Los lactantes y niños en edad preescolar también se deprimen, aunque ese estado es más difícil de diagnosticar que en chicos mayores o adultos. Los síntomas que pueden brindar las pistas.
› Por Laura Rosell *
Los bebés y los niños en edad preescolar también se deprimen, pero el estado depresivo es más difícil de detectar que en niños mayores o adultos, y muchas veces pasa inadvertido. “El niño de corta edad no tiene conciencia de la tristeza ni del estado de ánimo como lo tendría un adulto y hay que estar muy atentos a las pistas que nos dan su desarrollo emocional y físico para saber si está sufriendo”, explica Francisco Palacio Espasa, jefe del Servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente de Ginebra, psicoanalista y catedrático de Psiquiatría del Niño y del Adolescente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ginebra (Suiza).
El bebé es como una maquinita que viene biológicamente preparada para iniciar un intercambio afectivo y llega al mundo con competencias sensoriales, motoras y afectivas con el fin de ligarse lo más rápido e intensamente posible con una persona para asegurarse la protección y la supervivencia.
Cuando el vínculo afectivo entre el recién nacido y la madre –y otras personas que lo cuidan– es positivo, el niño tiene interacciones afectivas positivas, va aprendiendo a través de la experiencia cómo conocerse a sí mismo, a sus padres y al mundo y organiza el camino hacia su propia autonomía. El bebé que está feliz se muestra básicamente alegre, seguro, disfruta con lo que recibe, solicita a las personas de su entorno y les contesta con agrado.
Por el contrario, cuando hay un déficit en el vínculo entre el lactante y su madre, los afectos negativos dificultan seriamente la posibilidad del intercambio afectivo y esto se refleja sobre todo en trastornos del humor y del desarrollo. “En la clínica –explica Palacio– vemos a padres que dicen ‘triste no está, porque llorar nunca llora’, pero esta afirmación puede ser un engaño, porque en la depresión temprana la expresión más manifiesta no es el llanto, sino la apatía y la inhibición en la iniciativa.”
El bebé deprimido sonríe muy poco o no sonríe, no parece responder a los estímulos que se le ofrecen y no reacciona si se lo deja con un extraño. Así, resultan sospechosas, según este psiquiatra, frases como “tiene ocho meses y es muy sociable, se va siempre con cualquiera”, porque lo normal a esa edad es tener “angustia de separación” y llorar, no cuando se observa a un desconocido desde los brazos de los papás, pero sí cuando el extraño hace ademán de querer tomarlo en brazos.
“Es tan bueno, parece que no sea niño”, es otra frase que puede hacer pensar en una depresión, porque los bebés lo que quieren es atraer la atención cuando quieren algo, relacionarse con los padres y el resto de la familia y explorar a su manera el mundo externo.
Los bebés deprimidos suelen también presentar cierto retraso en el desarrollo, como, por ejemplo, no caminar hasta los 17-18 meses o no hablar hasta los dos años, sin otras causas que pudieran justificarlo, y tener dificultades en el sueño y en la alimentación.
Los estudios epidemiológicos muestran que en la edad preescolar la prevalencia de la depresión infantil es del 4-5 por ciento. En los niños de entre 3 y 5 años puede darse una reacción de defensa contra la pena que sienten y, a diferencia de los más pequeños, presentar un síndrome hipomaníaco, que se caracteriza, explica Palacio, por todo lo contrario que se esperaría de un niño muy triste: están eufóricos, hiperactivos, se sienten capaces de todo y con mucha energía.
Una de las causas de la depresión en lactantes es tener una madre deprimida. Cuando esto ocurre, dice Palacio, la cosa se complica, porque hasta puede serle cómodo que su bebé la solicite poco. Los estudios demuestran que los hijos de madres depresivas responden poco a los estímulos y, cuando otro adulto toma a ese bebé en brazos, le parece que está ante un “bebé deprimido” por su inactividad, porque se ha organizado con la expectativa de no pedir.
Cuando la depresión de la madre no es grave, que es en la mayoría de los casos, con una buena intervención terapéutica la recuperación es rápida tanto en la madre como en el bebé. Sin embargo, cuando la depresión es crónica y la madre se muestra durante largo tiempo distante, irritable y muy decaída, pero no reconoce que necesita ayuda, el bebé puede desarrollar una gran apatía, un desligamiento, un distanciamiento afectivo, ser muy poco solicitante y presentar retrasos graves en la simbolización y en el desarrollo.
En los casos peores, este distanciamiento afectivo se hace muy grave y se puede transformar incluso en rechazo. Es la llamada depresión preautística y se ve en bebés de entre seis y ocho meses.
Aunque la interacción entre el bebé y sus padres es importantísima, la depresión infantil también puede venir favorecida tanto por factores hereditarios como por circunstancias externas, como, por ejemplo, situaciones en la familia de separación, pérdida, abandono, duelo, etcétera. Según Francisco Palacio, tampoco hay que olvidar las características propias del recién nacido, “porque hay niños que, por su propia disposición biológica, no responden a los estímulos, solicitan de forma confusa, tienen gran dificultad para calmarse y pueden llegar a poner trabas a sus padres para ejercer como buenos padres”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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