SOCIEDAD
Un concurso de estatuas que ganó El Angel de luz
› Por Carlos Rodríguez
Sobre el final de la inusual competencia, luego de seis horas de inmovilidad, los concursantes caminaron, se saludaron y la escena se llenó de encuentros imposibles. Carlos Gardel intercambió felicitaciones con un personaje sin nombre que podría ser Nerón antes del gran incendio; una bella bruja posó junto a un ángel de alas azuladas que sacaba luces violetas de una rosa blanca; el iracundo Perseo, último rey de Macedonia, rompió la paz con su lanza en la mano derecha, mientras en la izquierda mostraba como trofeo la cabeza de Medusa, la única mortal de las tres gorgonas, monstruos femeninos de la mitología griega; Cleopatra, inmutable, seguía tan seductora, como esperando a un amante, y en un rincón, un futbolista con el color de las fotos viejas virtualmente tenía “atada” la pelota al pie zurdo, adherida con un hilo. La descripción no surge de una alucinación del cronista sino que sintetiza la imagen final de un concurso de estatuas vivientes cuyo ganador, con la ayuda del cielo, fue el mismísimo ángel de la guarda.
La competencia, que se realizó ayer por tercera vez en Buenos Aires y por quinta vez en el país, fue organizada por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Los 14 concursantes de este año son actores, mimos, modelos o profesores de educación física que desde hace un tiempo capean la malaria quedándose duros, como estatuas, en La Recoleta La Boca, Mar del Plata o Bahía Blanca. Sólo se mueven para pasar la gorra entre los espectadores. Ayer, para escapar del frío, lo hicieron en las aulas de la UCES, en Paraguay al 1300. Victorio Ordóñez, organizador de la actividad, recordó que la primera muestra conjunta se hizo diciembre de 1999, por iniciativa del rector de la casa de estudios, Horacio O’Donnell. Eugenia Bugani compitió vestida como una bailarina curiosamente inmóvil. A su lado, en la misma sala, María Allegue eligió ser una espectadora del Mundial de Fútbol, pero su gorrito de Arlequín con los colores argentinos ya anticipaba que no llegaría entre los finalistas. Daniela Bocassi, modelo, altísima, junto con Mariano Corlatti, los dos vestidos de blanco, conformaron un cuadro propio de la antigua Roma. A su lado, Bruno Kluss fue El Angel, el más votado y el preferido de los niños. Su “estatua” fue la menos dura de todas, ya que se movía cuando pasaban chicos o mujeres. Sus manos se movían como las de un mago para dar vida a una lucecita roja que aparecía y desaparecía detrás de la oreja o junto al corazón de los visitantes.
La que también se movía, de vez en cuando, era Carla Giúdice, La Bruja Bella, un título sin duda redundante, porque estaba vestida como una bruja y era, a simple vista, bella. De su mano salían caramelos, pero sólo para los más chicos. Adolfo Morales era el temerario Perseo y Miguel Angel Barrionuevo, un ecuatoriano radicado hace cuatro años en Buenos Aires, el futbolista antiguo, de colores apagados, que finalmente se dio el gusto de jugar la final, aunque la perdió con El Angel y quedó segundo. Silvia Hidalgo fue la impresionante Cleopatra y algunos fantasearon con ser Marco Antonio. A su lado, Marcela Peloche, como una cándida estatua de mármol con flores vivas en el regazo, no despertó pasiones pero cosechó votos hasta lograr el tercer puesto.
Alejandro Lewin, de traje y maquillaje dorados, fue Luis XIV, El Grande o el Rey Sol, famoso, entre otras cosas, por haber tenido una docena de hijos sólo con sus amantes, sin contar los que tuvo con su legítima esposa y reina. Juan Páez fue por unas horas Gardel con guitarra y todo, mientras que las bahienses Mariela Olivera y Soledad García representaron a la Justicia. Durante seis horas, la muestra concentró la atención de centenares de personas. La sorpresa mayor se la llevó Julieta, una nena de cuatro años, cuando vio a Cleopatra saliendo del baño. “¿Las estatuas hacen pis?”, preguntó.