SOCIEDAD › DRAMATICA LUCHA EN LA RIBERA DEL RIO BERMEJO
Los pobladores esperan para hoy el pico de la crecida. Hay más de 1500 evacuados, que perdieron sus casas y la mitad del ganado. El propio intendente lleva ayuda en helicóptero.
El intendente es un hombre robusto, parece. Desde un helicóptero que sube y baja unas diez veces al día en los parajes inundados, armado con dos camiones y tres tractores, lucha como un gladiador campechano contra el agua y sus consecuencias. Lorenzo Herffner, jefe del municipio de Villa Río Bermejito, anda entre el muro de tierra que levantaron como contención dieciocho hombres de la municipalidad y los inundados, 800 almas asiladas en las zonas altas de El Impenetrable. En el pueblo de 3 mil habitantes apenas hay una docena de evacuados de ayer. Por ahora, piensa el intendente, no hay que temer. Hay veinte centímetros, ni uno más ni uno menos, de distancia entre el torrente y la pared que lo contiene. “Si esto cede el agua tapa al pueblo”, le dice a Página/12 desde el frente de batalla, ante las máquinas desesperadas por subir la muralla. En total, los evacuados en la zona superan los 1500. Y entre hoy y mañana esperan el pico de la crecida.
El intendente guarda cierta tranquilidad. Con parsimonia cuenta cómo son sus días últimamente y lo que se encuentra cada vez que baja del helicóptero de la provincia, que hace olas sobre los solares anegados. “Cuando voy a volar veo tres casas juntas, veo un patio y bajo, pregunto quién vive en la otra casa, si hay enfermos, qué necesitan, es todo rápido, el helicóptero está en marcha, anoto medio rápido y después voy a la base de Bermejito y de Espinillo y volvemos con los insumos”, dice. Así, en pocos minutos, baja la única mercancía que tiene para sosegar el padecer de los inundados: dos paquetes de heno y una bolsa de maíz para los animales, un bolsón de alimentos para la familia.
Por estos días, si algo cree que será necesario para mitigar los efectos de este descontrol de la naturaleza sobre una de las zonas más pobres del país es un montón de frazadas. Herffner calcula en 800 los afectados seriamente por la inundación sólo en su pueblo, a lo largo de una franja de 80 kilómetros al costado del Bermejo. El río ha crecido entre quince y veinte kilómetros, arrasando con la mayoría de los caseríos de familias wichís o tobas dedicadas a la ganadería. “Habitualmente tienen chivos, vacas, chanchos. Viven de la venta de carne. Lo venden a los carniceros o a un frigorífico de caprinos en Pampa del Infierno. También cortan leña del monte para vender en Buenos Aires. Ahora el agua cubre los campos, y las casas. Los animales buscan la altura, los dueños de casa tratan de arrearlos a los lugares más elevados, y arman una choza con plástico o cartón”, describe el intendente.
Cuando la choza está armada, con plástico que le dieron los del municipio, el hombre o la mujer que la hizo se dirige otra vez hacia sus tierras inundadas. Lo hace en una canoa, o de a caballo, con varios animales que lo ayudarán a la difícil tarea de mover su chiverío como si se tratara de un cardumen. Los requerimientos del intendente no son desmedidos, y además dice que hay que tener paciencia porque la Nación ya mandó ayuda. “El tema es el tiempo. Ellos tienen buena intención, pero hay que esperar dos días más. Me imagino que debe ser un proceso de compra, el flete desde Buenos Aires, es largo el trámite. En la provincia asisten con bolsones de mercadería y nos dieron ochenta frazadas y veinte colchones.”
–¿Cuántos son los inundados que contó usted en estas condiciones?
–Son 800 sólo fuera del casco urbano, en los ochenta kilómetros que están tapados de agua.
La tragedia de Villa Río Bermejito se extiende a lo largo de esa franja de agua como la muerte. En el camino hacia las zonas secas los campesinos pierden lo único que en general poseen: animales. “Hasta un cincuenta por ciento del ganado llegan a perder. Ahora no venden carne, y están muy asustados porque no tienen sueldo, no saben qué van a comer el mes que viene.” Ayer el intendente visitó desde el aire la casa de doña Ignacia Salto, una mujer de ochenta años y sus cuatro hijos flacuchentos. Con los brazos abiertos recibieron dos paquetes de alfalfa y la bolsa de maíz. No les es mucho más fácil a los que viven en el pueblo, porque el agua los amenaza a pocos metros, sólo contenida por un muro de tierra. “Eso puede ser una tragedia. Si llueve en Salta se nos va a complicar, se va a lavar la tierra y puede aflojar. Si cede vamos a tener que ponernos arriba de la mesa, y del techo, porque no tenemos previsto nada. Eso sí, trabajamos en reforzar la defensa, con la ayuda de Vialidad Provincial trabajamos con dos camiones y tres tractores. Uno carga tierra en los camiones y luego la vuelca en los muros. Así vamos a ir ampliando mil metros de muro por día, vamos peleándole al crecimiento del agua, ella crece, nosotros crecemos”, explica Herffner su lógica indoblegable. ¿A qué le teme la gente inundada? “Ellos tienen miedo del frío que viene porque las chozas en los altos no tienen paredes. Zapatillas o ropa vieja, pero seca. Zapatillas rotas. Ellos tienen poco, quedan las hilachas. Con algo seco ellos se conforman.”
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