A la madrugada, el fuego destruyó por completo el edificio. El adolescente tenía 17 años. El ministro de Planeamiento admitió que unas 200 mil personas viven en casas precarias en la ciudad.
“Salí de casualidad con mis tres hijos”, decía Adriana, sentada en la plaza de enfrente, adonde están los restos de su casa, y sin poder distraer la vista de aquellas maderas quemadas con ganas de venirse abajo. Ella, junto a sus hijos y su marido, vivía en un viejo conventillo de La Boca, en Lamadrid 1015. El edificio quedó transformado en un tambaleante monstruo de carbón cuando en la madrugada un incendio lo consumió y provocó la muerte de un chico de 17 años, que trató de evadir las llamas arrojándose por la ventana del primer piso. También quedaron internados en el hospital Argerich los padres del chico, intoxicados con monóxido de carbono. Riesgos similares corren –según el ministro de Planeamiento porteño– más de 200 mil personas que habitan en viviendas precarias en la ciudad.
Adriana recordó que eran las 3.30 cuando el incendio la despertó, aunque recién pensó en mirar el reloj treinta minutos después. “Agarré a la beba y salimos con los chicos”, relató. Los que salieron fueron su marido, Darío, la pequeña de diez meses y los dos chicos de diez y once años. Todos pasaron el día en la plaza, recibiendo ropa de los vecinos y la comida que les acercaron del comedor comunitario Los Pibes, a pesar de que Adriana no probó un solo bocado. “Estoy esperando que me traigan unos colchones para poder irme a la casa de mi hermana. A la noche seguro se queda mi marido, para ver que nadie se meta a sacarnos lo poco que nos quedó”, comentó, los ojos fijos en las cenizas.
“Cuando salí –contó–, paré un taxi que venía con una señora y le pregunté si podía llamar a los bomberos. Los llamaron, pero como tardaban el taxista me preguntó dónde está el cuartel y fue a buscarlos. Después, parada en la vereda vi al chico, en ropa interior, que salía por la ventana del primer piso y rebotó contra el piso.”
El chico era Sebastián Olmos, de 17 años. Murió como consecuencia del salto. Sus padres ayer por la noche seguían internados por el humo que habían inhalado, su madre estaba grave. En el terreno, entre el edificio de tres plantas y una casa que está en el fondo y que habitaba Adriana y su familia, vivían 18 personas.
Algunos vecinos culpaban por el desastre a una disputa que un hombre del conventillo tiene con un vecino del barrio. Decían que se trató de una venganza y que el fuego había sido intencional. Pero las pericias preliminares de los bomberos señalaban como culpable un cortocircuito.
Luego de que cinco dotaciones de bomberos se encargaron de extinguir el incendio, la Guardia de Auxilio del Gobierno de la Ciudad concurrió a verificar que no hubiera riesgos de derrumbe. Ellos negaron que las maderas pudieran caerse, pero no todos estaban tan seguros. “Cuidado, no se acerquen mucho porque se puede caer algo”, recomendaba el policía que cuidaba el lugar. También concurrieron operadores del programa Buenos Aires Presente (BAP) para asistir a los damnificados y ayudarlos con los trámites para otorgarles subsidios habitacionales que les permitieran pagar algún hotel.
Para el ministro de Planeamiento de la Ciudad, Juan Pablo Schiavi, las “situaciones de peligro” se repiten para “más de 200 mil personas que viven en casas tomadas, conventillos y en lugares donde no correspondería vivir en esas condiciones”. “Los conventillos tenían un ordenamiento y un cuidado de las normas, pero pasaron a ser mucho más precarios. Para superar la problemática habitacional –consideró– lo primero que hay que hacer es viviendas.”
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