SOCIEDAD
› OPINION
Dulce de leche
› Por Alicia Entel *
Entre las nimiedades que se fueron con el año viejo, una destella por su capacidad de seducción y su dulzura. Primero faltaba en las góndolas pero no nos importó, vendría la semana próxima. Después nos ofrecían el modelo “light” o el repostero... y hasta empezamos a degustar sabores alternativos, pero no había caso. El punto justo en cremosidad, el color no muy oscuro, la capacidad de gustar sin empalagar, hacían que lo extrañáramos. Sí. Me refiero al “Gándara”, al histórico dulce de leche que, a pesar de su calidad, vaya a saber en qué circuito Parmalat se había decretado su muerte súbita. Y no sólo eso: quedaron afuera cantidad de trabajadores y una compleja trama que va desde la elaboración hasta el consumo. Recordable en momentos históricos, este dulce había acompañado exilios, la añoranza de sabores y olores queridos. También se traducía en las cucharadas de aliento mientras el estudio avanzaba o integraba el relleno de una torta sorpresa con la primera velita. Al menos en el Río de la Plata su presencia ha devenido histórica y configuró identidades como el tango o los alfajores. Claro, cómo no iba a ser así si se trata de un país lácteo donde muchas veces las vaquitas son ajenas o su existencia depende de los caprichos del trasnacional asalto a la razón. Nada peor que destruir un patrimonio, una fuente laboral, un sabor propio y, en verdad, a santo de nada. ¿Qué dulce saboreará hoy el señor Taselli? Bueno será saberlo.
* Profesora en Ciencias de la Comunicación