SOCIEDAD › TRES POLICIAS PROCESADOS POR UN FUSILAMIENTO QUE SIMULARON COMO TIROTEO
Los miembros de la Brigada de la Comisaría 52ª, entre ellos un policía acusado de gatillo fácil, alias “Percha”, fueron acusados de matar a un limpiavidrios de 29 años en un episodio que presentaron como tiroteo. En el auto de procesamiento, el juez asegura que en realidad sólo hubo disparos de los policías.
› Por Cristian Alarcón
Circuló por el barrio como un rumor sobre el fin de una leyenda siniestra. “Cayó el Percha”, se comenta en Villa Lugano sin que nadie lo crea. Pero es cierto. La Justicia detuvo y procesó a tres ex integrantes de la Brigada de la Comisaría 52ª por el homicidio de Lucas Ariel Roldán, un limpiador de vidrios de 29 años, asesinado de cuatro balazos de 9mm en marzo de 2003. Página/12 accedió en exclusiva al auto de procesamiento en el que el juez Pablo Ormaechea dictó la prisión preventiva por “homicidio simple” de los oficiales Lucio Montero, Juan Alberto Morteyrú y Rubén Solares, alias “El Percha”, un policía que fue acusado aunque nunca juzgado por varios presuntos fusilamientos de adolescentes en la zona. El rumor de su detención se confirma con la crónica sobre la manera en que él y sus compañeros inventaron una persecución y tiroteo con la víctima. “Aunque atemorizaron tanto al barrio, la luchamos y demostramos que son asesinos”, le dijo ayer a este diario Elvira, la mamá de Lucas, miembro de Madres de La Matanza contra la Impunidad.
El 6 de marzo de 2003, Elvira supo tarde que su hijo no había vuelto a su casa, en La Matanza, donde vivía con su esposa y sus dos niños. Lucas era músico, compositor, fanático de Spinetta, y tenía una banda: Durazno sangrando, por el tema del Flaco. Había sido empleado a sueldo, con obra social y otros lujos, pero la crisis lo obligó al rebusque y lo encontró tomándose el tren a la Capital para limpiar vidrios en Pompeya. En su esquina, dicen sus amigos, “no transaba con la gorra”. “Vivía diciéndole al hermano que cualquier cosa que le propusieran rara dijera que no, que con la gorra nunca”, cuenta Elvira. Lo cierto es que la tarde del 6 fue calurosa, densa. Y algunos de los pibes recuerdan que Lucas se subió a una camioneta en la que iba “gente grande”.
Los padres de Lucas lo buscaron ese día, al siguiente y cuatro más. Al sexto, cuando creían que era un desaparecido de la democracia, supieron de él por un periódico barrial: Noticiario Luganense. De prosa policíaca y verba nacionalista, el medio informaba sobre su muerte bajo el título “Uno menos: cayó en tiroteo peligroso narcotraficante”. Ese texto resume lo que en más de noventa páginas reconstruye –en base a las declaraciones de los oficiales ahora presos– el juez Pablo Ormaechea: la mentira policial. El artículo cuenta que cuando los policías de la brigada –eran cuatro, pero uno de ellos falleció, por eso los detenidos son sólo tres– avanzaban por la avenida Escalada y Roca, les llamó la atención el conductor de un Duna bordó que aceleró cuando notó la “presencia policial”, y que les disparó luego hasta que su auto se detuvo y bajó. “El staff de la delincuencia cuenta con un integrante menos en sus filas, en una guerra que parece no tener fin, donde ciudadanos honestos viven aterrados y encerrados en sus casas gracias a las leyes permisivas”, cerraba la nota del periódico local.
“Durante el primer año la causa no avanzó. La jueza era otra, Silvia Ramond, pero cambió porque la ascendieron. El juez Ormaechea ordenó una serie de pericias que fueron las que terminaron desarmando la trampa que montaron los de la Brigada”, dijo a Página/12 Paula Escuasi, la persistente y joven abogada de la familia de Lucas. En el auto de procesamiento firmado por el magistrado se revisan las contradictorias declaraciones de los policías que llegan al absurdo. Para resumir, más allá de las versiones encontradas, Montero, Monteyrú y Solares dijeron que después de verlos, Lucas, que manejaba el Duna, aceleró hasta los 70 kilómetros y les disparó mientras escapaba. Según esa versión, los disparos pegaron en el Falcon de la Brigada, que por el impactó se paró de golpe. El chico se bajó del auto –continuaron– y fue entonces cuando al dispararle al oficial Montero, éste le retrucó con los cuatro balazos que lo mataron.
La primera mentira que desnudó el juez con los peritos fue el horario de la muerte. Además de las diferencias de horario –para Morteyrú fue las 18, para Percha entre las 14 y las 14.30 y para Montero entre las 17 y las17.15–, la médica que vio el cadáver de Lucas, Ana Spinetti, tirado sobre la calle a las 18.50, aseguró que el chico llevaba entre tres y cuatro horas muerto. “En efecto –dice Ormaechea en el dictamen–, si ambos imputados se producen falsamente en cuanto al horario de ocurrencia del hecho, con todo lo que ello trae aparejado; si el mismo no aconteció ni por aproximación en el período que pretenden, ¿qué sentido tendría seguir analizando una serie de consideraciones vertidas en consecuencia que no ocurrieron, que se originaron al menos en el lapso que se sugiere?”. Sin embargo, avanza y destruye una a una las coartadas de la Brigada.
El magistrado no se detiene en la droga secuestrada –supuestamente cocaína y marihuana hallada bajo un asiento por los federales–, sino que prefiere partir del momento en que se inicia el seguimiento. ¿Por qué lo seguían?, pregunta. Y los policías entonces sí acuerdan: les llamó la atención que llevaba el torso desnudo, una gorrita que le tapaba los ojos, que el auto iba muy despacio y que les “cruzó la mirada”. El comisario de la 52ª en ese entonces, Guillermo Sodini –ahora en la 38ª, de Flores–, explicó que “son términos de la Brigada cuando se cruza... con una mirada sospechosa”. “Nada justifica en el supuesto accionar policial un inicio de persecución a partir de un ‘cruce de miradas’”, dice el juez que califica la forma de actuar como “discrecionalidades rayanas en la arbitrariedad” y dedica seis páginas a explicar la ilegalidad de la escena.
Ormaechea avanzó sobre cada prueba armada por los policías. Así determina que resulta imposible que Lucas, que según las pericias toxicológicas había tomado tanta cerveza ese día como para emborracharse en forma –1,40 grados de alcohol en sangre, unos dos litros– pudiera siquiera manejar, y mucho menos disparar, abrir la puerta del auto y disparar hacia atrás dando en el blanco. Los expertos también dicen que no hay un solo rastro de un seguimiento y que el Duna en el que mataron a Lucas hubiera podido siquiera andar porque tenía roto el arranque. El juez ni siquiera evalúa si el arma que apareció junto al cuerpo del joven era suya. Las pericias indican que le dieron desde afuera del auto cuando estaba sentado e indefenso: nunca hubo un tiroteo. Montero, el que disparó, fue procesado como autor material del homicidio. Los otros dos, como partícipes necesarios.
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