SOCIEDAD › COMO SE MODIFICO LA NOCHE TEEN CON EL CASO MATIAS
El promedio anda en los 15 años. Viven en barrios caros de la ciudad y sin apuros económicos. Los fines de semana, ellos copan las horas más tempranas de la noche. La muerte del chico en Palermo les cambió la rutina. Los padres impusieron más controles. Los boliches se pusieron más estrictos. Y los chicos empezaron a reconocer algunos riesgos.
El episodio que terminó con la muerte de Matías Bragagnolo cambió la rutina nocturna adolescente. Los eternos miedos de los padres se acrecentaron. Los controles en los boliches teenagers también. Y ellos, los más jóvenes de los jóvenes, fueron empujados a tomar conciencia de ciertos riesgos. Aunque para algunos las cosas siguen igual y sus salidas nocturnas no se modificaron, todos reconocen que hubo un quiebre. Que la muerte pasó muy cerca, y que le puede tocar a cualquiera. Son jóvenes que viven en los barrios más codiciados de la ciudad de Buenos Aires, no tienen apuros económicos, pero se sienten inseguros. Varios adolescentes hablaron con Página/12, y relataron cómo cambió ese mundo prohibido para mayores desde que falleció el joven en Palermo.
Mara, Bárbara, Anita, Melanie, Nicole y Natalia cambiaron algunas de sus salidas desde la muerte de Matías. Repartidas entre los barrios de Caballito y Palermo, para este grupo de amigas, la noche de zona norte ya no es la misma y el tour de cada sábado tampoco. Con 14 años, ellas comparten colegio, salidas, secretos y también temores. “Vivimos con miedo”, admiten. Sin embargo, “lo de Matías le puede pasar a cualquiera, es un bajón, pero tampoco hay que encerrarse”, sostienen.
“Mi mamá no me hace drama con la hora, pero sólo me deja volver tarde si sabe que vuelvo con algún papá o alguna mamá de las chicas”, cuenta Mara, que vive con su mamá en el coqueto barrio porteño de Palermo.
Para ellas, la jornada clave es el sábado. Salir con amigos y amigas a recorrer el circuito teen es la misión. Shopping; casas de amigos y amigas; heladerías, todo da igual a la hora de divertirse. “Antes de salir nos juntamos en la casa de alguna amiga, a veces vamos al Alto (Palermo) a comer, y a eso de las 9 de la noche nos vamos en un taxi para Mint”, relata Melina. Después, la parada casi obligada es alguna de las heladerías Persicco. “Generalmente vamos a la de Palermo, en Cabello y Salguero”, apunta.
Los viernes, en cambio, son mucho más tranquilos. En la esquina de reunión, ahí en Salguero y Cabello, son pocos los chicos que se juntan. El ambiente es más familiar, con matrimonios y sus pequeños hijos. Esteban, de 16 años, está allí. Rodeado de tres chicas y con pose de ganador, dice que “está todo bien” y que sus padres “no rompen”. En ese momento, Romina, Celeste y otra amiga que prefirió no decir su nombre, se ríen sin decir mucho. La idea es “encontrarse con amigos y después ver qué se hace”, aunque si el clima no acompaña, “derecho a casa”. Además de la heladería o de la casa de algún amigo, otro lugar elegido es Friday’s, en el Alto Palermo. En el local de comidas rápidas, los viernes se mezclan quienes se juntan después del trabajo con algunos jóvenes que tienen que volver temprano a sus casas.
Los sábados, la disco sub 18 se llama Mint; la misma a la que solía ir Matías. Ubicada en el complejo Punta Carrasco, en Costanera Norte y Sarmiento, se hizo famosa hace ya algunos años por su música electrónica y por su ambiente selecto. La matiné, llamada Mint Teenagers, abre los sábados de 21 a 24 para jóvenes de 15 a 18 años.
Para el grupo de amigas habitué de esa disco, la salida ya no es la misma. “En los boliches, antes no te pedían documentos. Entrábamos en la fila de los free y pasábamos sin problemas. Pero desde lo que pasó con Matías, sin cédula o documento no te dejan pasar. Hay muchos chicos que ya no van por eso”, explica Natalia, la menor del grupo, pero sólo hasta que cumpla los 14 en unos días.
Los padres, en realidad, fueron los que impusieron muchos de los cambios. “Mely es chica, no sale mucho –apunta su mamá, Edith–, pero cuando vuelve de noche las vamos a buscar donde sea, o si no podemos ir, vemos si hay algún padre disponible”. Al igual que su hija, ella también tiene temores post Matías: “La inseguridad es la misma. La diferencia es que a veces cuando pasa en otro lado, Villa Martelli, por ejemplo, parece que no te va a tocar, pero al estar tan cerca lo sentís más. Vivo a unas cuadras de donde murió Matías, y el temor es como que te tocara el timbre”. “La cuestión es que tienen que tener independencia, pero no se sabe hasta dónde. El tema adolescente es caótico. Los límites son complicados.”, admite.
Susana Jallinsky, psicoanalista infanto-juvenil, trabaja en el área adolescente y tiene varias investigaciones sobre el tema. “En estos tiempos –resume en un informe–, quienes debieran detentar la autoridad no logran alcanzar el respeto del adolescente. Consideramos que vale interrogarse ¿qué autoridad tolera y colabora con la instauración de los límites necesarios y protectores?”.
Martín y Eduardo viven en Caballito y tienen 16 años. Acaban de salir del colegio Dámaso Centeno. “A mí no me cambió la salida después de lo que pasó con el pibe que mataron –dice Martín, aunque para la Justicia no está claro que haya sido asesinato–. No soy de ir a los boliches. Más bien vamos a algún bar, otras veces a una casa y nos ponemos con la Play (Play Station) y nos quedamos ahí.”
A diferencia de su amigo, para Eduardo algo cambió. “Ahora por ahí ves un quilombo y te hacés el boludo, pero digamos que casi siempre fue así; quilombo, piñas, y todos alrededor alentando a los pibes. Ahora te matan, y a menos que el que se pelee es un amigo, no me meto.”
“En esa zona de Palermo –cuenta Melina, que vive en Caballito– a veces hay pibes que son cancheritos y se agarran a las piñas porque sí. Igual me alejo y a otra cosa, pero con todo lo que está pasando mi papá quiere que me maneje más con él o con el papá de alguna amiga”.
A su papá, Norberto, se le hace difícil poder tener un punto de equilibro en cuanto a las salidas y los pedidos de su hija. “Trato de manejar ciertos estándares para otorgar libertades. Nos manejamos siempre con algún padre, que hoy por hoy es la condición sine qua non para salir”, afirma, y agrega: “No necesitaba esperar algo como lo de Matías para tomar conciencia. Esto fue una situación extrema, pero cotidianamente hay otras que no toman la envergadura mediática”.
Natalia tiene 17 años y vive en Belgrano. Ella no tiene hora para volver a su casa. “Mi mamá me tiene confianza, nunca llegué borracha ni nada. Mi vieja sabe que me cuido”, explica. “Los boliches –cuenta– no me gustan porque están llenos de salames. Yo soy de ir más a fiestas tipo temáticas, tipo una fiesta de música reggae”. Para Natalia, “lo de Matías no cambia las cosas. No hay que tener miedo sino tomar precauciones”. “Con mi grupo de amigos nos re cuidamos entre nosotros”, explica.
Verónica, mamá de Nicole, de 14 años, cree que “la Policía no sirve, y que en todo caso, hay que hacer como había dicho el padre de Matías, mudarse de país. “Acá no hay seguridad, ni nadie que nos cuide –se queja–. Después de lo que pasó, lo único que le dije es que no se enfrente con nadie porque no se sabe quién es la otra persona. Los jóvenes están violentos. Soy maestra de jardín, y ya en esa instancia no me respetan, se burlan. Hay falta de límites, se perdió el respeto”.
Para Jallinsky, también directora del Centro de Pensamiento Contemporáneo y Ciencias de la Complejidad, una organización no gubernamental que trabaja en la discusión, investigación y difusión de problemáticas de urgencia y relevancia social para la comunidad, se pregunta “qué protección-acompañamiento reciben los adolescentes de nuestro tiempo por sus respectivos adultos responsables”. “Pareciera que los supuestos adultos no recordaran su propia adolescencia como para hacer hasta lo imposible para mantenerse en ese estado de adolecer. ¿Quién no padeció intensamente durante su propia adolescencia? ¿Qué ha ocurrido con la memoria de los adultos?” reflexiona.
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