores es la cabecera del departamento de San Javier. Tiene 33 mil habitantes, según la folletería turística y 28 mil según los censos. Si se suman las poblaciones de San Pedro y Villa Sarmiento, del otro lado del disminuido río Los Sauces, se llega a 40 mil. En la zona se la conoce con la pretenciosa idea del conurbano rural: “el Gran Villa Dolores”, le dicen. Como argumento urbano es, además, centro de la sexta circunscripción judicial, asiento de cámaras de apelaciones de la Justicia ordinaria y de dos fiscalías. Precisamente, en la Justicia civil de Villa Dolores es donde se tramita la causa iniciada por los padres de Nati pidiendo autorización para iniciar un tratamiento de hormonas que predisponga su cuerpo a una intervención quirúrgica en la mayoría de edad. Los tribunales suelen ser un parche con ecos de todo lo que va ocurriendo en la sociedad. El expediente de Nati lleva un año, pero en todo ese tiempo nadie ha hablado en público del tema.
La ruta provincial 14, que une las poblaciones del valle del río de Los Sauces, cruza Villa Dolores como avenida principal. Es la avenida Belgrano que desemboca en la plaza Mitre, la de la fuente seca, la de la iglesia principal y la de la vuelta del perro. Las sillas de los bares, a su alrededor, no miran a la mesa sino a la plaza como asientos privilegiados para balconear la procesión cotidiana. En una de las mesas del bar Crazy, sobre la vereda y a la sombra protectora de un árbol, una pareja exprime una botella helada de litro de cerveza. Paladeo, disfrute lento. Otra pareja sale del interior. El muestra su ampuloso patoviquismo y ella saca cola y escote. Se saludan al pasar con la pareja sentada y se pierden en el discurrir de la plaza. La pareja de la mesa olvida por un instante la cerveza, sigue con su mirada a los otros dos y no puede evitar la ceremonia del runrún al oído.
Es el mismo rumiar que Nati percibe o imagina todo el tiempo por detrás. “Nadie me dice nada –cuenta–, pero yo me doy cuenta de que están hablando de mí a mis espaldas. Y no es nada bueno”. En los últimos días esa perspectiva cambió. Algunos gritos y burlas de chicos motivaron dos denuncias de Alicia, la mamá de Nati, a la policía. “Hice dos exposiciones en la comisaría. No para pedir custodia. Es para que sepan que no queremos que sigan con esto –explica, mientras señala una de las ventanillas del auto familiar manchada–. Tiraron algo. Se limpia, no es nada, pero no tenemos por qué soportarlo.”
Las agresiones infantiles se desataron a partir del jueves 6, después de que la sociedad dolorense digiriera como pudo la profusión de medios e informaciones sobre “el caso inédito” surgido de su propio terruño y del que durante años no se habían escuchado más que susurros y silencios. Quizás haya sido necesario tanto discurso “extranjero” para que el pueblo sacudiera su letargo y jugara a descubrir su comprensión, su piedad o su desagrado.
Y, como en todo pueblo, el tiempo no pasa se rumia, y los actos y los gestos no nacen y acaban de golpe con la urgencia citadina sino que van apagándose en ecos, como remezones de un sismo. El miércoles 12, una semana después de que Villa Dolores fuera noticia a nivel internacional y cuando todo parecía regresado a su calma chicha, Nati volvió a su escuela. La escuela merece una mención aparte porque parece un oasis, pero los chicos son chicos de ese pueblo inevitable. A la salida, a media mañana porque ese día Nati tenía varias horas libres, desde la ventana algunos alumnos del primero le gritaron.
A una cuadra de la escuela –volvía caminando a su casa, había tomado el camino más largo–, relató el episodio: “Me gritaron desde el primer piso cuando salía. ‘Natalia, travesti’, me gritaron y yo volví a la escuela y les dije: ‘Si son tan machos, digan quién fue’, pero no eran tan machos porque resulta que nadie había sido’.
Secretos
En Villa Dolores todos saben dónde vive Nati, saben que no se llama así, saben cómo se llama legalmente, cómo se llaman sus padres y hermanos. Para el pueblo no es Nati, ni son Javier ni Alicia el nombre de sus padres. Ni siquiera es Marcos, el seudónimo del nombre legal. La privacidad protectiva de los apodos es un formulismo que tiene su sentido jurídico, pero no práctico. En Villa Dolores no hay secretos, pero que los hay los hay. Y son tema de confesionario. Nadie los revela en público. En casa, en cambio, el seudónimo ya cobró dimensión real. La historia es curiosa y entreverada, pero también reveladora. Nati no es el nombre elegido por ella desde que se quiere mujer. Es el seudónimo periodístico del nombre del deseo. Por el momento, es tan sólo seudónimo de un seudónimo.
Pero en casa, desde hace dos semanas, se confunde el nombre de Nati con aquel que reemplaza. Y funciona como más real. “Nati”, le dice la mamá y ella responde como si se tratara del nombre con el que se la conoció toda su vida. El lunes 3 de octubre, el periódico La Voz del Interior publicó la primera fase de la historia, el reclamo de los padres ante la Justicia, el caso inédito, jurídicamente hablando, de un pedido de cambio de sexo ejerciendo la patria potestad. El martes siguiente este diario y todos los diarios, las radios, la tevé nacional y en algunos casos internacional tomaron la historia y la difundieron.
En todas partes se hablaba de Nati. Menos, en Villa Dolores. En pleno centro del pueblo, dos radios locales tienen micrófono abierto con el público. Funcionan como tribunas de debate, polémicas, se tratan los temas de ultimísima actualidad local. Ese día, ese martes 4, cuando todo el mundo hablaba de Nati, ni un solo oyente llamó siquiera para criticar. Mientras que Nati nacía al mundo, en su pueblo natal la desconocían. No parece casualidad que responda a un nombre que apenas tiene quince días: cualquiera se aferra al reconocimiento. En Villa Dolores, en cambio, optaron por la sequedad del silencio.
“A la familia la conocemos desde siempre, a él siempre lo vimos en la plaza –asegura una funcionaria municipal–. Lo que pide el chico no nos llama la atención. Lo que sí nos sorprendió es que los padres hayan llevado todo a la televisión. Les deben haber pagado algo... ¿no cree? –sugiere la funcionaria el mismo comentario que en casa de Nati indigna.
“¿Cómo van a decir eso? –estalla de ira Alicia–. Si tengo que pedir por alguno de mis hijos, ¿cómo voy a aceptar hacer un negocio?”
El espejo
Perdidas entre pequeños adornos, muebles y colores, se ven dos fotos en un protarretratos. Son las dos únicas en las que aparece Nati cuando todavía era Marcos. Una, junto a abuela Lela Lucy y un biberón. En la otra aparece con abuelo Lolo Franco, los padres de Alicia. El resto de las fotos de infancia fueron ocultadas por Nati. “Un día vino y quiso sacarlas de la vista”, dice Alicia. Sacó todo vestigio, para nacer de nuevo. Pero no las quemó, las guardó. En todo caso, parece como si quisiera reservarse la posibilidad de decidir por sí misma y que nadie se inmiscuya. Nati guardó algunas fotos. Alicia otras, por respeto a su deseo. Las atesora.
En casa, se respira aire de angustia. La situación no es fácil. Algunos amigos y poca familia, por no decir ninguna, hacen acto de presencia, es decir, de apoyo. “Tampoco es fácil –dice una amiga de Alicia que además es madre de un alumno de la misma escuela a la que va Nati–. Hay que entender que el tema no es fácil y mucho menos si la gente es rígida, tiene una vida que cree ordenada y sin sorpresas y de repente le vienen con esto. A mí, que soy amiga de la familia no me resulta fácil, así que no quiero ni pensar en los demás. Es difícil entender y aceptar. Hay que dar tiempo”.
“La conocí hace dos años –dice Martín. A su lado, Lucía asiente y agrega: ‘Yo se la presenté’–, cuando todavía era un chico o todavía no había decidido nada.”
“La vemos como una amiga –cuenta Lucía, y se acomoda en el sofá que está ubicado de frente a la ventana del living, en la casa de Nati–. El día que me contó que se sentía que era una mujer en el cuerpo de un hombre a mí me costó entenderlo. Me explicó y yo acepté lo que ella quería ser.”
Es la noche del martes. Alicia ubicó a los amigos (‘los cuento con los dedos de la mano’, dice) y los llevó a la casa para la entrevista. La suya es una angustiante búsqueda de apoyo. Pero es todo exteriorización. Javier, en cambio, es o se muestra más callado. Unas horas antes, durante la tarde de ese día, en la cocina de la casa, junto al jardín, Javier desplegó una pila de recortes manuscritos. Eran trozos de un folleto o algo por el estilo. Lo había recortado en cuadrados y había escrito con trazos apretados del lado del revés. Eran machetes de críticas o recomendaciones, una síntesis de sus pensamientos después de la tremenda exposición mediática de Nati. En esas letras se apretaba toda la experiencia reunida en los últimos días. Un padre médico, que se aferra a la explicación científica de lo que está ocurriendo, pero que empieza a descubrir que no alcanza, que parece todo desbordado y que dentro del caso médico nadan los deseos.
Ya se dijo. El miércoles pasado Nati volvió a la escuela después de una semana de ausencia y ritmos marcados por los medios. Pero no fue ésa su primera salida pública. La noche anterior, su amiga Nayla la invitó a la presentación de un libro de poesía. Una movida cultural, con gente amplia que garantizaba comprensión y hasta aceptación. A Natalia no le resultó fácil la decisión. Pero esa noche estuvo. Fue junto a Nayla. Entraron al salón. El silencio no fue lo que molestó sino eso que llegaba con el silencio, eso que se percibía en el aire, en la sequedad del ambiente y que se pegoteaba al cuerpo. Una mujer, recién salida de la peluquería, sacó de su cartera un espejito y resumió en unos segundos las tardes áridas, el trapo húmedo dibujando sobre la acera seca, y el rumor del pueblo a sus espaldas. La mujer lo colocó a la altura de sus ojos y empezó a buscar en el espejo el reflejo de Natalia.
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