Dom 02.06.2002

SOCIEDAD

Aprietes y acosos de la policía a las asambleas

Hay una epidemia de pedidos de documentos y pequeños acosos de los uniformados a los asambleístas. También hay amenazas telefónicas y aprietes violentos.

› Por Irina Hauser

La primera vez creyeron que podía ser una casualidad. Un policía pidiéndole documentos a un típico asambleísta de clase media que reparte volantes en la estación de trenes de Saavedra. Les parecía hasta gracioso. Pero la escena empezó a repetirse. Durante o después de diferentes actividades de la asamblea del barrio, una decena de caceroleros fueron sorprendidos con un pedido de identificación y un interrogatorio policial calcado: “¿Qué está haciendo acá?” “¿De dónde viene?” ¿Vive en el barrio?”. La semana pasada uno de los vecinos, Beto, recibió una amenaza telefónica en la que –dice– le advirtieron: “déjense de joder con la asamblea y el Parque (Saavedra), porque si no, son boleta”.
No hubo sangre, ni golpes, ni violencia física. Los vecinos de Saavedra, sin embargo, creen ver en la seguidilla de advertencias policiales un intento de desmovilizarlos. Y decidieron contar lo que les viene pasando e intercambiar impresiones, incluso con otras asambleas porque una sensación los perturba. “Ahora nos parece que todo el tiempo nos están mirando”, contó Flavio, arquitecto de 38 años que, como la mayoría, empezó a ir a la asamblea “a ver si se puede hacer algo por uno y por los demás”.
Hace dos semanas salió de la reunión de la “comisión de reflexión” de la asamblea, en el bar “La Facha de Aurelio”, cerca de la medianoche, junto con Irene y Luis. Había dejado su auto a unos metros, del otro lado de un paso a nivel. “Cuando lo estaba poniendo en marcha apareció un policía y me hizo señas para que apague las luces. Se quedó parado a cierta distancia, con la mano sobre la cartuchera. Nos pidió documentos, nos hizo bajar y nos preguntó con mal tono de dónde veníamos y qué habíamos estado haciendo. Yo no entendía nada, el auto estaba bien estacionado, las luces y los papeles en orden”, relató. Flavio usa un pullover gris de lana gruesa con rombos y habla bajito. “Me puse nervioso. No era un hecho aislado. Unos días antes, en la desconcentración de un escrache que le hicimos a Roberto Lavagna (ministro de Economía), que vive en el barrio, me habían parado junto con Miguel y Alejandro de la misma forma y con el mismo cuestionario, poco después de arrancar el auto”, señaló.
“No es ilegal que la policía pida documentos. Pero si lo hace sistemáticamente, si la misma comisaría detiene varias veces en poco tiempo a la misma gente, ya estaríamos hablando de persecución. No es ese el espíritu de la Constitución ni de la Ciudad”, explicó a Página/12 Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto de la Ciudad de Buenos Aires. “Es un tema preocupante, la actividad de las asambleas está amparada por la ley. Ultimamente estamos recibiendo denuncias o consultas por problemas con la policía”, dijo el funcionario.
–¿Ustedes a qué lo atribuyen?–, preguntó este diario.
–Desde el Gobierno se instala la idea de que hay anarquía y como contrapartida aparece el discurso del orden. Con esto, la cultura autoritaria puede hacer sentir vía libre a algunos para una actitud represiva. La policía se envalentona.
A Jorge, empleado, barba al ras, le tocó vivir uno de los primeros encontronazos con policías que pupulan por la estación Saavedra. Junto con su mujer, Liliana, y tres vecinos habían instalado una bandera de la asamblea y se pusieron a repartir invitaciones para un festival. “Cuando estaba en la calle afuera de la estación, y a los demás adentro, nos dijeron que no se podía repartir volantes y nos pidieron documentos. Era insólito, les dijimos que es un espacio público, había incluso gente al lado nuestro repartiendo volantes de un supermercado, pero insistieron”, recordó Jorge.
Quizá lo que terminó de desbordar a los caceroleros fue el relato de Beto, miembro de la comisión “El Aguante” encargada de difundir las actividades de la asamblea dentro del Parque Saavedra: “El jueves pasado cerca de las siete tuve una llamada a mi teléfono particular. Atendí y me dijeron: ‘Déjense de joder con la asamblea y el Parque porque van a serboleta’”. Beto es un desocupado con esperanzas de abrir una productora de televisiva propia. “En pocos días sufrimos varios tipos de represión -dijo–. A mi mujer, Claudia, también le pasó. Había ido a recolectar verduras para una olla popular, estaba parada en la estación de tren con una pila de volantes de la asamblea en la mano y le pidieron documentos”.
Recién la última semana los asambleístas de Saavedra se enteraron de que otros grupos de vecinos de Capital y el Gran Buenos Aires pasaron por situaciones similares, a veces aún más virulentas. En Palermo Viejo, a dos caceroleros de los más activos los pararon policías de civil y les pidieron documentos horas antes de una marcha de antorchas contra el tarifazo. Los vecinos de Corrientes y Juan B. Justo fueron sorprendidos en esa esquina por un balazo que no hirió a nadie de casualidad. En Merlo, varios miembros de la asamblea fueron molidos a golpes por una patota y otros fueron interceptados por policías que les mostraron fotos suyas bajo la amenaza de acusarlos de “agitadores”. Gladys, de la misma asamblea, sufrió un incendio en su casa.
“La verdad es que nosotros no teníamos una actitud paranoica, hacíamos todas nuestras actividades tranquilos y listo. Pero ahora muchos no nos animamos a andar solos, tratamos de movernos en grupo”, confesó Irene, una química de 58 años, tez morena, rulos y anteojos, que se encarga de difundir actividades de la asamblea. Beto concluyó: “Si lo que quieren es asustarnos, están logrando lo contrario”.

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